Algo interesante ocurrió cuando el asesor envió las medidas mínimas de terreno a adquirir para hacer las instalaciones de la nueva usina, el cual, de acuerdo con lo que indicaba, no debería tener menos de 40×60 metros.
El entonces presidente del consejo administrativo, era un terrateniente que tenía a Madryn totalmente rodeado por sus tierras, y en la mente de todos estuvo la seguridad de que donaría un trozo de tierra para tan magna obra, ya que esto no lo perjudicaría en nada, pues se valorizarían los terrenos lindantes y se resarciría al vender los mismos.
Como este señor no decía nada, no se pudo esperar más y se resolvió solicitar por nota un pedazo de terreno al ferrocarril, el cual disponía de mucha tierra deshabitada y además la nueva usina le solucionaría muchos problemas para sus talleres.
Gran reunión de jefes y más jefes para opinar qué se debía contestar a la comisión de la nueva usina, poniendo punto final a las palabras del jefe de personal con la siguiente frase: “Ya que la mayoría de ustedes opina que debe darse a la cooperativa el terreno que solicita y teniendo en cuenta que firma una nota un señor que tiene a Madryn asfixiado por un cerco de tierras abandonadas, yo no me opongo a que se le ceda la cantidad de tierra solicitada, pero que sea la punta de la Loma Blanca” (en esos tiempos, la tal Loma Blanca era un risco casi inaccesible).
Como la tierra que ofrecía el ferrocarril no servía se decidió llamar a licitación, se entrevistó al señor Parodi y al señor Bordenave, que también disponían de terrenos y los dos contestaron lo mismo: “Pero si nosotros compramos al señor que ustedes tienen de presidente, no podemos estar en el precio de él, ni aun entregando las tierras al costo neto, porque van a haber dos escrituras de por medio”, y se negaron a ofrecer.
Esto hizo que se deba llamar a licitación por el terreno necesario. El día de la apertura, como era de esperar, no apareció ningún sobre, ni del terrateniente que presidía, por lo que se le inquirió el motivo por qué no licitaba y muy sereno contestó: “Aquí tengo el sobre con mi oferta pero si es única, no lo entrego”. Y ante su negativa, fue necesario hacer otro llamado a licitación. Esta vez aparecieron 3 sobres de distintos oferentes aparentes, pues en realidad los había despachado el mismo gerente de la cooperativa, y entonces el presidente también entregó su oferta. Se abre el primer sobre, estaba vacío. Lo mismo el segundo y el tercero. El cuarto, del presidente contiene una oferta por un lote con las medidas mínimas en una manzana de las afueras de la población.
Aunque no era lo adecuado, se le aceptó la oferta, pero la mayoría de los miembros del consejo opinaba que ya que se compraba tierra tan lejos del centro, en lugar de comprar de pedazo tan pequeño se comprara toda la manzana, a lo que aclaró el vendedor que ya estaba todo vendido y hubo que conformarse con ese pedacito de tierra dado la urgencia de comenzar a edificar la nueva usina, pero se solicitó que entrevistase a sus comprador para ver si cedían sus terrenos baldíos a cambio de otros iguales en distintas manzanas y en la siguiente reunión informó que solo dos linderos aceptaban siempre que se les pague una muy abundante recompensa por el cambio.
Como esto no fue posible por razones de contabilidad, se comenzó a edificar en el pedacito de tierra adquirido. Se estaba en esto cuando se apersonó un miembro de la comisión directiva, un pintoresco personaje que decía llamarse Batistoti, informando que tenía para la venta los demás lotes de la manzana 107, linderos a la cooperativa y los ofrecía en un solo lote por comprador, pues esas eran las directivas impartidas por el propietario de tales terrenos y que, además, se debía entregar a la firma del boleto de compra-venta el 25 por ciento del valor sin que conste esta suma en la operación registrada.
Con la urgencia del caso, tal miembro de la comisión reunió a las 15 personas que hacían falta para adquirir la totalidad de los lotes y el dinero para entregar en negro y en la siguiente reunión del consejo directivo pudo presentar a consideración de sus pares, la compra de todos los terrenos faltantes para que la cooperativa quede como propietaria absoluta de la manzana 107.
Fue esta la más larga y agitada reunión del consejo directivo de la nueva entidad, ya que fue necesario pasar por dos veces al día siguiente para poder continuar con la reunión pues, al agrio debate de la cuestión de los terrenos, se sumó la firma de todas las garantías por parte de los miembros del consejo RESPONDIENDO CON SUS CAPITALES PARTICULARES AUN EN CASO DE FALLECIEMIENTO Y HASTA LA TOTAL CANCELACIÓN DE LAS DEUDAS CONTRAÍADAS POR LA COOPERTIVA.
La totalidad de los titulares y suplentes firmaron todas las garantías sin objetar nada, pero el presidente ponía peros y más peros y el tiempo pasaba sin que lo haga, se le caía la lapicera de la mano. Al final, agotadas las excusas y acosado por todos los demás integrantes de la comisión firmó y la usina se hizo…
A todo esto la cooperativa ya tenía su obra casi completa, pero no podía más. La inflación le había tragado la totalidad del crédito y no se conseguía un franco apoyo por parte de la población. Además la gobernación no colaboraba porque casi la totalidad de sus miembros no eran abiertamente simpatizantes del gobierno imperante en ese momento. Pero de golpe todo cambió, una revolución militar hizo caer al gobierno existente y vino de gobernador al Chubut el capitán Sidders, un viejo marino muy práctico y expeditivo y de inmediato colaboró con lo que la gobernación pudo.
Intervino Sidders para que los bancos le ampliasen los créditos para dar fin a la obra, y un día los tres motores Andriz se pusieron en marcha, y por fin Madryn tuvo luz y abundante fuerza motriz, todo realizado por el esfuerzo de su propia cooperativa que no adquirió nada usado, que lo hizo todo nuevo al extremo de ser en su momento la más moderna usina que existía en la Argentina.