miércoles, 4 de diciembre de 2024

Los Vorogas constituían una parcialidad de la cultura Araucana en su rama Mapuche, y se puede situar su ingreso en el actual territorio argentino hacia el año 1818 cuando se instalaron en la zona de Salinas Grandes.

Su denominación (también conocidos como Voroganos o Voroanos) provenía de su lugar de origen en Chile, Vorohué, cuyo significado es “gente del lugar de los huesos”.

Estas comunidades que habían luchado junto al Cacique Pablo hasta 1834, cuando fueron aniquilados por Calfucurá, en la laguna de Masallé, intervinieron en múltiples acciones a lo largo de la línea fronteriza, acompañando a los hermanos Pincheira y otros exiliados chilenos.

En 1827, los Caciques Ignacio Cañuquir y Mariano Rondeau reciben a José Antonio y Pablo Pincheira y sus hombres, que buscan refugio perseguidos por el Brigadier Chileno José Manuel Borgoño.

A principios de 1829, con una fuerza respetable, los Pincheira se aproximan a Carmen de Patagones y la rodean. El Gobernador Oyuela desconoció a los emisarios enviados y procedió a su ejecución, lo que puso en serio riesgo al poblado, que a partir de ese momento fue abandonado por parte de sus habitantes, mientras Pincheira y los Vorogas rondaban el lugar al acecho.

Oyuela fue reemplazado pero Carmen de Patagones, prácticamente vacía, soportó durante largo tiempo el asedio y debió llevar una vida de subsistencia.

Entre 1829 y 1832, Eugenio del Busto, un ex cautivo de los indígenas que había pasado 20 años entre ellos, secuestrado a la edad de seis años, fue comisionado por Rosas para gestionar la paz con los voroganos.

Los primeros contactos se realizaron en Sierra de la Ventana y se obtuvieron algunos resultados: los principales Caciques se reconciliaron con los Tehuelches Cachul y Catriel y el vorogano Venancio Coyhuepán, todos acérrimos enemigos de los Pincheira y por lo tanto de los vorogas aliados de éste.

Por otra parte, Rosas comienza a hacer su trabajo de debilitamiento de las fuerzas de Pincheira atrayendo algunos oficiales. El objetivo es desmantelar la organización montada por los hermanos chilenos que tenía a maltraer a toda la frontera.

Mendoza, por ejemplo, que sufría los embates de los exiliados, decide emprender una campaña contra ellos. El 20 de octubre de 1828, en Las Aucas, se produce un fuerte encontronazo que constituye el primer golpe serio asestado a los Pincheira. El Coronel Aldao, enviado por la Provincia con el aporte de bandas Pehuenches al mando del Cacique Goico, cayó sobre los rebeldes. Ambos bandos registraron gran cantidad de bajas, incluyendo a Goico y casi todos sus hombres; el poder de Pincheira se debilitaba.

Pocos meses después soportó su segunda derrota, esta vez, en manos del Comandante de Frontera Manuel Virto, acción en la que perdieron la vida gran cantidad de indígenas.

Los Pincheira, en un permanente movimiento de avance y retroceso, se ocupaban de hostigar toda la frontera. Poco antes de sus incursiones a Mendoza y Carmen de Patagones habían merodeado por Bahía Blanca, que estoicamente rechazó un ataque el 25 de agosto de 1828, ayudada por las bandas aliadas del voroga Venancio Coyhuepán.

La frontera de Cuyo era especialmente castigada. En 1831, como réplica a la derrota de Las Aucas, Pincheira avanza sobre los fuertes de San Rafael y San Carlos, aproximándose a Mendoza. Dos escuadrones al mando de los Coroneles Florencio Videla y José Santos Ramírez le salieron al cruce el 14 de octubre, recibiendo una derrota casi total. Videla murió junto con 40 de sus hombres y Ramírez, mal herido, debió huir desesperadamente.

Dos días después, ambos grupos, se trenzaron de nuevo con la victoria esta vez de los mendocinos, aunque debieron soportar la muerte de uno de sus jefes, el General Gutiérrez, atravesado a lanzazos.

En el marco del convulsionado contexto político, los Pincheira medran y continúan interviniendo en confusos acontecimientos: uno de ellos fue la matanza de 1828, por la cual una coalición de Ranqueles, Pehuenches y Araucanos, más el Lugar Teniente de Pincheira, Juan Hermosilla, y un grupo seleccionado de sus fuerzas, aplastaron la comunidad Pehuenche de Malargüe.

Esta comunidad, que originalmente había sido la que apoyó a San Martín en el cruce de Los Andes, había atravesado luego una crisis interna de poder por la cual los Caciques Antical y Chocorí asesinaron al hasta entonces Jefe Neycuñam, tomando el mando.

