miércoles, 11 de diciembre de 2024

La palabra está en el comienzo de la historia humana, de todas las historias de los humanos. El idioma Mapuche es la lengua que se comprende en el cielo, decían los antiguos. Por eso rezar y hacer nguillantunes es eficaz hasta el día de hoy. Allá en el Huenu Mapu, la tierra del cielo se habla el mismo idioma. Con esta profunda convicción se ha fundado mítica y ceremonialmente el pueblo Mapuche.

Los humanos vienen del cielo y volverán a transformarse en estrellas, dice el hermoso mito original. La vida del Mapu, la tierra donde viven los humanos, se corresponde con la de Huenu Mapu, donde habitan los pillanes, los ancestros.

LA GENTE DE AZUL

Llegaron a la tierra y se vistieron de azul. Sus ponchos fueron azules. Tinturas azules que surgían de los minerales y plantas de la Cordillera.

Ponchos azules con dibujos de colores y notables significados. La cara pintada con rayas azules, fuertes, recordando al Rey Azul, al Chao Kalfú, que hasta ahora se usan en  las rogativas o nguillantunes.

La vida transcurre arriba y abajo, en el mundo de las estrellas y en el mundo de la tierra. Las tinturas azules establecen una relación entre los diversos azules, el del cielo, las aguas y los seres humanos.

“Desde entonces brillan las estrellas en el cielo nocturno, pero también están durante el día, solo que no se distingue porque el Sol nos ciega. ¡Estrellas son los antepasados de los araucanos! Estos antepasados de los araucanos de hoy tienen como coto de caza la inmensa Calle de los Cuentos, ‘Repu Mapu’ a la cual también llaman Huenu Leufú, río del cielo, donde se da caza a las veloces avestruces, choiques, escapados de los cazadores terrestres que se han refugiado en el firmamento. Aun puede verse las huellas de la pata del avestruz en el cielo, en la Penon Choike o como dicen los blancos la Cruz del Sur. Las nubes son las plumas que se desprenden de los avestruces que en ciertos días parecen torbellinos de nieve y a quien los verdaderos mapuches acogen siempre con gritos de alegría. ¡Nuestros antepasados están cazando!”. (Erize en su enorme compilación de tradiciones y conocimiento mapuche del lado argentino).

No podríamos comprender casi nada de la historia de los antiguos mapuches, sin acercarnos mínimamente al significado que le otorgaban a la vida y a la muerte, a la relación entre el mundo de los antepasados y la vida cotidiana, al mundo de las estrellas y a los pillanes, y al mundo de los seres animados accesibles a los sentidos.

Las piedras que caen del cielo comunican desde siempre las alturas de los cielos con la tierra donde viven los humanos. Son los pillanes que envían señales. Un antiguo mapuche de Galbarino relataba que venía caminando con su carreta cargada, por el camino que une Galbarino con Chol Chol cuando vio caer un meteorito, un cherrufe, y de inmediato comprendió que había muerto su hermano. Al llegar a la casa así había ocurrido. Justo en el momento en el que él lo había visto, dijo.

La tierra estaba desnuda y el azul dominaba el firmamento. Seres como sombras claras estaba en el cielo y observaban la tierra despoblada. Allí se hablaba la lengua de los mapuches. Por ello es el idioma hasta hoy sagrado para comunicarse con las fuerzas de la tierra y del cielo. Mapu en el idioma mapuche es la tierra, el territorio, el lugar donde se vive. Huenu es la comarca de los espíritus, de las almas. Hay dos sistemas de vida y debe ser un equilibrio entre ambos. La historia mapuche no puede ser comprendida sin esta dimensión espiritual, sin esta tensión en la cual vive el ser humano.

Las poblaciones mapuches nacieron y vivieron en los bordes de los ríos. El gran Río Bio Bio fue el centro de la cultura mapuche desde su origen. En torno a sus cientos de brazos se agrupaban las familias. El gran río de la tierra, Futa Leufú, tenía su equivalente en el gran río del cielo, Huenu Leufú, la vía láctea así denominada por nosotros. Se producía el equilibrio entre ambos mundos, el de arriba y el de abajo. Cultura, la mapuche, de la lluvia, de los ríos, de los lagos y de los mares, de los diferentes azules de las aguas.

