Desde 1908, el pequeño y débil muelle Maciel recibe a pasajeros y mercaderías que llegan a Comodoro Rivadavia con su construcción de madera, apenas suficiente para algunas embarcaciones. Pero se trata solamente de una solución precaria y el mar es la única salida para los que llegan y van hacia el norte, sobre todo. El pueblo y las localidades del interior necesitan imperiosamente un “puerto de verdad”.
El ingeniero Enrique Ducós propone un proyecto con una amplia zona de tierras que se le ganaría al mar, entre la restinga Coronel –en kilómetro 3- hasta la costanera del pueblo, donde se construirían dársenas.
Pero hacia 1923, se vislumbra que el muelle pasará a la historia en poco tiempo. En agosto de ese año, comienzan las obras del puerto. El ingeniero Enrique Ducós, su proyectista, dirige los trabajos, pero se encuentra con muchas dificultades que le impiden llevar a la realidad sus planes. La ejecución se demora porque la ejecución prevista para el puerto de Comodoro Rivadavia no permite intensificar la mano de obra. Para poder dar trabajo durante todo el año hay que avanzar con un solo turno diario.
La iniciativa de todas maneras está en marcha con un muelle para el atraque de grandes embarcaciones de pasajeros, de cargas y de guerra. Ejecutado el espigón de unos cientos de metros, comienzan a llegar buques muy festejado por todo el pueblo.
Los vapores de la compañía Hamburgo Sudamericana y de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora tienen una incipiente infraestructura para sus frecuentes viajes.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario”, editado por Diario Crónica en 2001