«Te llamarán por la mañana. Es el único horario posible, porque el régimen corta internet entre las 14.00 y las 22.00 horas, cuando la gente está manifestándose en las calles». Como si de una novela de John le Carré se tratase, estas conferencias semiclandestinas son una de las pocas armas que les quedan a las iraníes, y también a los iraníes, para hacer visibles las protestas que incendian estos días las calles del país.
La mecha de este movimiento contra la opresión del régimen fue la muerte de la joven kurda Mahsa Amini el pasado 16 de septiembre después de ser detenida por la Policía de la Moral por no llevar puesto el velo de forma correcta. Pero estas revueltas se han convertido ya en un clamor a favor de la libertad y los derechos humanos.
“Nunca había visto tanta solidaridad entre mujeres”
«Continuaremos en las calles hasta que esto acabe», dice con una firmeza pasmosa una voz al otro lado del teléfono. Es la de Nina (nombre ficticio), una veinteañera que lleva tres días sumándose a las manifestaciones que recorren más de cien ciudades en 31 provincias, según la oposición. Cerca de Teherán, relata con orgullo, en las marchas hay mujeres y hombres de todas las edades. Y de todos los estratos de la sociedad.
35 personas. Es la cifra de fallecidos en las protestas que reconoce el régimen iraní. La oposición habla de más de cien.
No se dejan amedrentar, al menos por el momento, por la represión. Y no porque no sea contundente. El presidente Raisi anunció ayer a través de los medios gubernamentales que Irán debe «actuar con decisión contra aquellos que se oponen a la tranquilidad y seguridad del país». La televisión iraní habla de que al menos 35 personas han perdido la vida en las manifestaciones, aunque la ONG Iran Human Rights eleva esta cifra a 50 y la oposición iraní insiste en que supera los cien. Los heridos y arrestados se cuentan por centenares. «Ayer vi con mis propios ojos cómo agentes de la policía pegaban a una chica muy joven. A mí me dispararon y me hirieron en la espalda y otros sitios. Pero eso no me va a parar», subraya Nina.
No quiere ni pronunciar la palabra miedo, para alejarlo de sus pensamientos. «Claro que lo tengo», admite Nina, obligada a repetir sus argumentos más de una vez por la mala cobertura. «Pero cuando voy a las manifestaciones por un momento se me olvida, porque puede más la creencia de que hay que hacer algo. Nunca había visto tanta movilización y solidaridad entre las mujeres como ahora”.
«No seremos más víctimas de la opresión y la tiranía»
Dentro y fuera de Irán. Porque allá donde no llegan las voces de las iraníes que siguen en el país se oyen las de sus hermanas en el exilio. Las imágenes de mujeres cortándose el pelo o quemando sus hiyab en protesta por las muerte de Mahsa Amini, ya sea en la calle o en su propia casa, llenan las redes sociales de feministas de medio mundo. La imagen de Nasibe Samsaei cortándose la coleta frente a la embajada iraní en Estambul se ha convertido ya en un icono de la lucha: «Me corté el pelo para mostrar mi enfado con mi anterior gobierno. Decidí destruir la misma parte de mi cuerpo por la que ellos castigaron a Mahsa Amini. Con nuestras propias manos nos cortaremos el pelo para liberar nuestro cuerpo de la dominación. No seremos más víctimas de la opresión y la tiranía. Con estas acciones intento estar al lado de mis compatriotas en mi exilio forzado», explica.
Como activista por los derechos de las mujeres y contra la imposición del hiyab, Nasibe Samsaei conoce perfectamente las consecuencias de esa represión. Pasó varios meses en la cárcel y, tras salir en libertad condicional, volvió a ser condenada a doce años de cárcel, así que decidió huir del país a través de las montañas que separan Turquía e Irán. «Las mujeres en mi país soportan cada día restricciones duras y agotadoras«, subraya Samsaei mezclando el inglés y el farsi con un traductor digital, decidida a hacerse entender pese a su »pobre inglés«. »Están apagando internet y disparando a compatriotas como en las protestas de 2018. Pero espero que esta vez más gente se una y ganemos. Ningún iraní honorable quiere la República Islámica. Deberían renunciar y devolver Irán al pueblo«.
