martes, 3 de diciembre de 2024

En chile fue el araucano Lautaro quien aprendió y difundió los secretos del caballo, capturado por españoles de chico, aprendió en las haciendas de estos los secretos de amansarlos y domarlos. Cuando no hubo ya nada más que pudieran enseñarle, huyó con una tropilla, y para cuando los españoles volvieron a verlo, fue en circunstancias muy diferentes: regresó al frente de un ejército de nativos montados, preparados y dispuestos a atacar. De este lado de la Cordillera, el indio se fue acercando lentamente a las tropillas salvajes, ariscos caballos que deambulaban libres por todo el territorio. Eran caballos de origen árabes y berberiscos que lograron sobrevivir por su rapidez a los ataques de los pumas, y pudieron evitar ser devorados por los indios.

Los tehuelches septentrionales tampoco se quedaron atrás, fueron los primeros nativos en amansarlos y montarlos, a partir de allí, el cambio cultural ocurrido durante el siglo XVII en las tribus aborígenes, se produce lo que se conocerá como “Horse Complex” o Complejo Ecuestre.

En indio empezó desde chico a estar cerca del caballo, todo el día estaba con ellos. su domino fue total y su incorporación llegó a formar parte de los ritos religiosos, especialmente en le camaruco. Hay infinidad de párrafos en los libros del perito Moreno en donde se describe la destreza y habilidad admirables adquiridas por los aborígenes. Como consecuencia de esto se fue desarrollando una raza cuya resistencia era inigualable, cuando un indio escapaba a caballo, se sabía que era imposible capturarlo y mucho menos seguirlo con caballos no indígenas.

Durante la primera etapa de la “Campaña del desierto”, en noviembre de 1878 la columna al mando del general Villegas va rastreando y persiguiendo al aguerrido cacique Pincen. El cacique sabiéndose seguido de cerca, apenas puede desmontar y descansar, cada noche su sueño es sobresaltado y lo obliga a otear el horizonte. En la medianoche del 4 de noviembre nota que su caballo pampa, atado a una estaca frente al toldo, levanta cada tanto su cabeza orejeando para el lado de los cristianos. Solo tenía a su fiel caballo para tomar distancia de la muerte, durante el día el caballo del cacique no dio señal alguna, algo estaba pasando que aún no comprendía del todo pero en la noche el animal volvía a inquietarse, daba vueltas y levantaba alta la cabeza, olfateando el aire. Ya entonces no le quedaban dudas: Villegas avanzaba de noche y durante el día se ocultaba en los montes.

Para 1908 Emilio Solanet, hijo de un acaudalado estanciero francés, recibe una partida de ganado vacuno que había sido arriado desde 1600 kilómetros desde la Provincia del Chubut. Observando a los rudos jinetes gauchos que descendían de los indios, y habían atravesado territorio patagónico, advirtió que montaban caballos de pelaje áspero, y que a pesar del largo viaje, permanecían frescos y vivaces. Al parecer no fue mucha la información que don Emilio logró sacarle a los taciturnos paisanos, pero con esa escasa información comenzó a investigar el origen de los animales. Para el verano de 1911 recorrería la Patagonia en busca de las tolderías tehuelches o mapuches, de donde provenían las tropillas que habían llamado su atención. As cruzó el valle de Chubut, del Senguer y del Genoa acompañado por el poblador de Colonia Sarmiento Adan García, con el recorrió las orillas del Senguer en una búsqueda lenta, entré en las tolderías,  preguntó y observó las caballadas de la zona.

Un día desmontó frente al toldo de Juan Shacqmatr (o sacamata), quien para su suerte hablaba “cristiano”. Leugo de elegir algunos caballos, convenció al cacique que lo guiara a través de los valles que ya había recorrido en busca de otros caballos y que a su vez oficiara de intérprete. Luego de una intensa recorrida, compró caballos a los indios de Buen Pasto, y de Alto Apulé, lo mismo hizo con el cacique Liempichúm.

Dos viajes más realizó Solanet en la Patagonia en los años 1912 y 1919, volvió para seguir recorriendo la zona en busca de caballos.

