miércoles, 11 de diciembre de 2024

La figura de Alberto Fernández languidece. La última reconfiguración de fuerzas en la coalición que gobierna en Argentina supone la llegada a la cima de un socio hasta ahora menor, el diputado Sergio Massa, y la estocada final de Cristina Fernández de Kirchner al poder del presidente. Massa asumirá esta semana como un superministro de Economía, tras un mes de duros ataques del mercado contra el peso, caída de las reservas y disparada de la inflación. La necesidad de evitar una catástrofe y llegar con vida a las elecciones de 2023 convencieron al peronismo, y sobre todo a Kirchner, de que el mal menor era Massa, un político cuyas ambiciones de liderazgo siempre chocaron con las de la vicepresidenta. Kirchner y Massa son ahora una sociedad de emergencia, donde Fernández tiene poco que hacer.

La presidencia de Fernández es el resultado de una anomalía política. La mañana del sábado 18 de marzo de 2019, Cristina Kirchner anunció por redes sociales que había elegido a Alberto Fernández como candidato del Frente de Todos. La jugada buscaba atraer el voto de un sector del electorado de centro que la detestaba, aunque estaba dispuesto a aceptarla como vicepresidenta. Fernández llevaba dos años criticando con dureza al kirchnerismo, del que se había ido en 2008 dando un portazo desde la jefatura de Gabinete. El efecto electoral de Cristina perdonando al hijo pródigo fue un éxito. Unos votaron al Frente de Todos porque Kirchner tendría el poder; otros porque Fernández le pondría un freno. La fórmula frustró el intento reeleccionista de Mauricio Macri y el 10 de diciembre de 2019 el peronismo volvió a la Casa Rosada.

La herencia no era buena. Macri había dejado en default una deuda de 44.000 millones de dólares con el FMI y otra de 65.000 millones con los bonistas privados. Cuando iniciaban las negociaciones para salir de la cesación de pagos, se declaró la pandemia. La popularidad del presidente creció y alguien se animó a hablar de “albertismo”. Eso no cayó bien en el otro “ismo” de la coalición, el kirchnerismo. El massismo, en tanto, esperaba su momento. En medio de la tensión, el esquema donde la número dos mandaba sobre el número uno comenzó a crujir por todos lados.

Los puentes se rompieron a inicios de este año, cuando los diputados de Kirchner votaron en contra del acuerdo que Fernández y su ministro de Economía, Martín Guzmán, habían firmado en enero con el Fondo Monetario. Para entonces, la crisis económica arreciaba y Kirchner marcaba uno a uno a los ministros que debían salir del Gabinete. Fernández se fue quedando cada vez más solo en medio de la tormenta. Y entonces llegó Massa.

“Hay un acuerdo entre Kirchner y Massa para restarle la última cuota de poder que tenía Fernández”, dice Eduardo Fidanza, director de Poliarquía Consutores. “Cuando la disputa era con Fernández”, explica, “uno podía decir que Kirchner tenía el poder político y el presidente el poder burocrático, lo que se llama popularmente ‘la lapicera’. La irrupción de Massa hace que el presidente tenga menos poder burocrático, mientas que Cristina sigue reteniendo el poder político”.

La cuota de poder de Fernández dentro del Gabinete ya se limitaba a un puñado de ministros y asesores. Hace un mes, cuando renunció Guzmán, tanto el presidente como la vice eligieron en su reemplazo a Silvina Batakis, una economista de reconocida capacidad pero sin peso político. La elección tuvo como objetivo bloquear las ambiciones de Massa, que se ofrecía para el cargo pero solo si se le cedía el control total de la economía.

Fue solo cuestión de tiempo. Batakis se enteró que ya no era ministra mientras esperaba el vuelo que la traería de vuelta desde Washington, donde se había reunido con las autoridades del FMI y de la Reserva Federal. En su ausencia, el peronismo, esta vez con apoyo de Kirchner, había pergeñado el ascenso de Massa y el ocaso definitivo Fernández. Andrés Malamud, investigador de la Universidad de Lisboa, dice que el peronismo tuvo que “reordenar los tres componentes que tenía en la coalición”. “Massa representa poco en las urnas, es el menos relevante, pero es el hombre de la embajada [de EE UU], el que tiene acceso a los sectores de poder, como los bancos. Kirchner tiene los votos y el conurbano de Buenos Aires [clave para ganar cualquier elección]. Y después está el albertismo no nato”, dice Malamud, “que alguna vez tuvo el apoyo de los gobernadores y los intendentes, los mismos que ahora llamaron a Massa”.

En el nuevo esquema de poder, a Fernández “no le quedan muchos lugares propios”, advierte Sergio Morresi, académico de la Universidad del Litoral. “Lo veo llevando a cabo tareas administrativas y sin una agenda propia. La gente que uno podría decir que le responde está a cargo de las relaciones internacionales, que no es un tema menor, y por ahora también el Banco Central, aunque se supone que es independiente”, explica.

¿Pudo Alberto Fernández evitar la avanzada de sus aliados? La coincidencia es que sí. Tuvo su oportunidad en el primer semestre de 2020, cuando las primeras medidas contra la pandemia de la covid-19 lo mostraron como un líder decidido y al mismo tiempo negociador. Las ruedas de prensa junto al jefe de Gobierno de Buenos Aires, el opositor Horacio Rodríguez Larreta, dispararon los niveles de popularidad del presidente.

“Llegó a tener el 80% de aprobación, más incluso que su mentor, Néstor Kirchner. Fue un récord en la democracia argentina. Muchos analistas consideramos entonces que si administraba bien esa cuota podía tener chances de ejercer un liderazgo en el peronismo y en el país. Pero no tuvo la estatura de líder político, prefirió mantener la unidad de la coalición con Kirchner”, explica Eduardo Fidanza. “El costo de tener el poder era pelearse con Cristina Kirchner”, coincide Malamud, “pero a partir de ahora no tiene cómo pelearse con Cristina porque no tiene nada, la suya es una presidencia semipresidencial”.

Morresi, en tanto, destaca las dificultades con las que se encontró Fernández una vez en la Casa Rosada, como la deuda heredada y la inflación, pero considera que “no dar en la tecla durante el primer año de Gobierno hizo que las diferencias dentro de la coalición explotaran”. “En el último año ya fue solo incapacidad: hay una mezcla de falta de condiciones y un desgaste producto de la pugna de poder”. Un presidente ocupado solo en “cuestiones formales y con cada vez menos incidencia”, como augura Fidanza, no es la figura ideal para que el peronismo transite el año y medio que le queda de mandato. Massa no tendrá margen para cometer errores.

Fuente: El País

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