El equilibrio entre el cielo y la tierra se complementa con el equilibrio o desequilibrio entre las aguas y lo sólido. El gran Mito de origen mapuche es la lucha primordial entre las serpientes de las montañas, Tren Tren, lo sólido, y la del mar, lo húmedo, Kai Kai. Por cierto que la primera tiene como aliado al sol y la segunda a la lluvia.

El mito continúa siendo relatado actualmente en diversas versiones en las comunidades indígenas: allá en el fondo del mar en lo más profundo, vivía una gran culebra que se llamaba Kai Kai. Las aguas obedecían a las ordenas de la Culebra y un día comenzaron a cubrir la tierra.

Había otra culebra tan poderosa como la anterior que vivía en la cumbre de los cerros. El Ten Ten aconsejó a los mapuches que se subieran a los cerros cuando comenzaron a subir las aguas.

El agua subía y subía y el cerro flotaba y también subía, los mapuches se ponían cantaritos sobre la cabeza para protegerse de la lluvia y el sol y decía cantando Kai Kai Kai, y respondía Ten Ten Ten, hicieron sacrificios y se calmó el agua.

El sur de Chile ha sido azotado por temporales y terremotos desde siempre. La naturaleza se desequilibra y arrastra a los que allí viven. Las aguas suben y suben, se confunde el cielo y la tierra, los ríos de arriba con los ríos de abajo. El ser humano aparece olvidado por los dioses. La experiencia cotidiana.

Para reestablecer el equilibrio roto se apela a los sacrificios, por ejemplo, matar toros negros si faltaba agua y escaseaban lluvias o sacrificar algún animal de lana blanca, si estas eran excesivas. La mayor parte de los desequilibrios residen en el comportamiento humano. Hay una relación misteriosa pero efectiva entre los sociales y naturales. Decía un sabio indígena que “la envidia entre los seres humanos es siempre la causa de los males”, cuestión que sin duda provoca grandes desavenencias entre las comunidades. El calcu o maldad provoca enfermedades, ruptura entre amigos y todo tipo de siniestros naturales. Por ello que el sacrificio es de una importancia simbólica y practica ya que a continuación de sacrificados los animales viene el momento de compartir el alimento entre todos los miembros de la comunidad resquebrajada y reconciliada. El acto de sacrificar es parte de compartir y de restaurar lo roto, lo desequilibrado. En un momento del Nguillatún, denominado el Conchutún (acción de amistad y compadrazgo) las personas se levantan de su sitio y se dirigen a otras con platos de comida o vasos de bebida. Se regalan objetos, se dan abrazos, se dicen palabras bellas de reconciliación y amistad. El equilibrio social se reestablece y de esa forma, también, se restauran los equilibrios cósmicos, los ríos de arriba y los de abajo vuelven a la calma.

La conquista rompió los equilibrios y la continuación de ésta hasta el día de hoy los sigue rompiendo y es percibida como el origen de las calamidades que le ocurren al pueblo.

Se resiste al huinca porque mata pero, además, porque éste rompe el sistema cósmico, la cosmovisión como un conjunto complejo de equilibrios. La conquista provoca una ruptura entre el cielo y la tierra, traza un foso entre las estrellas, entre los antepasados y los seres humanos, y éstos últimos los hace perder la capacidad de seguir los signos de los tiempos, los lleva a confundir los diversos planos de la vida, acabar con la posibilidad de “Ser en el Mundo”.

Allí quizás se encuentra la contumacia y persistencia de la cultura indígena del sur de Chile y su negativa a integrarse a la sociedad criolla colonial y luego republicana, que le impone como condición la asimilación cultural. La separación de lo huinca o lo mapuche pareciera estar inscripta en el código secreto de la cultura, en la disrupción profunda que implica perder los equilibrios precarios en que vive el ser humano. De este complejo entramado surge su capacidad de resistencia, el hecho de que cada generación asuma el deber de oponerse al ritual y a veces, activamente a las presiones destinadas a cambiar su modo de ser y conocer. En esa compleja cosmovisión se fundamente la capacidad de esta cultura que ha sobrevivido a las presiones externas por las de cuatro siglos. Permanentemente se ven impelidos a reestablecer los equilibrios mediante la lucha, actos simbólicos de reparación o la confrontación. En estos actos miran al cielo y ven a los antepasados cazando avestruces en el gran río de las estrellas, el Huenu Leufú.

 

Fragmento del libro “Historia de los Antiguos Mapuches del Sur”, de José Bengoa

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