En el semanario “Esquel”, en su edición del 12 de agosto de 1938, se dio a conocer los datos de un crimen perpetrado por dos hermanos de la localidad, de apellido Mansilla, en perjuicio de un operario chileno, en un campamento de la construcción de los cuarteles del Regimiento 21. El cuerpo del infortunado fue hallado flotando en las aguas del arroyo Esquel en el mes de julio, en una de sus curvas, ya con cierto grado de deterioro, y se observaba una herida que bien podía ser causa de su muerte.
Un año después el mismo semanario indicaba que el Juez Letrado con sede en la localidad, Welindo Wamba, había fallado condenando a ambos hermanos a la pena de nueve y diez años de prisión respectivamente.
El 7 de julio del 38, una vecina cuya vivienda se encontraba entonces muy cerca del arroyo, mandó avisar a la policía que había encontrado un cuerpo frente a la quinta de Justiniano Mermoud. Entre mimbres altos y tupidos se hallaba el cuerpo de un hombre, muerto evidentemente días atrás, boca abajo, semidesnudo y con las manos cruzadas y atadas a la altura de las muñecas con un pañuelo. Presentaba una herida cortante en uno de sus muslos y otro puntazo en la rodilla como únicos signos de violencia.
Antes de la consabida autopsia y posterior entierro se planteó una ronda de reconocimiento público ya que el fallecido, seguramente asesinado, carecía de documentación. Un peluquero comentó que dos días antes llegó por su casa un chileno preguntando por su hermano, al que no veía desde el domingo 3; como dato de referencia le había dicho que tenía un “quíster” en la mejilla. Lo encontraron luego en la “Fonda Obrera”; ambos hermanos se alojaban en la pensión de Ana Jara y trabajaban en la zona, en el ramo de la construcción.
Teodoro Guíñez, de 33 años, reconoció el cadáver de su hermano Luis, de poco más de 34, sin conocerle amigos o enemistades ni relaciones amorosas en Esquel.
Varios vecinos debieron prestar declaración y al día siguiente la policía condujo a la comisaría unas 65 personas, todos hombres relativamente próximos al lugar del hallazgo, para indagarlos acerca del caso. Posteriormente separan a sólo cuatro de ellos porque advirtieron algunas contradicciones en sus dichos, en particular dos de ellos, porque los horarios de idas y regresos guardaban diferencias y se decidió hacer un careo. Uno de los detenidos tenía su vivienda precaria cerca del arroyo, varias cuadras más arriba de la quinta de Mermoud; el otro ocupaba un campamento de ramas y bolsas en la zona de construcción de cuarteles del Regimiento. La policía fue por otros dos sujetos mencionados en el careo y después de haber negado los cuatro rotundamente relación con lo sucedido, presentado evasivas y contradicciones en sus declaraciones, uno de ellos, Pedro, confesó haber matado en la cocina de la casa de su amigo a un hombre cuyos datos desconocía.
Hubo discusiones, una gresca y frases y dichos de esos que, en estado de ebriedad, resultan determinantes de acciones imprudentes y descontroladas. En la breve pelea que había complicado al dueño de casa y de algún modo también a las mujeres, Pedro atropelló y hundió dos veces su cuchillo en la pierna del “chilenito”, como se supo le decían los demás. Debe haber producido alguna hemorragia muy fuerte porque el agredido, debilitado rápidamente, falleció ahí mismo.
Tomás, hermano de Pedro, estaba libre pero procesado por un crimen que se había cometido en Boquete Nahuelpan en 1936 y del cual se lo indicaba partícipe o encubridor. Por ello, para no querer tener nuevos problemas con la Justicia, convencido de que ahora iría indefectiblemente a la cárcel, decidió que debían esconder ese cuerpo y guardar silencio todos los presentes, que eran varios. Le ató las muñecas hacia adelante y lo condujo sobre sus hombros por el frío arroyo, varios metros aguas abajo, y cerca de un puentecito de palos lo arrojó a la deriva. De todos modos, el silencio cómplice, por temor a la policía o a los mismos protagonistas, no surtió efecto. Obviamente el cuerpo, tarde o temprano aparecería en las heladas aguas del arroyo Esquel.
Ese asado, al que había concurrido el chileno, alternó entre risas, chistes y música con miradas recelosas, empujones y amenazas propias de un ambiente festivo pero en riesgo permanente de transformarse en tragedia por el consumo excesivo de alcohol.
Tras las declaraciones sumariales, la exhumación y autopsia del asesinado, las lógicas presentaciones de abogado defensor de oficio y fiscal, el juez Wamba falló contra los tres imputados, es decir, ambos hermanos y el autor del crimen anterior cuyo proceso aún estaba abierto.
Por lo macabro del hallazgo y su público comentario, por los sesenta y cinco vecinos llevados a declarar en una sola jornada y la rápida y eficiente acción policial, este caso conmovió al vecindario, más allá que víctima y victimario fueran personajes marginados y en cierto modo también marginales.
Texto del libro “Esquel. Poder, Prácticas y Discursos. 1890-1945” – Prof. Jorge Oriola