Los volcanes son venerados por los mapuches. Allí habitan los espíritus positivos y benéficos. Al Villarica le denominan Ruca Pillan (la casa de los espíritus), en una traducción literaria y textual a la vez. Los cerros altos comunican a la tierra con el cielo y las nieves altas a las aguas de arriba con el mar. Son vasos comunicantes físicos y espirituales que van marcando a hombres y territorios. En la Rogativa Onguillatùn, la Machi golpea un tambor, denominado Cultrun, en el que están marcados los cuatro puntos cardinales. Pone banderas de color azul y pinta con azul añil las caras de los participantes. De este modo se predisponen a restablecer los equilibrios rotos.
Hicieron sacrificios y se calmaron las aguas. El mito conduce al rito. Se congregan las personas alrededor del Rehue. Allí se inicia el canto cadencioso al ritmo del tambor ceremonial. Las personas bailan hasta el momento en que la Machi o el oficiante inicia su trance, su transposición a otra realidad, diferente de la cognitiva cotidiana. El estado de levitación sube los peldaños del Rehue o escalera que va al cielo, y su voz se transforma y expresa palabras ininteligibles para los seres humanos. El dungu machife, cuya función es traducir las palabras que caen del cielo, va cantando el mapuche comprensible para la audiencia lo que escucha de la mujer o a veces del hombre, el “estado alterado de conciencia”. La voz de las estrellas resuena en la tierra. Hay un llamado a la conversión, a expulsar a los huincas del territorio invadido, a no dejarse arrastrar por su cultura.
Fragmento del libro “Historia de los antiguos mapuches del sur”, de José Bengoa