miércoles, 11 de diciembre de 2024
Sobre ruedas. Kylie Jenner (24 años) tiene 15 coches en su villa de Los Ángeles, de 36,5 millones de dólares. Sus favoritos: un Rolls-Royce rosa de 300.000 dólares y un Bugatti Chiron de tres millones de dólares.

 

El puente de Hef en el puerto de Róterdam es un monumento nacional en Holanda, pero no está a la altura de Jeff Bezos. Literalmente. El segundo hombre más rico del mundo acaba de construirse un megayate en los astilleros de Róterdam, pero sus mástiles son demasiado altos para el casi centenario puente, motivo por el cual se están planteando desmontarlo. No va a resultar barato, pero a Bezos el coste de la operación le importa tan poco como la amenaza de los holandeses de saludar la travesía inaugural lanzándole huevos.

Estamos hablando de gente que vive en otro mundo: el de los megarricos. Como el magnate inmobiliario Cheung Chung-kiu, residente en Hong Kong, que acaba de comprar la casa más cara de Londres: 210 millones de libras (cerca de 250 millones de euros) por una mansión de 45 habitaciones en Knightsbridge. O como el industrial indio Mukesh Ambani, que posee un garaje particular más grande que toda la mansión de Chung-kiu: seis pisos que guardan 168 coches. La mayoría, modelos raros de Aston Martin o Bentley, supera el millón de euros.

Los superricos acaparan una proporción cada vez mayor de la riqueza mundial. Este siglo, las fortunas acumuladas por las élites globales han crecido de forma explosiva. Los 2668 milmillonarios que hay en el mundo poseen más de 12 billones de dólares; si sumamos todos los millonarios, la cifra alcanza los 165 billones. Casi 150 veces el producto interior bruto de España.

Pero no es solo que esta pequeña élite acapare cada vez más riqueza, es que, además, tributa poco. El año pasado cayeron en manos de la prensa los datos  fiscales de un buen número de superricos. Esta filtración ha permitido reconstruir las cantidades reales que pagan al fisco tras recurrir a todos los trucos a su alcance: prácticamente nada. Elon Musk pagó entre 2014 y 2018 solo un 3,3 por ciento de impuestos. Jeff Bezos, incluso menos, un ridículo 0,9 por ciento.

Mientras los superricos del mundo cada vez lo son más, los golpes a la economía se suceden: la pandemia, la guerra de Ucrania, las catástrofes climáticas… Y el sector más afectado vuelve a ser, como ocurrió con el crack de 2008, la parte más débil.

El año pasado cayeron en manos de la prensa los datos fiscales de muchos superricos. Algunos, como Bezos, sólo pagan el 0.9 por ciento

Para muchas familias, pagar la calefacción y llenar el carro de la compra está empezando a ser un problema. Incluso las clases medias tienen buenos motivos para preocuparse por el futuro si la economía mundial se gripa.

Con una situación como esta, ¿es lógico que una élite formada por el 0,01 por ciento de las personas más ricas del planeta acapare el 11 por ciento de la riqueza mundial? Mientras la clase media sufre por el peso de unos precios inmobiliarios al alza y un gasto en combustible desbocado, de Mónaco a Cannes, los puertos deportivos están a reventar a pesar de sus sucesivas ampliaciones: el número de lujosos megayates se ha doblado en la última década.

En Hollywood Hills, estrellas como Kylie Jenner se compran varias casas de golpe, incluida una mansión de casi 40 millones de dólares, mientras que en el centro de Los Ángeles el número de personas sin techo alcanza máximos históricos. Volviendo a Kylie Jenner: 24 años tiene ella y 14 son los baños con los que cuenta su nueva casa. Gastar se le da bien, compartir ya no tanto. Una vez que un amigo necesitó dinero para una operación, prefirió hacer un llamamiento a sus seguidores en las redes sociales en lugar de poner ella  los 5000 dólares

Economistas y políticos hablan de ‘neofeudalización’: en los países más ricos se está implantando una sociedad estamental de naturaleza casi medieval. En la cúspide, el grupo de milmillonarios. Por debajo, la gran masa de personas con ingresos medios, cuyo malestar por el estancamiento de los sueldos y la subida de los impuestos, los gastos y los precios crece de forma peligrosa. Y es que desigualdad y extremismo van de la mano. Las consecuencias se empiezan a apreciar: Trump, el brexit, los partidos de ultraderecha.

Hace 20 años en China no había ningún superrico. Hoy son 1133. ‘La velocidad a la que se genera riqueza está fuera de control’

Para evitar que la situación se vaya de las manos, Estados Unidos y China ya están ideando cómo limitar la concentración de riqueza sin estrangular a la economía. El presidente Biden puso en marcha a finales de marzo el billionaire minimum income tax: todos aquellos que posean más de 100 millones de dólares tendrán que pagar un tipo impositivo de al menos el 20 por ciento sobre sus ingresos anuales totales, incluidas las llamadas ‘ganancias no realizadas’ por tenencia de acciones. En China, el presidente Xi Jinping ha anunciado que hay que redistribuir la creciente riqueza del país de forma más justa.