Desde entonces, esos 84 caballos que se llevó Solanet de la Patagonia originaron todos los caballos de raza “Criollo” que actualmente están en Argentina. Para el segundo viaje salió con la tropilla desde la confluencia del Río Mayó con el Senguer, en esa oportunidad había sido comprado al cacique Liempichúm, quien a su vez los había capturado de las tropillas salvajes que recorrían el valle de Genoa. Los caballos de Liempichúm llevaban la marca del corazón que luego se harían famosas en las exposiciones de Palermo. La revista “Raza criolla” en su número de julio de 1979 reproduce varias fotografías de la caballada en su paso hacia el Río Chico.

Para 1928, otros caballos de esta raza darían que hablar al mundo: el maestro de escuela suizo, Aimé Félix Tschiffel había cumplido sus recientes 3 años. Avanzando con su caballo su rostro curtido por el sol y a la intemperie, vestido con un atuendo gauchesco y llevando su ancho sombrero, llamaba la atención de los ciudadanos norteamericanos que se había reunido en las calles para observar pasar a quien transitaba por esos últimos 8 kilómetros que lo separaban de la meta final  de su viaje: Unir Buenos Aires y Nueva York a caballo.

Había recorrido durante dos años y medio los 15000 kilómetros que separaban el punto de partida al de llegada, y se acercaba con los mismo dos caballos con los que iniciara el viaje. Los caballos eran llamados mancha y gato, y descendía de una raza originaria que había sido encontrada en la Patagonia.

El alcalde de Nueva York entregó ese día al jinete las llaves de la ciudad. La ceremonia fue por el viaje a caballo más largo de la historia. Hombre y caballo había cruzado algunas de las regiones más inhóspitas de América, sus inseparables compañeros “Mancha” y “Gato” pertenecían a la “raza criolla” que habían sido elegidos en el Haras “el Cardal” del señor Emilio Solanet, quien, como antes decíamos, había seleccionado y estabilizado una raza reconocida como criolla, cuya descendencia venía de caballos españoles que se habían criado como animales salvajes en la Patagonia, desde 4 siglos antes.

Tschiffel había pasado dos meses en la estancia del señor Solanet familiarizándose con los caballos, aprendió a cuidarlos y realizó recorridos cada vez más largos con el fin de reconocerse hombre y caballo. “Gato” tenía entonces 15 años cuando fue elegido para el viaje, una edad en que otras castas ya no se espera demasiado de estos animales. Su viaje se inició el 23 de abril 1925 y luego de una ardua travesía, en donde debió sortear montañas y zonas selváticas, climas diversos, puentes colgantes y todo lo que uno pueda imaginarse, escribió un libro, el primero de sus dos libros de viajes donde contaba la hazaña. Allí reconoce el origen Patagónico de esos animales.

Unos años más tarde, 1936,  vuelve al país para recorrer la Patagonia, pero esta vez en un auto de la época, un Ford A. En esta nueva aventura lo primero que hace es dirigirse hacia Ayacucho, en donde están ubicados los campos de Solanet, allí se produce el emotivo reencuentro con “Mancha” y “Gato”, los dos caballos pastaban apaciblemente entre otros animales encerrados en un corral, cuando Tschiffel se acercó. Había pasado 7 largos años desde aquel viaje hasta ese momento, cuando se apoyó en los sólidos postes, no le costó nada reconocer las formas y el color de sus caballos, y desde una distancia de 50 metros gritó sus nombres: di inmediato ambos se dieron vuelta y observaron con la cabeza erguida y los hoyares dilatados. El viajero cruzó la tranquera y les habló, los caballos se acercaron con lentitud y cuando le acarició la ancha frente a “Mancha”, los dos lo olfatearon de arriba abajo. No pudo ocultar su emoción. Para ver hasta que punto recordaban los pequeños trucos que les había enseñado en su largo viaje, se paró de frente y chasqueó los dedos, el animal levantó la pata delantera y se dejó inspeccionar el casco, luego repitió ruido, pero esta vez debajo del animal, levantó entonces la pata trasera ante la mirada atenta de los demás gauchos. Así 10 años atrás revisaba sus cascos para  observar si había algún objeto duro que pudiera molestarles en las travesías.

El fondo común de esos caballos proviene de las cercanías del Río Senguer… y deriva de unas mentadas tropillas de la marca del corazón del cacique Juan Sacamata. Adquiridos allá los mejores animales, estos fueron trasladados a la estancias y Haras El Cardal, donde procrearon en buenas condiciones y resultaron venero de la raza criolla sistematizada por los criadores” Leopoldo Lugones.

Fragmento del libro “Gobernador Costa, historias del valle de Genoa”, de Ernesto Maggiori

 

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