martes, 15 de octubre de 2024
tanaka mete el segundo gol

Japón engañó a España. La hizo creer que estaba derrotada y rendida, eliminada, y cuando la vio con las manos en los bolsillos, confiada, sesteando con pelota y pensando en la siguiente fase, le asestó dos navajazos. Una trampa en la que la selección entró como un pardillo. Cuando quiso volver al partido, después de dejarlo cerrado en falso, dormido, ya no supo cómo. Y vivió a expensas de Alemania, de que no perdiera con Costa Rica y se viera fuera no solo de la primera plaza sino de todo el Mundial (llegó a estarlo 12 minutos). Sin jugar, pero mordiéndose las uñas. Finalmente los germanos cumplieron con su parte y dejaron a Luis Enrique unos días más con su twicht. Japón pasa primera. Y España, segunda, por diferencia de goles, pero avergonzada. En octavos le espera Marruecos.

España empezó como siempre. A Luis Enrique le salen más combinaciones diferentes en sus onces de la selección de las que se pueden alcanzar en un boleto de la primitiva. No repite nunca el técnico. Y no es que pulse el botón de aleatorio para rellenarlos, ni que renuncie a sus talismanes, pero por más que busquen no hay uno igual que otro. Lo que no toca es al portero, ni a Busquets y sus lugartenientes, ni a Dani Olmo, al que ve prendido. Y ahora tampoco a Rodri, su central favorito aunque no lo sea. Posiblemente por eso, para que se siga adaptando a la posición y no se líe, no le baja del cartel.

Algunas novedades de la alineación no lo fueron tanto. Pau Torres era un habitual, Azpilicueta ya fue titular ante Costa Rica y Morata es el nueve de toda la vida (no hace tanto de lo de Morata y diez más). Lo exótico esta vez estaba en el lateral izquierdo y en el extremo derecho, Balde y Nico Williams, debutantes de inicio, aunque ambos ya gozaron de minutos en los dos compromisos previos. Más juventud sobre la arena.

La promesa era de no especular. Ni jugar con la tentadora idea del empate es suficiente ni arriesgar con la posibilidad de escoger el lado del cuadro por el que avanzar (trampear con forzar la segunda plaza). Y España de salida cumplió (aunque luego pagó justamente hacerlo). Jugó a lo de siempre, pelota, pelota y pelota, ante un adversario que le invitaba a hacerlo. Japón era un 3-4-3, o más bien un 5-4-1. Se encogía ante la posesión enfermiza de la selección.

Tuvo además España el beneficio calmante (nocivo finalmente) de un gol nada más levantarse de la cama. Insultantemente sencillo. Un centro muy bombeado de Azpilicueta que Morata remató sin vigilancia desde el área pequeña, con el permiso absoluto de los dos centrales que le rodeaban y del guardameta que supuestamente mandaba en la zona. Un gol difícil de asumir en el juego profesional. Un gol de tercero de BUP a octavo de Básica (o el equivalente al sistema educativo que usted prefiera)

Por abajo encontró la selección más dificultades, pero antes por la propensión de Morata a entrar en fuera de juego que por la diligencia defensiva de los nipones. El delantero atlético cumplió con su cadencia en Qatar, a gol por partido. Y buscó con ansia, que no con pericia, los desmarques. Quiere el puesto. No lo suelta, como la selección el balón.

Dos no se pegan si uno no quiere y no hay partido de fútbol si uno no toca la pelota. Se la quedó ayer España como si fuera solo suya. Todo el rato. Se produjo una mala entrega, de Busquets, en zona peligrosa además, o prohibida (borde del área), que provocó un susto antes incluso del 0-1. Pero no volvió a verse un fallo ni a compartirse el objeto decisivo en toda la primera parte. La selección lo movió de un lado a otro, sin intención aparente, por tenerlo. Un aburrimiento. Abrió el marcador y jugó a que no pasara nada.

A Japón no se le notó en ningún momento la necesidad. Ni cuando recibió el gol en contra, ni antes, cuando desde la otra punta de Doha se escuchó el grito de gol de los alemanes ante Costa Rica. Estaban eliminados, pero no parecía importarles. O se les notaba demasiado la incapacidad. Aceptaban la somnífera circulación española sin rebeldía ni inteligencia. Corrían, o se movían, detrás del tic tac tic tac de los de rojo. O los miraban. Era una trampa.

España empezó como siempre. A Luis Enrique le salen más combinaciones diferentes en sus onces de la selección de las que se pueden alcanzar en un boleto de la primitiva. No repite nunca el técnico. Y no es que pulse el botón de aleatorio para rellenarlos, ni que renuncie a sus talismanes, pero por más que busquen no hay uno igual que otro. Lo que no toca es al portero, ni a Busquets y sus lugartenientes, ni a Dani Olmo, al que ve prendido. Y ahora tampoco a Rodri, su central favorito aunque no lo sea. Posiblemente por eso, para que se siga adaptando a la posición y no se líe, no le baja del cartel.

Algunas novedades de la alineación no lo fueron tanto. Pau Torres era un habitual, Azpilicueta ya fue titular ante Costa Rica y Morata es el nueve de toda la vida (no hace tanto de lo de Morata y diez más). Lo exótico esta vez estaba en el lateral izquierdo y en el extremo derecho, Balde y Nico Williams, debutantes de inicio, aunque ambos ya gozaron de minutos en los dos compromisos previos. Más juventud sobre la arena.

La promesa era de no especular. Ni jugar con la tentadora idea del empate es suficiente ni arriesgar con la posibilidad de escoger el lado del cuadro por el que avanzar (trampear con forzar la segunda plaza). Y España de salida cumplió (aunque luego pagó justamente hacerlo). Jugó a lo de siempre, pelota, pelota y pelota, ante un adversario que le invitaba a hacerlo. Japón era un 3-4-3, o más bien un 5-4-1. Se encogía ante la posesión enfermiza de la selección.

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