Pero ¿hay escapatoria a esa concentración de tanto dinero en tan pocas manos? Difícilmente, dice el economista francés Thomas Piketty. Los ricos en el moderno capitalismo, con sus enormes mercados financieros y las múltiples posibilidades globales de inversión, se harán cada vez más ricos. Un dato: solo en los dos años de la pandemia, en los cuales mucha gente temió por su empleo y su existencia y multitud de pequeñas empresas tuvieron que ser salvadas con dinero público, la revista estadounidense Forbes contabilizó 573 nuevos milmillonarios en el mundo. Y, ojo, los de hoy no se pueden comparar con los de antes. En 1987, cuando Forbes publicó su primera lista, al frente figuraba el japonés Yoshiaki Tsutsumi. Su fortuna, ajustada a la inflación, era de 51.700 millones de dólares. La de Musk, el actual líder del ranking, es de 218.000 millones.

No es extraño que sea sobre todo la industria tecnológica la que esté creando multimillonarios a una escala sin precedentes. Cientos de miles de empleados se benefician vía participaciones de unas capitalizaciones bursátiles descomunales alimentadas por sumas ingentes de capital riesgo. Por ejemplo, en 2019, las seis mayores salidas a Bolsa de Silicon Valley crearon de golpe 6000 nuevos multimillonarios. El capital repartido entre esa media docena de compañías sumó 230.000 millones de dólares.

Son pocos los ricos de Silicon Valley a quienes su enorme riqueza ha llevado a descubrir una vena social. Más bien al contrario. Peter Thiel, fundador de PayPal, durante un tiempo incluso intentó crear una isla-estado propia en el Pacífico para escapar a la, en su opinión, excesiva y limitadora regulación estadounidense… además de para no tener que pagar impuestos. Sean Parker, el fundador de Napster, dueño de una fortuna de 2800 millones de dólares, también es de los que despotrican contra el Estado. Mejor dedicar el dinero a montar fiestas, como la de su propia boda. Parker hizo construir una recreación de El señor de los anillos en mitad de una zona natural protegida, con ruinas de castillos incluidas. Y con la actuación del propio Sting delante de una tarta de tres metros. Coste estimado del evento: 3,4 millones de dólares. Y una denuncia por daños al entorno natural.

Desigualdad y extremismo van de la mano. Estadios Unidos y China ya están ideando cómo limitar la concentración de la riqueza

Hay millonarios, sin embargo, que sacuden la cabeza cuando oyen este tipo de historias. Por ejemplo, los que forman el grupo internacional llamado Millionaires for Humanity. Más de un centenar de acaudalados hombres y mujeres de negocios procedentes de diferentes países piden un impuesto global sobre la riqueza para «combatir la pobreza y la crisis climática» e impulsar «los objetivos de desarrollo de Naciones Unidas». Su lema: «In tax we trust» (‘confiamos en los impuestos’).

Esa confianza, sin embargo, no está muy generalizada entre los suyos, a la vista de un estudio realizado por la Casa Blanca el pasado otoño. Según esa investigación, los 400 milmillonarios más ricos de Estados Unidos de media solo pagaron entre 2010 y 2018 un impuesto sobre la renta del 8,2 por ciento, ni siquiera la mitad de lo que paga un asalariado normal.

Para el economista Gabriel Zucman, el sistema fiscal está pervertido y es uno de los motivos por los que el mundo occidental se dirige hacia la consolidación de una oligarquía global del dinero. Zucman da clases en la Universidad de Berkeley, en California. Sus investigaciones sobre la concentración de la riqueza han despertado una enorme atención. Ha descubierto que los muy ricos tienen ocultos en paraísos fiscales casi ocho billones de euros, con lo que están privando a los Estados occidentales de unos 200.000 millones de euros en ingresos por impuestos. Cada año.

A esta suma de concentración de la riqueza y evasión fiscal la denomina Zucman «la promesa incumplida de la globalización». Es cierto que la liberalización del comercio, las finanzas y el mercado de trabajo ha conseguido que las sociedades en su conjunto sean más prósperas, admite el economista. Simultáneamente, sin embargo, los Estados han reducido sus impuestos sobre el capital y sobre los ingresos más altos, y eso ha vencido la balanza a favor de los ricos.

El dumping fiscal global ha privado a los gobiernos de los medios necesarios para compensar a los perdedores de la globalización. Al mismo tiempo, los ha obligado a gravar cada vez más a las rentas medias. Para Zucman, es ahí donde se encuentra la razón más profunda del disgusto de las clases medias de los países industrializados occidentales. «Si queremos salvar la globalización –dice–, tenemos que reparar nuestro sistema fiscal».

