Viven en una sociedad que no les ofrece un lugar seguro en una etapa que determinará su futuro y que los afecta más allá de la condición socioeconómica. Pobreza, inseguridad, violencias, la calle perdida, su salud mental en jaque y el sufrimiento insostenible de muchos.
El Día de las Infancias es una jornada de celebración, en que se mima a los más pequeños, cada uno a su manera y como puede. Sin embargo, en el contexto actual, la realidad de muchos niños, niñas y adolescentes (NNyA) deprecia los motivos de festejo. Muchas infancias están atravesadas por situaciones dolorosas y tristes que afectan su desarrollo y opacan esta valiosa etapa de la vida que incluso puede condicionar su futuro
Sin dudas, las más lamentables y dolorosas son la pobreza, el hambre y las violencias que sufren. Pensar en la cantidad de niños que piden un plato de comida que no llegará parte el alma, aunque a veces parece que para muchos, el dato no es más que estadística. Pero son vidas condicionadas y sufrimiento.
Esta semana, los datos al respecto golpearon fuerte. Unicef advirtió que un millón de niñas y niños se van a la cama sin cenar en el país cada día y más de siete millones de chicas y chicos viven en la pobreza monetaria. Ascienden a un millón y medio si se incluyen aquellos que se saltean alguna comida durante el día.
La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) sostuvo: “Quienes viven en situación de pobreza no gozan de manera plena del ejercicio de sus derechos y, por ende, no cuentan con igualdad de oportunidades para acceder a la salud, educación, vivienda, seguridad social u otras prestaciones esenciales para tener una vida digna”.
No se trata solo de que la panza duela de hambre, se trata de un daño irreversible en un momento del desarrollo en que la nutrición será determinante de las oportunidades. En lo inmediato, no se puede aprender cuando la panza hace un ruido ensordecedor, no se puede jugar, no se puede hacer. El sistema inmunológico se debilita y sufren enfermedades. Otros carecen de amor y contención.
El mundo tampoco es un lugar seguro para muchos chicos, independiente de su condición socioeconómica. El espacio público les fue robado en parte por los riesgos de inseguridad, de hecho, muchos sufren robos o agresiones en tránsito a o desde la escuela. El universo virtual tampoco les da garantías: son víctimas de situaciones como grooming (acoso), bullying (también en el mundo real) o extorsiones.
También sufren violencias diversas y para muchos, la vida se vuelve muy difícil de sobrellevar. Según relatos de especialistas en Salud Mental, a los consultorios llegan chicos con sufrimiento psicológico a los 11 o 12 años, incluso en algunos casos antes. Y hay algo aún más doloroso: se han incrementado los casos de autolesiones. El sufrimiento es demasiado, no puede ser invisible.
Sin dudas, hay una enorme deuda con las infancias, en plural, para incluir su diversidad, la riqueza de su individualidad y formas de transitarla. Pero la urgencia es ahora. Lo que sigue es tan solo un resumen de una gran diversidad de situaciones que conforman esa enorme deuda.
Carencias extremas
En el tercer trimestre de 2023 la pobreza infantil alcanzó a 55% de los chicos mientras que la indigencia llegó a 15,7%. Solo traspasar la puerta de una escuela de alguna zona vulnerable permite encontrarse con la cruda realidad que se vive. Docentes y directivos están haciendo malabares para cubrir mucho más que lo pedagógico, saben que sin resolver otras necesidades la enseñanza será una ilusión. Según relatan, hasta allí llegan las mamás a dejar a sus hijos y decirles: “viene sin almorzar”. También llegan sin desayunar, quién sabe si arrastrando el hambre de una noche sin cena. Lo habitual ahora es que muchos chicos se repitan la ración de merienda que les llega.
“Realmente comen con mucha hambre, vemos que ha habido un deterioro importante en los chicos. Lo que veo no es pobreza, sino indigencia”, contó una maestra.
Peor aún es la ausencia del pedido: es que hay quienes tienen vergüenza de manifestar sus necesidades, probablemente porque son los que llaman “nuevos pobres” y por eso no dicen nada. Y aguantan.
Pero además, aseguran que cada vez llegan más chicos con falta de ropa, sin abrigo, con el mismo par de zapatillas y sin útiles. Por eso las maestras dicen que se ha perdido parte de la higiene: hay que vivir con lo puesto.
“Quizás no tienen otra cosa para ponerse, vienen siempre con lo mismo y ahora en invierno la ropa no se les seca entonces no la lavan”, mencionó Cristina Brunetti, directora de una escuela
Parte del cuadro es un aumento del ausentismo en las escuelas porque no tienen ropa o materiales, cómo pagar el colectivo, se enferman seguido o se cambian permanentemente de casa porque su familia no puede solventar el alquiler. Por eso mismo, también muchos viven en un contexto de hacinamiento: es que muchas familias terminan viviendo juntas. Eso también hace difícil hacer las tareas o estudiar. Todas estas situaciones condicionan la continuidad de la trayectoria escolar y los exponen a la marginalidad y las disparidades. De hecho, tal cual ha puesto en evidencia el Observatorio Argentinos por la educación un niño o niña de 3 a 5 años en el estrato social más bajo tiene 3,5 veces menos posibilidades de asistir a un centro educativo en comparación con sus pares en el estrato medio o alto.
Pero aún sin llegar al extremo de la emergencia alimentaria, el estudio de Unicef también muestra que unos 10 millones de chicas y chicos en Argentina comen menos carne y lácteos en comparación al año pasado por falta de dinero. La salud está en juego.
La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) también se ha manifestado: “Quienes viven en situación de pobreza no gozan de manera plena del ejercicio de sus derechos y, por ende, no cuentan con igualdad de oportunidades para acceder a la salud, educación, vivienda, seguridad social u otras prestaciones esenciales para tener una vida digna”. Para aportar más números señaló que hoy en la Argentina, la inseguridad alimentaria afecta al 64,5% de NNyA.
Por Verónica De Vita para Los Andés