El nuevo presidente ha ganado promoviendo la venganza, el rencor, la mentira, el odio, el insulto y la confrontación. Ahora toca ver cómo se dispone a reinar.
Seguidores del partido republicano celebran los resultados electorales, en la madrugada del miércoles en West Palm Beach.
La arrolladora victoria de Trump no deja lugar a dudas. La supuesta igualdad entre republicanos y demócratas se quedó en los cálculos de las empresas encuestadoras. El sueño de una presidenta de la primera potencia mundial mujer y negra ha acabado convertido en pesadilla. Su abrumadora derrota deja claro qué argumentos se han impuesto en estas elecciones.
Suele haber en toda convocatoria electoral dos bolsas de votantes de un enorme peso y que cuando se unen se convierten en una fuerza imbatible. Por un lado, la gente enfadada. Siempre existe un importante grupo que se considera descontento con su vida, con lo que tiene y con las pocas expectativas que se le presentan por delante. No hay duda de que Donald Trump ha arrasado en este territorio frente a la apuesta por la ilusión y la alegría que había planteado Kamala Harris. El otro factor siempre determinante es el de quién abandera la idea del cambio, quién representa la posibilidad de marcar una nueva etapa. Harris ha intentado durante toda su campaña marcar una nueva era política que dejara atrás a Joe Biden y al propio Trump. Finalmente, no lo ha conseguido. Por el contrario, el líder republicano ha podido convencer al electorado que él es el que puede cambiar los problemas existentes, que tal y como ha señalado con insistencia parecen ser además de una gravedad extrema.
Donald Trump ha sido capaz de imponer sus principales temas de campaña. Por encima de todos, ha difundido día tras día la amenaza que supone la convivencia con una ola descontrolada de inmigrantes formada por delincuentes, violadores y asesinos que se comen las mascotas de los ciudadanos decentes. En segundo lugar, ha conseguido imponerse como el líder capaz de redirigir la política económica con mano firme que recupere un esplendor perdido que ha tenido en la inflación la principal muestra de fracaso. Finalmente, parece haber triunfado destruyendo la figura de Kamala Harris a la que no ha dejado de insultar y menospreciar desde que apareció como candidata. Lejos de volverse contra él, los resultados en las urnas respaldan su discurso.
Trump ha ganado todo: el voto popular, el Senado, previsiblemente la Cámara de Representantes y, además, en consecuencia, el control sobre el poder judicial. Más que presidente, va a representar el papel de rey. Su monarquía implica la prevalencia del mundo rural sobre las grandes ciudades, del electorado con menor nivel educativo, de los más mayores sobre los jóvenes, de los hombres frente a las mujeres y de la población blanca sobre las minorías raciales. Lo llamativo de las cifras es que el rey Trump ha movilizado a los suyos y ha conseguido conquistar parte del electorado demócrata que le había rechazado con anterioridad.
El nuevo presidente no solo ha impuesto democráticamente sus temas de campaña, también su estilo de hacer política. Trump ha ganado promoviendo la venganza, el rencor, la mentira, el odio, el insulto y la confrontación. Ahora toca ver cómo se dispone a reinar. El planeta entero estará pendiente de lo que haga y de cómo lo haga. Es difícil saber cómo cambiará el mundo estos próximos años, pero parece evidente que va a ser diferente.
Fte. El Pais