Algo parece que se está avanzando en esta línea. La OCDE, por ejemplo, ha presentado un plan para implantar un impuesto mínimo global. La Unión Europea quiere limitar la competencia fiscal entre Estados miembros. Y más de 200 destacados economistas y juristas norteamericanos han redactado una carta abierta a favor de la introducción de un nuevo impuesto a la riqueza en Estados Unidos.

De todos modos, conviene puntualizar que la capital mundial de los milmillonarios no es Nueva York, es Pekín: allí residen 144. Los ha contado Rupert Hoogewerf. Su ejército de investigadores elabora desde 1999 el Informe Hurun, imprescindible para conocer el quién es quién de la riqueza china. «Hoy, en China hay 1133 milmillonarios. En 1999, ninguno. La velocidad a la que se genera riqueza está fuera de control».

Un ejemplo es Zhang Yiming. A sus 39 años, Zhang es el fundador de la empresa Bytedance, la que lanzó TikTok. Zhang apareció por primera vez en el Informe Hurun en 2016. «Un tipo totalmente desconocido, puesto 1903, 300 millones de dólares», cuenta Hoogewerf. Hoy, su fortuna es de 60.000 millones. La situación en el gigante asiático ya no se distingue de la de Occidente: el 1 por ciento de los chinos posee cerca del 31 por ciento de la riqueza.

«La riqueza trae consigo un poder casi incontrolable. La pérdida de influencia del Gobierno también se percibe en China», dice Hoogewerf. Es probablemente por eso por lo que a finales de 2020 las autoridades chinas empezaron a controlar a las empresas tecnológicas. La salida a Bolsa de AntGroup, que estaba previsto que recaudara 37.000 millones de dólares, fue aplazada sin fecha. Desde ese día, Jack Ma –el fundador de Alibaba– está casi desaparecido. Y varias empresas han sido multadas.

«La riqueza trae consigo un poder casi incontrolable, y el gobierno chino también se ha dado cuenta».

En agosto de 2021, el Partido Comunista endureció su postura hacia los milmillonarios para intentar cortar un naciente nuevo centro de poder. Las nuevas directrices contenían su habitual jerga burocrática, pero incluían una formulación que llamó la atención: gongtong fuyu, la ‘prosperidad común’… imposible pasarla por alto. «Podemos permitir que algunas personas se enriquezcan primero y que luego guíen y ayuden a otras para enriquecerse todos juntos», rezaba una frase clave. Poco después, un funcionario de la Comisión de Asuntos Financieros aseguró que los sueldos desproporcionadamente elevados dejaban de ser aceptables. Además, las empresas debían hacer más por la sociedad. ¿Donaciones? Le parecía una buena idea, respondió el funcionario.

Los empresarios entendieron lo que había que hacer. La empresa de Internet Alibaba anunció que donaba 100.000 millones de yuanes, en torno a dos tercios de sus beneficios anuales, y que 20.000 millones iban a ir a un fondo para la ‘prosperidad común’. Los milmillonarios chinos han empezado a contener sus excesos. China sigue siendo el país del mundo donde más venden marcas como Chanel o Luis Vuitton, «pero los clubes de fútbol y los caballos de carreras se los compran sobre todo los multimillonarios rusos o del mundo árabe», afirma Hoogewerf.

Y no es en un ‘metaverso’. El Seasteading Institute (con Peter Thiel entre sus accionistas) planeó la primera ‘nación’ flotante sin restricciones para sus habitantes. Se construiría en la Polinesia francesa. No prosperó, pero otros ricos buscan lo mismo.

Hasta su inclusión en la lista de las sanciones occidentales en respuesta a la invasión rusa de Ucrania, el mayor problema de Román Abramóvich probablemente consistía en decidir qué casa de lujo iba a usar ese día. Especial cariño le tiene al Château de la Croë en Antibes, que antes fue del rey británico Eduardo VIII y está valorado en 100 millones de euros. Además, al oligarca ruso se le atribuye la propiedad de cinco yates con un valor total de más de 1000 millones de dólares. Solo el Solaris valdría 474 millones. Un despliegue parecido solo se encuentra en Oriente Medio: unas 900.000 libras esterlinas por varias noches de hotel en Italia y Grecia, gastos de avión por más de 400.000 libras… este es el balance de unas vacaciones de la familia que gobierna Dubái.

Estas cifras se han conocido gracias a que el emir de este pequeño Estado del golfo y su exesposa discutieron los detalles de su divorcio ante un tribunal británico. Al final, la separación le costó al emir más de 500 millones de libras; los jueces establecieron un fondo de 277.050 libras anuales solo para los animales de la princesa y de los niños. ¿Gravar más a los ricos? ¿Redistribuir la riqueza? Este tipo de discusiones, cada vez más habituales en Occidente, a los superricos árabes lo más que les provoca es una sonrisa cansada. El problema es que la desigualdad genera tensiones que en algún momento acaban por liberarse.

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