Encalada, con las ventanas enmarcadas en un alegre amarillo y un pequeño porche de madera desde el que las puestas de sol de postal estaban garantizadas, la casa de Christian Brueckner en Praia da Luz era lo más opuesto a las pesadillas que su perversa mente ideaba. Estaba situada justo al lado del sendero que bajaba hasta la playa, un pequeño camino que Maddie McCann, junto a su familia, recorrió cada día de aquellas vacaciones, en mayo de 2007 de las que nunca regresaría.
Aquella casa, que alquiló al poco de llegar de Alemania, con apenas 17 años, no sólo no era el refugio clavado en mitad del paraíso de arenas blancas del Algarve que prometía ser. Era, más bien, el escondrijo a la vista del mayor depredador sexual que se recuerda en el turístico sur de Portugal, el monstruo que se apareció en la peor de las pesadillas de Maddie y en muchas más…
El rostro afilado y el pelo rubio de Brueckner se coló en los sueños y en las vidas de otras tres mujeres y de dos niñas a las que convirtió en víctimas de su sadismo. Todas fueron violadas, secuestradas o vejadas entre 2000 y 2017, pero hasta ahora nadie le había puesto nombre y apellidos a aquel monstruo que ha resultado ser el de Brueckner.
Señalado desde 2020 por la Justicia alemana como el autor de la misteriosa desaparición de la niña de los McCann, ahora le vinculan con cinco agresiones sexuales, a las que hay que sumar una sexta por la que ya cumple condena en la prisión de Oldenburg.
Diana Menkes, de 72 años, era hasta ahora la otra víctima del monstruo de Praia da Luz. Brueckner se coló en su habitación una noche de septiembre de 2005, la amenazó, la ató, la golpeó y terminó violándola, al tiempo que lo grababa todo. Ésa era otra de sus perversiones, filmar sus perversión.
Desde Praia da Luz hasta Portimao hay 30 kilómetros, que Brueckner apenas tardó media hora en recorrer con su camper van, una Volkswagen T3 Westfalia amarilla y blanca, adaptada para sus depravados instintos. Era noche cerrada y, tras aparcar, escaló hasta el balcón de una joven irlandesa que trabajaba en un resort cercano. Hazel Behan tenía 20 años cuando sus sueños se convirtieron en una pesadilla protagonizada por Brueckner, que, fiel a su guión, la amordazó y la torturó durante cuatro horas mientras grababa la terrorífica escena.
La Fiscalía de Braunschweig -la última localidad en la que residió en Alemania- ha identificado, 18 años después, al preso más famoso de Oldenburg como el monstruo que atacó y abusó de Hazel, que hoy, casada y con tres hijos y de vuelta en su Irlanda natal, ha podido respirar por fin.
Portimao no fue la única parada de la camper van de Brueckner. Tres años después de aparcar debajo del balcón de Hazel lo hizo en la playa de Salema, entre las localidades de Lagos y Faro, y obligó a una niña de 10 años a observarle mientras se masturbaba. Los padres de la menor le sorprendieron y aquel alemán desnudo que agarró del brazo a la pequeña se desvaneció sin que pudieran atraparle.
La menor le describió como un hombre blanco con «cara de conejo», lo que en principio no encajaba con Brueckner, pero ahora se ha sabido que seis meses después de que Maddie fuese vista por última vez se sometió a una cirugía reconstructiva del rostro en una clínica privada de Würzburg.
Solamente un año más tenía la otra menor en cuya vida se cruzó el monstruo de Maddie. Fue en 2017 y es, que se sepa, el último ataque del depredador del Algarve. Ocurrió en Sao Bartolomeu de Messines, a 45 minutos por la misma autovía A22 que le llevó a Portimao, y la pequeña, vecina de la zona, ha reconocido ahora a Brueckner, ya señalado por el caso Maddie, como su agresor.
No siempre necesitaba la Volkswagen T3 para llegar hasta sus víctimas. A veces, las encontró más cerca. Como el caso de otra mujer mayor, de 60 años, a la que también violó. Y en ocasiones usó su escondrijo de ventanas amarillas, como en el caso de una adolescente alemana de 14 años de la que abusó tras atarla y azotarla también en esos años, entre 2000 y 2017.
CINCO NUEVOS CARGOS PENALES
De todas estas nuevas víctimas la Fiscalía alemana no ha dado demasiados detalles, pero sí ha explicado que suponen cinco nuevas acusaciones que pesan sobre el sospechoso de la muerte de Maddie, de 45 años. Tres cargos de violación y dos de abusos sexuales infantiles a los que todavía no se han sumado los de la desaparición y muerte de la niña británica.
Las evidencias que vinculan al alemán con Maddie son abundantes, según ha repetido en varias ocasiones el fiscal Christian Wolters, que tampoco tiene prisa en acusar porque Brueckner está encerrado en la cárcel de Oldenburg cumpliendo una condena de siete años por la violación de Diana Menkes y no se va a ir a ninguna parte.
CONOCÍA EL RESORT DE MADDIE COMO LA PALMA DE SU MANO
Pruebas como la llamada telefónica que le sitúa a poco más de cinco minutos del apartamento 5A del Ocean’s Club de Praia da Luz donde Gerry y Kate dejaron durmiendo a sus hijos para ir a cenar al cercano restaurante Tapas aquel 3 de mayo de 2007. O como el relato de un testigo que asegura que el alemán conocía como la palma de su mano el resort en el que se alojaban los McCann, puesto que durante años estuvo trabajando allí haciendo reparaciones.
La prensa germana también ha difundido los escalofriantes intercambios de mensajes entre Brueckner y un amigo austriaco a través de la internet oscura en los que fantaseaba con secuestrar a un menor de edad para abusar de él durante horas y grabarlo. Más escalofrío produce la respuesta que le dio a su interlocutor cuando le planteó el riesgo de que le pillaran: «La evidencia se destruye después» le respondió.
Desde su celda en la cárcel alemana de Oldenburg, Christian Brueckner se sigue hoy colando en los sueños de sus víctimas. Maddie, Diana, Hazel… Jubiladas, adolescentes, jóvenes… Nadie, sólo él, sabe con certeza cuántas vidas más convirtió en pesadillas mientras vivía en aquella casa encalada de ventanas amarillas y puestas de sol de postal donde, en realidad, se camuflaba un monstruo.