Las protestas del pasado y la guerra digital
Que a las jóvenes y iraníes, y también a los jóvenes, no les falta valor ya quedó demostrado cuando en 2009 se arriesgaron frente a uno de los regímenes más represores del planeta a dar la cara en una «Marea Verde» (Mowj-e-sabz) en defensa de sus libertades que fue precursora de lo que luego, a partir de 2011, recorrería Túnez, Egipto o Siria, en una sacudida tan ilusionante como fallida que dio en llamarse la «Primavera Árabe». Que a las iraníes, y también a los iraníes, no les acompaña la Historia ni la comunidad internacional, lo revela no obstante que aquella protesta se saldó con muertos en las calles –nunca se ha sabido el número real–, ejecuciones y prisiones perpetuas, que el retrógrado régimen de los ayatolás podría estar, por qué no, replanteándose en silencio para aplastar las protestas del velo.
Por si sirve de indicio, que lo es, Teherán empezó el miércoles a restringir el uso de internet en un intento por abortar manifestaciones, reuniones, encuentros, como ya se hizo en el 2009 para tratar de cercenar la primera revuelta, que por algo también se denominó «la revolución de Twitter». Así el mundo no puede conocer lo que está pasando allí y la población tampoco puede organizarse entre sí para movilizarse.
Pero a los manifestantes les han surgido también poderosos aliados: Anonymous, dispuesto a hackear las páginas del gobierno y dar soporte informático a los manifestantes, y Elon Musk, quien, después de que el gobierno de Estados Unidos se mostrase dispuesto a ampliar los servicios de internet disponibles para el pueblo iraní, anunció que iba a activar su Starlink, una constelación de satélites proveedores de internet
«El hiyab es un reflejo de la esclavitud diaria de las iraníes»
Las iraníes de este siglo son las hijas de las mujeres que en los 70 vestían tacón alto y minifalda ye-yé a lo Conchita Velasco. Hasta que triunfó la Revolución de Ruhollah Jomeini de 1979 con ese rigorismo implacable que la República Islámica no afloja más de cuarenta años después, por ejemplo reclamando este verano la participación en una jornada de ‘manifestaciones con hiyab’ en estadios y plazas «para honrar, celebrar y promover» la noción musulmana de tener que cubrirse la cabeza.
En un desafío que no se llegó a consumar del todo, las mujeres convocaron a la desobediencia civil el 12 de julio bajo el hashtag #No2Hijab, lo que finalmente se tradujo en docenas de vídeos y fotos en redes sociales donde las iraníes, –convenientemente anonimizadas con seudónimos y gafas de sol XXL– aparecían melena al viento, sin pañuelo alguno. «Mi querida República Islámica, estoy conmemorando el Día Nacional del Hiyab y la Decencia», escribían con sarcasmo.
A Shohreh Bayat, jugadora de ajedrez y árbitro internacional, fue precisamente una foto suya con el hiyab mal puesto publicada en la prensa internacional la que le impidió volver a su hogar. Eso mismo que a Mahsa Amini le ha costado la vida. «Me pidieron dar un paso a un lado, pero decidí ser yo misma, luchar y no llevarlo nunca obligada», plantea por videoconferencia. Ahora vive en Londres, aunque su marido y su familia siguen en Irán. Eso es, sin duda, lo que más le pesa. «El hiyab, visto así, se convierte así en un reflejo de esa esclavitud diaria que viven las mujeres en Irán. Y tiene efectos en todos los niveles de tu vida».
Ella ya había participado en otras manifestaciones hace años, en la Universidad de Teherán, pero cree que en este caso el hartazgo parece ya generalizado e insostenible. Ya entonces la movilización de los policías era asfixiante. «Hay momentos en los que pese a todo sabes que tienes que protestar. La gente cada vez es más valiente. Estamos ante un momento histórico. El pueblo iraní se está expresando pacíficamente y están recibiendo una represión brutal y violenta», cuenta esperanzada.
«Lo que vivíamos es como la muerte»
Ni en el exilio pueden sentirse seguras. Faravaz Farvardin, que vive desde hace cinco años en Alemania después de ser perseguida en su país por ganarse la vida como cantante, confiesa que tiene fobia al verde, el color de los uniformes de la Policía de la Moral. Ver cómo situaciones cotidianas para las chicas occidentales son motivo de cárcel para las iraníes les exaspera cada día. «Hay tantos artistas iraníes en el extranjero deprimidos, confundidos, que no se sienten a salvo ni en otro país…«, denuncia. »Hay muchos padres que, al contrario que los de Mahsa, no saben ni qué ha sucedido con sus hijos«, lamenta entre lágrimas. Se disculpa rápidamente, pero acaba de leer las escasas noticias que llegan desde Irán y no encuentra consuelo.
