Argentina terminó primera en su grupo del Mundial de Qatar y el país pasó del funeral al jolgorio. El equipo de Lionel Messi se enfrenta este sábado a Australia en los octavos de final con la esperanza renovada tras la derrota del primer partido contra Arabia Saudí. La Copa del Mundo en pleno verano austral y la idea velada de que, siendo esta la última que jugará Messi, es ahora o nunca, han desatado el optimismo en las calles. Oficinistas, niños y turistas, repartidores de aplicaciones, taxistas y hasta las mascotas llevan una camiseta celeste y blanca con el 10 en la espalda. La fiesta de 45 millones de argentinos, estos días, solo se puede comparar con un eco a 17.000 kilómetros de distancia. En Bangladesh, patria de 167 millones de personas al este de la India, cada gol argentino es celebrado como en el Obelisco de Buenos Aires.
La victoria argentina sobre México hace una semana llevó a miles de personas a las calles de Daca, la capital bengalí, a pesar de que el partido terminó de madrugada. Pasó lo mismo tras la victoria –y la clasificación- ante Polonia. Incluso alguna presentadora de la televisión de ese país decidió vestir la camiseta argentina en el noticiero como celebración. El amor de Bangladesh y de gran parte del sur asiático por la selección argentina es una historia añeja que comenzó, como no, con Diego Armando Maradona.
El 22 de junio de 1986, Maradona marcó un gol con la mano y después dejó en el camino a cinco defensores para anotar uno de los más bellos de la historia. Ese día, Argentina eliminó a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de México, en un partido que la memoria nacional tiene mucho más presente que la final que ganaron días después contra Alemania. El 10 no solo escribió su leyenda como uno de los mejores jugadores de la historia, también se ganó los títulos de héroe nacional: para entonces, Argentina cumplía tres años de la vuelta de la democracia y cuatro de la derrota ante el Reino Unido en la guerra de las islas Malvinas, el último disparate de la dictadura militar.
Esos goles también se gritaron en la península del Indostán, donde India y Pakistán (cuya parte oriental, Bangladesh, reclamó su propia soberanía en 1971) habían obtenido su independencia de la corona británica en 1957. Casi 15 años antes, Bengala, la provincia más grande de la colonia, vio morir a casi tres millones de personas en una hambruna decretada desde Londres. Winston Churchill y el ejército británico sufrían contra Japón y, temiendo que el ejército nipón invadiera sus colonias, quemó la tierra plantada.
Hoy, una estatua de 10 metros del Maradona que levantó esa Copa del Mundo adorna la ciudad de Calcuta, capital de Bengala, en India. El fenómeno argentino, que visitó la ciudad en 2017 para la inauguración del monumento, les recordó entonces: “Yo no soy Dios, soy un simple jugador que hizo sonreír a la gente en un campo de fútbol”.
La selección de fútbol de Bangladesh, que se fundó en 1972, un año después de la independencia, jamás clasificó a un Mundial, y su pueblo renovó el amor por Maradona con una devoción casi absoluta por Lionel Messi. Este sábado, como siempre que juega Argentina, las calles de la región se llenarán de banderas y camisetas celestes y blancas.
“Esto es solo un partido de fútbol”, recordaba el director técnico argentino, Lionel Scaloni, tras la victoria contra México de la semana pasada. “Es difícil hacerle entender a la gente que mañana sale el sol, ganes o pierdas”. Mientras Scaloni hace malabares para controlar las ansias de 45 millones de argentinos, la otra patria de la selección argentina que también sueña en el sur de Asia se hace sentir. Este viernes, tras ser consultado en rueda de prensa, el entrenador agradeció el apoyo desde Bangladesh: “Nos llena de orgullo que hinchen por Argentina”.