Isaías Vera fue maestro en escuelas de Chubut pero vivió sus últimos días en Esquel, y la nominación de una escuela con su nombre y apellido buscó honrar no solo al maestro ambulante de otras décadas sino a tantos como él recorrieron la estepa desolada buscando alumnos para alfabetizar y “argentinizar”.
Compartió muchas horas con los indígenas; eran como chicos grandes, señalaba Vera. “No eran malos ni traicioneros. Malos los hicieron. Sobre todo, los comerciantes, que se aprovechaban de ellos. Tenían enormes ganas de aprender y les sobraba inteligencia. Además, en muchos yo vi y sentí su orgullo de ser argentinos. Los Sacamata, por ejemplo, conservaban la bandera Argentina en su toldo, recuerdo de una vez que habían bajado a Rawson y les había sido entregada… la mujer era compañera del indio y también responsable de gran parte del trabajo…”.
Vera también había conocido forajidos, deportados, sujetos de mal vivir, jugadores empedernidos y ladrones. Por ejemplo, en Gobernador Costa los suecos les quitaban todo a los parroquianos y estos debían recuperar sus pertenencias, al ponerse en venta en el mismo boliche. Un tal “Gorra de Mono”, que calzaba revólveres y era jugador y tramposo, fue muerto en una reyerta con armas de fuego. Algunos tenían por costumbre apagar velas a balazos; otros reiteraban la broma de robar gallinas al comisario para luego invitarlo al festín. A un ganadero que se quejaba de un robo de varias “cabezas de ganado”, elegante manera de decir “reses”, le devolvieron precisamente, amontonadas en un pozo, varias cabezas de vacuno. En Colonia Saihueque, en el sudoeste del Chubut, había conocido en carne propia la costumbre de quebrar la noche con balazos, tal vez para atemorizarlo; una noche decidió contestar con su propio revólver con varios tiros al aire, con lo que ganó su propio espacio. Bromas, robos, matonaje, tragedias propias de regiones aisladas, subpobladas, con muchos hombres solos.
Las escuelas ambulantes fueron suprimidas en 1925. Vera pasó a trabajar en la zona fronteriza de Río Pico hasta 1947, cuando el Gobernador del Territorio, Rioboó, llegó a la escuela y ninguno de los maestros lo fue a recibir, fue jubilado por la fuerza. Cosas de la política, diría el maestro. A esas escuelas los chicos llegaban tras largas caminatas o debiendo cruzar el río. En una nota del “Esquel” de los años ’70, Vera opinaba que la región ya no progresaba: se había dejado de sembrar trigo y avena, y ya no funcionaba el molino. Además, consideraba que con la pesca y el paisaje no alcanzaba. Poca afición al progreso, declaraba, escéptico.
Trabajó en la escuela que actualmente tiene el número 51, en el pueblo. Un poblador de apellido Jaramillo había facilitado los materiales para una pieza donde daba clase. Los hijos de la colonia alemana debieron ir a partir de entonces a la escuela oficial. Pero otra historia de amor, ahora personal, aparecía en la recorrida por sus experiencias; en ella participó Juana de la Fuente, maestra cesanteada por la dictadura de Uriburu, había venido a la Patagonia en busca de trabajo docente. Pero en lugar de ser nombrada en la costa, como era su intención, fue a la cordillera, a Río Pico, en 1933. Se casaron en Buenos Aires cuatro años después. Una fotografía que acompañaba un artículo del “Esquel” de 1980 los presenta juntos, ancianos, sonrientes, contando sus anécdotas al periodista. Ella comentaba que otros docentes, también cesanteados en 1930, habían llegado en aquellos años a la región. Tren en Constitución, los Hermanos Paredes desde Jacobacci a Esquel y luego a Gobernador Costa. Bien recibida por gente hospitalaria, luego tomó rumbo para Río Pico.
Isaías Vera volvió a trabajar en Cerro Situación y Los Cipreses hasta 1960, año en que se jubiló definitivamente. Pasaron 42 años de servicios docentes; Vera estaba definitivamente jubilado. Había vuelto varias veces a La Rioja pero siempre regresaba a Esquel.
Textos del libro “Esquel…del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola