El Ejercito del Norte tuvo varios jefes pero los tres principales son aquellos que han llevado las campañas al Alto Perú. Juan José Castelli, Manuel Belgrano y José Rondeau, que es quien ahora nos interesa.
El pobre Rondeau cosechó pocas simpatías entre sus camaradas y los historiadores. Los contemporáneos lo llamaban “el sordo”, por la estampida que le arruinó los tímpanos en el Motín de Las Trenzas. Pero además, sus saldados, le pusieron los motes de “José Bueno” y “Mamita Rondeau” por su debilidad de carácter.
En sus memorias, José María Paz, asegura que en medio de la campaña (“José Buenos” tomó el mando del ejército desde fines de 1813 hasta comienzos de 1816). Nombró asesor letrado a un cuñado que jamás había pisado una facultad de derecho.
Paz comentó que “este personaje ridículo era don Manuel Bernabé Orihuela, que no tenía otro merito que estar casado con doña Juana Rondeau, hermana del General. Sin embargo, no había cursado el foro ni era abogado, consiguió, el General Rondeau, que la Universidad de Chuquisaca le confiriese el grado de Doctor en Jurisprudencia, por apoderado, es decir sin ofrecer exámenes ni pruebas ninguna y sin que fuese personalmente a recibir la borla, haciéndolo otro en su lugar (es decir educación a distancia pero sin educación). Orihuela quedó tan envanecido y contento, que desde entonces jamás dejo de poner ‘Doctor’ en gruesos letrones, antes de su nombre”. Aclaramos que la borla era parte indispensable del atuendo de cualquier graduado universitario. Por lo general se llevaba en el bastón o en el sombrero.
Para encontrar elogios al General Rondeau en las extensas memorias de Paz hace falta un microscopio. En otro párrafo advierte que “he dejado escapar casi a pesar mío, las palabras ‘relajación escandalosa’, y una vez dichas es preciso que al menos diga algo para comprobar su exactitud. No era ni uno ni dos, eran muchos los jefes que tenían públicamente manceba, habiendo algunos tan imprudentes, que cuando marchaban a los cuerpos, las colocaban habitualmente a su lado a la cabeza de la columna”.
El 20 de octubre de 1815, el ejército de Rondeau sufrió un duro revés al Sur de Oruro, en Venta y Media (donde se perdieron unos 300 hombres y Paz recibió una herida que lo dejó manco). La fuerza patriota estuvo a punto de ser liquidada en los días siguientes, pero una espantosa nevada -¡a fin de octubre!- privó al General Pezuela de semejante victoria. La tropa de Buenos Aires aprovechó esa oportunísima situación para trasladarse a una zona menos expuesta. La primera movilización era la del hospital más los enfermos, la vituallas, provisiones y municiones; recién al día siguiente se movilizaría el ejército.
Continúa Paz: “Yo, en un estado de bastante postración a causa de mi herida, tuve que ser de los primeros (en partir). Muchos jefes que con el mayor escándalo llevaban concubinas, tuvieron que hacerlas adelantar con los bagajes; de modo que se vio el estrecho camino que seguíamos atrabancado de enfermos, de cargas, de equipaje y de mujeres de distingo rango, a quienes servían y acompañaban escogidas partidas de soldados”.
El manco Paz paró en una posta. “Cuando pedí víveres y forrajes para mis cabalgaduras, me contestó el indio encargado de suministrarlos que no los había, porque todo lo habían tomado los soldados que traía la Coronela tal la Teniente Coronela cual, etc.. Efectivamente, vi una de esas prostitutas que, además de traer un tren que podía convertir a una marquesa, era servida y escoltada por todos lo gastadores de un regimiento de dos batallones. Esto sucedía mientras los heridos y otros enfermos caminaban, en un abandono difícil de explicar y de comprender”.
El 29 de noviembre sobrevino el encuentro en la Pampa Alto Peruana de Sipe Sipe (los realistas llamaban a ese lugar Viluma), que marcó el fin de la aventura hacia el norte. Con más apuro que organización, y más pánico que templanza, las tropas retrocedieron demasiado. Terminaron apostadas en la ciudad de Tucumán. Un viajero sueco, Juan Adam Graaner (ostentaba 15 años en los ejércitos de su nación y demostró sus intenciones de sumarse a las huestes independentistas, aunque no llegó a concretarlo), visitó el campamento de Rondeau en Jujuy, cuando éste se debatía entre retomar el avance o proseguir el retroceso.
En una carta al Rey Carlos XIV de Suecia, le describió la escena: “Al General Rondeau le hice una visita en su campamento cerca de Jujuy. Me recibió en su tienda de campaña donde estaba instalado de una manera bastante oriental, con todas las comodidades de un serrallo. Entre multitud de mujeres de todo color, diciendo que en país tan devastado y en víspera de un día de batalla, debía excusarlo si no podía ofrecerme los placeres que pueden encontrarse en un cuartel general de Europa”.
El sueco Graaner tuvo el privilegio de asistir a las históricas jornadas de la Declaración de la Independencia porque en ese tiempo se hallaba en Tucumán. En su correspondencia detalló: “Cuando Belgrano reemplazó a Rondeau en el comando de las tropas, se encontró con que cada oficial mantenía una o varias mujeres en el campamento y que el equipaje de un subalterno ocupaba a menudo de 30 a 36 mulas. Actualmente, con el mando de Belgrano, todo ha cambiado: cantidad de Oficiales han sido dados de baja, las mujeres y las mulas de equipaje han desaparecido de la escena; las comedias, los bailes y los juegos de azar han sido desterrados. Todos esos abusos se habían dejado sentir bajo el comando de Rondeau pero en las tropas del severo Belgrano no habían sido tolerados.
Párrafos extraídos del libro: “Historias de Corceles y de Acero” – Daniel Balmaceda