Un invierno a principios de la década del 40, el agente de policía Ernesto Abadí y María Irureta Vda. De Rivera dueña de la Estancia La Elisita (situada al Suroeste del Valle Huemules), partieron del destacamento fronterizo El Triana (Norte de Santa Cruz) con dirección a la localidad de Perito Moreno. En el bajo de un cañadón, sobre el hielo de una laguna congelada, María divisó un bulto oscuro. Al acercarse encontraron inconsciente a un carabinero chileno medio congelado. Lo subieron a uno de los caballos que llevaban de tiro y regresaron al destacamento fronterizo. Luego de una caminata de seis horas, en la que debieron sortear tramos en que la nieve alcanzaba los tres metros de altura, comenzaron la ardua tarea de reanimar al carabinero; al que finalmente lograron salvar la vida. Desde entonces la laguna se llama “De Los Carabineros”.
Tres años después, Ernesto Abadí, originario de la Provincia de La Pampa, y Anchordosqui, el telegrafista del destacamento El Triana, partieron hacia Balmaceda para participar de una fiesta. Al pasar por el reten de carabineros, Abadí encontró de guardia al amigo que había salvado la vida. Luego de conversar, como tantas otras veces, se despidió con las palabras que resultan habituales entre las personas que las unen lazos de amistad, y acordaron visitarse una semana después. Cuando se habían internado unos 1.500 metros dentro del territorio chileno, sonó un disparo. Abadí le dijo a su compañero: “Regresemos, me parece que los muchachos nos están llamando”. Al momento sonó otro disparo y Abadí cayó del caballo con un pulmón perforado. El agresor fue el carabinero al que le había salvado la vida tres años atrás.
Luego los carabineros lo llevaron al retén y los encerraron en dos celdas de madera, contiguas, en las que a penas cabían de pie. Abadí sufrió las consecuencias de la herida, y durante la noche no cesó de solicitar ayuda a su compañero: “Anchordosqui, dame agua”. Murió desangrado tras padecer una lenta agonía.
La noticia alarmó a los vecinos y ceso el tránsito de personas en la frontera. Al enterarse del hecho, el comisario de policía de la localidad santacruceña de Perito Moreno, realizó las gestiones pertinentes para que le entregaran el cadáver de Abadí y liberaran a su compañero, pero desde Chile no respondieron su solicitud. El comisario argentino se dirigió a sus superiores y la causa llegó hasta el Presidente de la Nación, que por entonces era Farrell. Como los chilenos seguían negándose a entregar el cadáver y al telegrafista, debiendo intervenir los Ministerios de Relaciones Exteriores. Tras tres días de tensas gestiones, el cuerpo de Abadí pudo ser enterrado en Argentina. El telegrafista Anchordosqui nunca se pudo recuperar de la experiencia sufrida durante esos cuatro días. Como castigo, al carabinero chileno lo trasladaron a otra Región.
Sobre el motivo del asesinato, siempre se comentó que los dos uniformados coincidieron en pretender a la misma mujer.
Texto del libro “El Viejo Oeste de la Patagonia” – Alejandro Aguado