Pero el hijo de Neycuñam, que había escapado, Yancamilla, no descansó hasta cumplir la venganza de sangre, que se abatió feroz sobre los pehuenches traidores, quienes murieron por centenares en aquella masacre.

Del otro lado de la Cordillera, el Gobierno Chileno no cejaba en el intento de someter al rebelde, quien a pesar de pasear sus aventuras por territorio argentino seguía pensando en volver.

En 1831, se encomienda al Brigadier General Chileno Manuel Bulnes ir en su búsqueda y con una fuerza de mil hombres parte hacia el Norte de Neuquén, lugar del asentamiento de Pincheira.

El 12 de enero del año siguiente las fuerzas regulares chilenas descubren a Pablo Pincheira y a varios Lugar Tenientes, entre ellos Hermosilla. Tomados prisioneros, todos son pasados por las armas. Pocos días más tarde sorprenden al campamento de José Antonio, donde se reunían unos 300 hombres de los cuales la mitad eran Pehuenches. En el choque inicial estos últimos fueron los que sufrieron las peores consecuencias ya que fueron diezmados.

Por ese entonces los vorogas luego de haber parlamentado con Rosas estaban separados de Pincheira. El Cacique Ignacio Cañuquir o Cañuquiz fue el artífice de esta política de preservación de los vorogas, que a su vez inició la decadencia del rebelde chileno.

Después de huir durante un tiempo más, Pincheira pactó con su gobierno y se entregó al cambio de lo cual le perdonaron la vida.

Estos acontecimientos se suceden en medio de un proceso étnico – cultural que se incrementa cada vez más: la “araucanización” de las llanuras argentinas. Hacia principios del siglo XIX las bandas araucanas ganan decididamente el centro del ámbito pampeano presionando a los grupos tehuelches septentrionales que comienzan a diluirse culturalmente.

Poco a poco los tehuelches septentrionales y parte de los meridionales se mezclan en cultura y devenir histórico con los araucanos que avanzan sin cesar.

El gran tronco mapuche –que es el sector araucano que llegará a nuestro territorio- entra, con sus múltiples grupos y orígenes, que de todas maneras respetan un estilo de vida común.

Ranqueles, Vorogas, Pehuenches (chilenos), Huilliches son parte de esa historia de penetración y victoria cultural que culminó con el afianzamiento político del cacicazgo de Calfucurá.

Los Ranqueles cumplen en este panorama un rol destacado. No solo por ser un grupo de origen tehuelche, posteriormente araucanizado, sino por contar entre sus jefes a dos de los máximos Caciques de nuestra historia Yanquetruz y Painé Guor.

El primero de ellos fue el que desde la muerte del Cacique Carú-Agé, en 1818, toma a su cargo las bandas asentadas en las inmediaciones de la laguna Leuvucó y al sur de San Luis. Había llegado allí con 100 guerreros tan solo dos años antes.

La frontera de San Luis y Córdoba, inicialmente recorrida por Tehuelches, se complica con la llegada de los Ranqueles con quienes el Gobernador Bustos trata de alcanzar una constante pacificación de la región. No escatima obsequios: cientos de cabezas de ganado y todo tipo de víveres, hasta alcanzar la paz de la Laguna del Guanaco (1825) por la cual Ranqueles, Tehuelches, cordobeses, puntanos y porteños acordaron suspender las mutuas agresiones.

Pero la frágil tregua es burlada por los mismos que la habían impulsado y la violencia se desencadena una vez más.

A fines de 1827, una partida de soldados, aprovechando el alojamiento de los guerreros ranqueles, invadió sus tolderías, “matando indios viejos e inválidos y apoderándose de un apreciable botín de objetos de plata y oro y de numerosos indiecitos e indias que trajeron cautivas”, según Reynaldo Pastor, en La Guerra con el Indio en la Jurisdicción de San Luis.

Los cebados aventureros, viendo el éxito relativamente fácil de su embestida, emprendieron una nueva marcha sobre Leuvucó, esta vez en un número mucho mayor: 600.

Antes de llegar y cuando estaban acampados en la Laguna del Chañar, fueron sorprendidos por los Ranqueles que habían vuelto y estaba al tanto de lo sucedido.

La masacre fue atroz. Probablemente sea una de la más grande de nuestra historia. Se dice que uno solo de los 600 puntanos logró salvar la vida, volviendo alucinado del horror.

Los malones Ranqueles cayeron sobre las poblaciones fronterizas del sur de San Luis y Córdoba prolongando una revancha inacabable hasta 1830.

 

Textos tomados del libro “Nuestros Paisanos Los Indios” – Calos Martínez Sarasola

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