domingo, 3 de noviembre de 2024
El maestro Wilfredo Negrete Jaldin habla con sus alumnos durante una lección en su casa en Aiquile, en el departamento de Cochabamba (Bolivia)

Recordar los días de la pandemia cuando el encierro fue más estricto, para muchos trae una imagen similar: turnarse entre trabajar sentado frente a una pantalla y dedicarle un tiempo a cocinar, lavar y hacer aseo. Pero para las profesoras y los profesores de colegios de América Latina, la región del mundo que más tiempo permaneció con las escuelas cerradas, a esta rutina se sumó una presión mayor: encargarse de la educación y el bienestar de 20, 30 o más niños o niñas cuando muchas veces ni los podían ver. Tener que inventarse herramientas para dar clases de manera virtual, por mensajes de texto o de Whatsapp, a pesar de que un gran porcentaje de los docentes nunca había recibido formación para ello y no todos sus alumnos podían conectarse a internet.

“Estas no fueron realmente clases a distancia, sino una pedagogía de emergencia”, es como resume el panorama Ilich Silva Peña, doctor en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile y quien ha dedicado parte de su investigación a la formación docente. “A los profesores les tocó intentar resolver lo que el Estado no pudo, inventar sus propias políticas educativas y no nos hemos preocupado al día de hoy por entenderlos como personas que también sufrieron con el encierro”, asegura.

Tras realizar dos estudios junto a sus colegas, uno con 16 maestros de Chile y publicado en Education Science, y el otro con seis profesoras de educación básica en Honduras y divulgado en la Revista Internacional de Investigación en Educación, el equipo encontró que, entre docentes, la pandemia agudizó varias brechas, mientras que otras se hicieron visibles. A la adaptación casi improvisada de las tecnologías que les daban los colegios, se añadió tener que priorizar la flexibilidad académica y el apoyo a sus estudiantes por encima de las labores administrativas e, incluso, de su vida personal. Sin embargo, en general, no los hicieron partícipes de la toma de decisiones en los colegios, ni les dieron mayor apoyo desde las directivas. Además, como a un gran porcentaje de la población, se les extendieron las jornadas de trabajo.

“Tenemos que proporcionar a los estudiantes apoyo emocional. Incluso los domingos tres o cuatro estudiantes me llaman llorando. Tienen problemas, están angustiados”, fue uno de los testimonios que les dio una maestra chilena. “Yo tengo dos padres de familia que apenas su hijo está en segundo grado conmigo, y ellos no saben leer ni escribir”, también les señaló una de las profesoras de Honduras.

Una maestra revisa una guía de evaluación mientras los estudiantes realizan un examen para ingresar a la escuela secundaria, en Ciudad Juárez, Estado de Chihuahua (México)

Para Daniela Trucco, oficial superior de Asuntos Sociales de la División de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (Cepal), además de la crisis, la disrupción de los colegios por la pandemia dejó en evidencia una suerte de paradoja. “Desde antes de la covid-19, las áreas en las que los docentes pedían más formación siempre fueron, precisamente, tecnología digital y el apoyo socioemocional”, asegura. Durante la pandemia —e incluso ahora, tras meses de regreso a clases presenciales— hay unas señales claras de que es una demanda pendiente. Sobre todo, la última.

“En la región hemos vivido la mayor crisis educativa de los últimos 100 años. El impacto ha sido tan gran grave que la recuperación postpandemia no puede significar volver a lo mismo”, dice por su parte Claudia Uribe, directora de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la Unesco. En ese sentido, llama a los países a “renovar sus esfuerzos para contar con un número adecuado de docentes calificados, con acceso a una formación inicial de calidad y a un desarrollo profesional continuo, con contratos y remuneraciones adecuadas, además de reconocer su autonomía, liderazgo y capacidad de innovación ampliamente desplegada durante el cierre de escuelas”.

Según una serie de encuestas realizadas por el Instituto Península de Brasil a alrededor de 2,2 millones de docentes en marzo de 2020, —tras dos semanas de la suspensión de clases presenciales— y en mayo, agosto y noviembre del mismo año, su salud mental empezó a entrar en juego. Mientras que para mayo solo un 35% del grupo encuestado dijo sentirse cansado, para noviembre la cifra subió a 57%. Una trayectoria similar se vivió con la sensación de sobrecarga, que pasó de 35% a 58% para los mismos meses. En cuanto a la pregunta de si se sentían felices, la cifra nunca despegó mucho: solo un 8% respondió que sí en mayo y un 7% reportó lo mismo para noviembre.

“Por todos lados se dice que los maestros son superhéroes”, comenta Elisa Guerra, profesora y fundadora del Colegio Valle de Filadelfia, en México, y parte de la Comisión Internacional sobre los Futuros de la Educación de la Unesco. “Pero no nos confundamos. Somos humanos y cuando la gente nos cuelga este letrero de superheroínas y sabes que por dentro te estás desmoronando, ese letrero resulta más pesado”, agrega. Para Guerra, además, la mayor carga la han tenido que vivir las profesoras, las docentes mujeres.

A las labores del cuidado del hogar y de los hijos – si tienen-, se agrega la de cuidar a los alumnos. Una idea que comparte el chileno Silva, asegurando que la brecha que más se visibilizó y agudizó fue la de género. “Por el mismo sistema patriarcal que asume que la mujer debe hacer la mayoría de labores del hogar y de cuidado, el tema para las profesoras fue más complicado”, explica. Por esto propone que el paso más importante que se debe dar ahora que abrieron los colegios es protegerlas, cuidarlas como personas.

Los retos de las profesoras y profesores con el regreso a clase en América Latina

La maestra Guerra cree que “así como los ríos tienen memoria, parecería que los colegios también”. A pesar de que durante el encierro se dijo que era un momento para transformar la educación, hay una sensación de que la inercia está llevando a las escuelas y docentes a repetir lo mismo. A ella, por ejemplo, le preocupa que con los niños y niñas mayores, así como con adolescentes, se esté generando mucha presión para que recuperen los contenidos que no vieron apropiadamente durante esos casi dos años. “¿Realmente es tan grave que no vieran una o dos unidades de las cinco de ciencias sociales? ¿No habrán adquirido otro tipo de aprendizaje durante la pandemia? Porque me inquieta que bajo este argumento de recuperar y llenar los huecos que quedaron se genere una tensión sobre los docentes llevando a la sobrecarga curricular”, comenta.

Un maestro de educación primaria da una clase durante la pandemia de la covid-19, en Argentina

Lo clave, agrega, es que la educación en los mayores se concentre en técnicas de estudio, autoaprendizaje y en cómo manejar el tiempo. En cuanto a los niños y niñas que vivieron la pandemia durante edades clave, como la de aprender a leer, explica que, en cambio, sí es urgente llenar ese vacío.

Lograrlo, claro, implica que profesoras y profesores estén bien. Por esto Silva dice que en el sector educativo, antes de lanzarse a volver a estudiar, hay que tener una conversación pendiente. “Del miedo y de la tristeza no hemos hablado. De cómo volver a clase después de dos años en que la corporalidad no existió, tampoco”, cuenta. Entre los varios pendientes que tiene la educación en América Latina parece haber uno clave, y es el mismo que los profesores pidieron incluso antes de la pandemia: la formación socioemocional.

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