Solo se le ilumina la cara cuando habla de la valentía de sus compatriotas, sobre todo de las mujeres: «Es la mayor protesta feminista que ha habido nunca. Nunca había habido tantas mujeres y tan valientes. Era un sentimiento de indignación que ha explotado ahora, porque lo que vivíamos es como la muerte. Además, sienten que es la primera vez que fuera les están mirando, y eso les da más seguridad para mostrar aún más poder»
«No recuerdo a ninguna mujer iraní que no haya tenido la misma experiencia que Mahsa»
Aunque Mariam S. huyó a Madrid junto a su marido hace veinte años, hartos los dos del régimen del miedo de los ayatolás, ni siquiera ahora se atreve a revelar del todo su identidad «por la seguridad de la familia». Nada de fotos tampoco, por tanto. «No puedo recordar a ninguna mujer iraní que no haya tenido la misma experiencia que Mahsa», admite Mariam. A ella, poco antes de que decidiese salir del país, la Policía de la Moral la arrinconó, amenazándola con llevársela a comisaría porque entendían que la túnica que vestía era «un poquito corta». «Me dijeron que o me iba a casa o que me acusarían de ser espía de Israel», recuerda. En 1981, dos años después de la revolución de 1979 que empujó a Irán a la Edad de Piedra de los derechos humanos, los guardianes de la decencia también la sacaron a ella y a una compañera de colegio de un taxi para advertirles a empujones de que la amiga no llevaba el velo como debía.
El miércoles dejó de tener noticias el miércoles, cuando el gobierno empezó a cortar el acceso a Internet. Sí reproduce Mariam en conversación telefónica con este diario el mensaje que le pasó a tiempo una de sus sobrinas, un mensaje sobrecogedor que al parecer se ha enviado «de forma masiva por todo el país, en el que pone ‘A través de las cámaras le hemos reconocido en una concentración ilegal contra el régimen, por lo que su nombre está registrado en el juzgado’». La intimidación está en marcha.
«Lo que estamos sufriendo con este régimen dictatorial teocrático es el terror. La mitad de la población no existe, las mujeres, con la sharia que aplican son propiedad de un hombre. Torturan a las mujeres, hasta que esta vez se les ha ido la mano…«, explica Mariam. Hace tres semanas, relata, la televisión pública, propaganda oficial, mostró a una joven a la que obligaron a pedir perdón por haber plantado cara en un autobús a otra que le reprochaba por llevar el velo mal puesto. Los pasajeros grabaron con sus móviles cómo defendía su libertad, lo difundieron. »La atraparon, la torturaron, la pegaron brutalmente, acabó en el hospital«. Una Mahsa más. Todas son Mahsa.
«Los iraníes de fuera tenemos que ser la voz de los que están dentro», clama esta mujer, que se duele de que en las alfombras de la ONU se reciba estos días al jefe de esta República Islámica, Ebrahim Raisi y la comunidad internacional no se involucre para socorrer a los iraniés. «España y otros países tienen que exigir que no se reconozca a ese presidente, ¿cómo pueden reconocerlo?«, se pregunta. Este clamor se repite en cada conversación con estas valientes iraníes. No esperan que Occidente acuda en su ayuda, pero al menos sí que las organizaciones no gubernamentales ayuden a sus heridos y detenidos y visibilicen que esta es una guerra »muy desigual«.
«El régimen está recibiendo el mayor golpe de quien menos esperaba»
Todas ellas coinciden en que esta «revolución de las mujeres» lleva esperanza a un pueblo agotado por la represión de un régimen donde los derechos fundamentales son una quimera y la crisis económica provocada por la inflación, desbocada en los últimos meses.
«Lo que está pasando es extraordinario. Las protestas están llegando más lejos que nunca. El pueblo está preparado para pedir su libertad, para un cambio. Y las mujeres iraníes están en primera línea», señala Elham Zanjani, miembro del comité de mujeres del Consejo Nacional de Resistencia de Irán. Lo que le parece casi justicia poética es que el régimen esté recibiendo «el mayor golpe» de las más oprimidas, aquellas «con las que nunca contó». Porque no es solo la Policía de la Moral. En Irán hay «hasta 70 tipos distintos de fuerzas de seguridad«, insiste.
Los iraníes, concluye, no esperan que nadie, excepto ellos mismos, cambien su historia. Pero pide que su mensaje se difunda por todo el mundo. De mujer a mujer. De hermana a hermana.