Siempre mejorando. El auto capilla sustituyó al viejito Ford, al que había tomado cariño y más de una vez reproché interiormente y exteriormente al P. Urrutia que lo vendió, sin decirme nada”, así comienza su narración de la adquisición del nuevo vehículo el Padre Juan. Lo había conseguido el Padre Pedemonte directamente en la fábrica Fiat de Turin. El nuevo superior de las misiones, Padre Gaudencio Manachino se lo ofreció al misionero chubutense que se encontraba de paso en la capital de visitar a los suyos en el Uruguay. Fue a verlo y le pareció “muy lindo y sumamente cómodo, pero que no era apropiado a los caminos que debía recorrer”. Se hicieron algunos arreglos, por ejemplo, cuando llegaron a Buenos Aires las ruedas traseras eran duales, se redujeron a simples y en los primeros días de marzo de 1927 fue embarcado para Puerto Madryn.
El Padre Juan nos ha dejado una detallada descripción: “La cabina estaba cerrada con simples cortinas, que se enrollaban o tendían a gusto, el viento pasaba por todas partes. Más de una vez dije: había que hacer viajar al que lo hizo para que se diera cuenta de lo que son los vientos de la Patagonia”. Tenía en cada lado tres ventanillas. A la derecha una escalera plegable, mitad para subir al techo y la otra mitad para colocar la campana como torre. Sobre el coche había un portaequipaje y un tanque para el lavatorio del interior. La puerta trasera era de dos hojas. A los costados tenía dos largos asientos que servían de cama. Al frente, detrás de la cabina, el altar plegable y a derecha e izquierda las imágenes de María Auxiliadora y San José. Bajo el altar un armario para guardar los objetos del culto.
Con su capilla rodante, que parecía la última palabra en la materia, salió a recorrer el Chubut a principios de 1928. Visitó Languiñeo, Tecka, Esquel, Trevelin y la Colonia San Martín. En todas partes llamaba la atención de los pobladores. El año 1929 recorrió la costa atlántica y el sur del territorio: Cabo Raso, Camarones, Bahía Bustamante, Malaspina, varias estancias entre esos puntos; Comodoro Rivadavia, Sarmiento, Río Mayo, hasta llegar a los límites con Chile. Los días de Semana Santa los pasó en Paso Río Mayo, celebrando Misa en su auto-capilla sin asistencia de público. Sólo el día de Pascua asistió la familia del maestro Rojas que se encontraba de paso hacia Centro Río Mayo. El Viernes Santo pidió al fondero que le preparara comida sin carne; pero éste le respondió de mala forma: “aquí no hay más que carne de modo que si quiere comer…”. El Padre Juan se compró unas latas de sardinas y con eso pasó el día.
Su intención era continuar la misión hacia el norte y llegar a San Martín, pero la crecida de los ríos lo obligó a volver por Comodoro Rivadavia a Rawson. El auto-capilla ofrecía apreciables ventajas: “no necesitábamos casa. Evitábamos los piojos, los perros, el olor de los cueros y los indios, los bailes… Pero un caserón rodante por la pampa llena de matorrales y espinas!… de mallines, arroyos crecidos, cuestas empinadas con rocas. Ni bastaban las palas que llevábamos ni los parches… Ni la paciencia de tanto andar y andar”, comenta el Padre Juan después de sus primeras salidas con su capilla rodante.
Por los comentarios dejados parece que el auto-capilla no llegó a convencer al Padre Juan, sin embargo lo utilizará durante muchos años. En una carta al Padre Inspector -de 1935- dice: “El auto Capilla es sumamente pesado, y además tiene el inconveniente de no haber aquí repuesto alguno… Yo necesitarla un auto livianito para poder atender Rawson, Gaiman, Madryn y los alrededores. Por lo que ruego a V. R. que si pudiera obtener uno no olvide lo que le tengo dicho”. En el margen de la hoja el Padre Picabea anotó: “Buscará quien lo regale”.
Por lo que ha sido dable averiguar el regalo tardó en llegar, mejor dicho, no llegó nunca, porque varios años después nos informa que el 27 de febrero de 1939 “salí de Trelew con el viejo cascajo que se llamó auto capilla Auxiliadora” para la Península. “Las 36 leguas que separan ésta de Trelew las recorrimos sin mayores percances que la rotura del cañito del aceite que comunica el motor con el manómetro”. Después se pierden los rastros del auto-capilla.
Texto tomado de “Padre Juan Muzio” – Clemente Dumrauf