Muchos comodorenses concurren el día de la inauguración del puerto, acaso porque significa una compensación histórica a una ciudad que ha clamado por esta obra desde el momento mismo de su nacimiento. Alrededor de 10.000 personas participan de la emotiva ceremonia, mientras que el sol se asocia a una fiesta pocas veces vista. Ese día, los discursos del gobernador Carlos Maestro y el intendente Marcelo Guinle están a la altura de las circunstancias y, más allá de la distinta diferencia partidaria, ninguno trata de sacar rédito político en sus palabras, en las que prima el sentido reconocimiento a una comunidad que lo ha dado todo y asiste, al menos esta vez, a uno de los pocos actos de reparación.
En la misma oportunidad, se deposita en Plaza Soberanía la urna con los mensajes de los comodorenses a sus conciudadanos del año 2050, en un acto de fe y confianza de la ciudad en su futuro.
Comodoro ha vivido casi exclusivamente del petróleo hasta ese momento, mientras que el mar y sus recursos han configurado una actividad secundaria, que incluso perdió importancia desde que los caminos se modernizaron y permitieron mayor celeridad con el tránsito terrestre.
Acaso en un capricho de la historia, el dinero que permite terminar la obra del puerto proviene de la venta de Y.P.F. Una actividad no ocupará el rol de la otra. La producción portuaria es aún incipiente, más allá del gran crecimiento en el movimiento de cargas, registrado al poco tiempo de la inauguración. La poca actividad verificada a lo largo del año 2000, a consecuencia de la crisis pesquera y una economía recesiva que ha castigado a la ciudad en los últimos años de la década del ’90, es una muestra de que las soluciones mágicas no existen. Muchas empresas manifiestan su interés en aprovechar las nuevas instalaciones, pero la falta de una frecuencia adecuada de buques portacontenedores hace frustrar, por el momento, esa posibilidad. Hay quienes piensan, incluso, que la obra ha llegado demasiado tarde.
Sin embargo, la terminal marítima es para la ciudad del siglo XXI una de las perspectivas de crecimiento y creación de puestos de trabajo: la utilización del transporte marino para el tránsito de cargas petroleras, el uso para la exportación de pescado de las principales plantas locales o la venta de cemento por parte de Petroquímica, configuran las potenciales actividades, que se suman fundamentalmente a la próxima inauguración del astillero. Se espera que esta obra, destinada a la reparación de barcos y monoboyas petroleras, dé a la ciudad un perfil de servicios vitales para toda la flota pesquera y la extracción de petróleo focalizada en el Atlántico Sur. En el astillero se prevé, también, la fabricación de torres para generadores de energía eólica: de concretarse esta perspectiva, la ciudad puede proyectar su futuro desde una obra iniciada en el pasado, postergada a lo largo de 70 años, pero que hoy puede ser una herramienta fundamental para escapar al destino de “pueblo fantasma” que muchos le auguraban al inicio de la década del ’90.
La zona franca
El proyecto portuario se complementa con otras posibilidades productivas, como las ya descriptas. Un tema que ha ocupado gran parte del debate político de la última década del siglo XX en la ciudad ha sido la zona franca: un territorio aduanero especial, con exenciones impositivas que rigen en su interior para atraer la radicación de proyectos productivos con vistas a la exportación. Tras varios años de indefiniciones y gestiones a nivel nacional, la zona franca ha comenzado a emplazarse en el interior del recinto portuario, para lo cual, a febrero de 2001, se realizan los primeros trabajos de relleno de suelo.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario”, editado por Diario Crónica en 2001