Según dio cuenta el extinto diario “El Rivadavia”, en su edición del 5 de setiembre de 1949, el ferrocarril, para la señora Catalina Arena, no hacía otra cosa que traer desdicha a su vida.
El 4 de setiembre de 1941, cuando su marido el italiano Salvador Constantino se dirigía a su trabajo en YPF, fue arrollado por un coche motor. Según señala el diario Constantino, en sus 18 años de labor en la empresa del Estado, jamás había recibido una sanción ni llamada de atención.
La viuda cobró el seguro mutual de YPF, cuya suma ascendía a $ 6.500.-. Quedó sola con dos hijos menores y un adolescente a quienes mantener. Gestionó una indemnización ante los ferrocarriles del Estado, pero solo consiguió que le den trabajo a su hijo adolescente.
Al cobrar el seguro de la empresa petrolera, le ofrecieron en venta una vivienda en terrenos de los ferrocarriles del Estado, en kilómetro cinco. Invirtió la totalidad del monto de la indemnización en la compra de la vivienda, pero se encontró con una desagradable sorpresa. El propietario anterior debía varios años de alquiler del terreno y del suministro del agua. Debía $ 4.600.-. El caso fue a la Justicia y pocos años después le remataron la vivienda por un precio inferior al que ella había abonado.
Como si fuera poca su desgracia, en 1946 su hijo, que había ingresado a trabajar en los ferrocarriles, murió aplastado por una máquina. Tenía 21 años.
Desde entonces se ganó la vida trabajando de lavandera, pero en 1949 una infección en una mano le impidió seguir manteniéndose por sí misma.
La nota donde se publicó esta trágica historia solicitaba que el ferrocarril la ayude: “¿No sería humano que el ferrocarril del Estado, que le quitó a su marido, un hijo y la vivienda que tenía, contemple su situación? (“El Rivadavia”. 5 de setiembre de 1949).
Texto del libro “Aventuras sobre rieles patagónicos”, de Alejandro Aguado