En el libro “El Esquel, del telégrafo al pavimento”, se relata la muerte del comisario Rodolfo D. Podestá, asesinado por el periodista Carlos Gago Viera en mayo de 1936 tras una trifulca en un bar. Podestá, apreciado por muchos, tenía una rivalidad con Viera, exacerbada por artículos críticos en el periódico de este último. El incidente ocurrió cuando Podestá encaró a Viera en el bar Armonía, provocando una pelea que terminó en la calle. Gago Viera disparó y mató a Podestá, lo que resultó en su arresto inmediato.
Clemente Dumrauf describe el incidente como resultado de una fuerte discusión, culminando con Gago Viera disparando tres tiros que mataron al comisario. Dumrauf menciona la indignación institucional y el profundo pesar de la población, señalando que Podestá era apreciado por su profesionalidad y bondad.
En su edición del 15 de mayo de 1936, “El Libre del Sur” presentó un extenso comentario, describiendo a Podestá como un héroe y a su asesino como un villano despiadado. El semanario destacaba los discursos y homenajes en el sepelio, mostrando una fuerte conexión emocional entre el comisario y la comunidad de Esquel.
La crónica detallada de “El Libre del Sur” sobre el incidente incluyó testimonios de testigos, describiendo cómo Podestá y Viera se enfrentaron fuera del bar. Según el relato, Podestá intentó arrestar a Viera, lo que llevó a este último a disparar. El comisario cayó herido de muerte y fue llevado al consultorio del Dr. Manghi, donde se confirmó su fallecimiento. La cobertura enfatizaba la indignación y el dolor de la comunidad, reflejando la alta estima en que se tenía a Podestá.
El semanario continuó publicando detalles del funeral y homenajes posteriores, subrayando la figura casi heroica de Podestá y la percepción de Viera como un villano. “El Libre del Sur” destacaba la unidad del pueblo en su luto, mostrando cómo la muerte de Podestá impactó profundamente a Esquel. Se mencionaron discursos, cartas de agradecimiento y la colecta de fondos para rendir homenaje al comisario, evidenciando la gran conmoción causada por su asesinato.
En su edición del 15 de mayo de 1936, “El Libre del Sur” presenta en su portada un extenso y patético comentario del suceso, plagado de calificativos y lugares comunes; sus frases son rimbombantes, el texto es casi una elegía, una extensa dedicatoria tipo enorme epitafio donde el asesinado es casi un héroe de la región, un amigo de los esquelenses, especie de padre del pueblo que lo lloraba copiosamente, y el asesino, al cual en dicha nota no se lo nombra, un Satán despiadado. No se omiten los discursos, varios a lo largo del traslado de los restos, en boca de quienes despidieron a Podestá. En cambio, cuando se realiza la crónica del macabro acontecimiento, se excede en los detalles cual pormenorizado informe policial. Quizás esta dualidad se haya debido a la excelente relación que guardaba el grupo dirigente liderado por el médico italiano Roggero con el infortunado comisario, independientemente de las dotes pasibles de ser reconocidas en dicho funcionario.
La narración también sugiere que la justicia debía prevalecer sin recurrir a la venganza, pidiendo un justo accionar legal contra Viera. La muerte de Podestá, un acontecimiento extraordinario para el pequeño pueblo, fue un evento cargado de emociones y simbolismo, reflejando las tensiones y relaciones de poder en Esquel en la década de 1930.
Bajo el titular “Ante lo irreparable”, el semanario de Roggero dice: “Palpitante aún el hecho brutal e increíble, nuestra mente no atina a pensar y nuestra pluma, anudada como nuestras gargantas en una ahogada expresión de dolor y de rebeldía contra lo irremediable, es torpe para traducir nuestro estado espiritual, para llevar en alas de nuestra página la cruda noticia, que quisiéramos nosotros mismos no creer, pero que se nos presenta a cada instante con su descarnada realidad, que se agiganta cuanto más ahondamos en el recuerdo del que fue nuestro gran amigo, el amigo de todos, que solo supo prodigar bondad en su vida proba, y que ha caído víctima del propio destino, que incomprensible y absurdo, armó esta vez la mano extraviada que epilogó en forma brutal una vida buena para dar comienzo al drama irreparable de los que hoy lo lloran.”
Es obvio que los lectores ya sabían de qué y quiénes se trataba la información; ya había sucedido y aún resonaban los ecos de centenares de comentarios en calles, casas y bares. En una sola y única amplia oración el periodista anunciaba la congoja que extendía democráticamente a todos. ¿Quiénes serían “todos”? Indudablemente, los vecinos, los pobladores; cada uno de los aproximadamente 3.000 ó 3.500 habitantes. No se han leído en este semanario tantas dedicadas y graves palabras por otras muertes de otros vecinos; menos aún si los actores, criminal y difunto, eran pobres, los oscuros habitantes de los suburbios de Esquel. Esta vez era distinto: un periodista había matado nada menos que a un comisario.
En sucesivas ediciones semanales el tema de las honras funerarias siguió cargando las tintas. Discursos, notas, cartas de agradecimiento llegaban y se daban a conocer a la población. Un grupo de vecinos recolectó fondos para rendir un homenaje, uno más, y se anunciaba que en un próximo número se darían, siempre desde el periódico de Roggero, “más detalles sobre esta simpática iniciativa”. También se reprodujeron telegramas con el consabido pésame de las autoridades del Territorio: José Baños, el gobernador, y Venanzio Cambeiro, jefe de Policía.
No podía faltar la crónica del suceso y en la edición posterior a la ya explicitada aparecían los detalles, en parte sobrios como los informes policiales pero a mi juicio personal no exentos de aspectos mórbidos. Con el titular “La tragedia del domingo” el “Libre del Sur” desarrollaba lo ocurrido esa fría y luctuosa tarde de mayo de 1936 en la vereda de un bar céntrico. Los periodistas decían haber llegado pocos instantes después de lo ocurrido, incluso antes del arribo del médico, el Dr. Manghi. Con detalles recogidos in situ “y sin tener en cuenta la reconstrucción del crimen que presenciamos, y que se llevó a cabo el día Lunes a las 16 horas, trataremos de informar a nuestros lectores sobre la forma que se produjo el triste suceso.
Rápidamente llegó al sitio el Dr. Manghi quien comprobó ciertos latidos en el pulso y ordenó llevarlo a su consultorio; de inmediato llegó el Juez Castillo quien fue acompañado por el periodista de la crónica al citado domicilio. “El cuerpo yacía sobre la mesa operatoria ya despojado de sus ropas. La muerte debe haberse producido instantáneamente.”
Esa misma tarde se inició el sumario y numerosos testigos acudían a declarar hasta altas horas de la noche. La autopsia se realizó a la una de la madrugada del lunes a cargo de los doctores Manghi y Despontín. La nota culmina con un lacónico, necesario y tranquilizador dato: “El acusado fue trasladado el día 14 a la Cárcel local.”
Había terminado un domingo trágico. No todos los días se mata un comisario en Esquel. Después, el velatorio, homenajes públicos con discursos, el cortejo, la despedida, el trayecto hacia la lejana morada final y más paradas con más discursos. “El Libre del Sur” acompañó dichos pasos y los reflejó con similar estilo. El título fue “El homenaje del pueblo al que fue su comisario”. En el texto se dice: “Los restos del extinto en horas de la tarde del día Lunes fueron trasladados a la capilla ardiente instalada en el local de la Comisaría en la sala que fue su despacho.
Texto del libro “Esquel. Poder, Prácticas y Discursos. 1890-1945” – Prof. Jorge Oriola