El 13 de enero de 1934, como consecuencia de un intento de revolución radical que se produce en diciembre del año anterior, en las Provincias de Santa Fe y Corrientes, un nuevo contingente de presos políticos es enviados en el Vapor Chaco Ushuaia. Entre ellos estaban Ricardo Rojas; Cantilo; Honorio Pueyrredón; el ex Canciller Güemes; el ex Ministro Álvarez de Toledo; el sobrino de Irigoyen, Martín; Víctor Juan Guillot, autor de un diario que luego se publicó: “Paralelo 55, Dietario de un Confinado”; Mario Guido, Presidente de la Cámara de Diputados, Vice Gobernador electo en la fórmula Pueyrredón-Guido en las elecciones anuladas el 5 de abril de 1931.
El Juez de Paz, Señor Trufat, también radical, consigue alojamiento para Ricardo Rojas, Mario Guido, Álvarez de Toledo, Enrique Mosca, el Dr. Güemes, en la mejor casa disponible, la del Jefe de Policía. Tenía galerías de vidrios, calefacción en cada uno de los tres dormitorios, cocina, baño con calefacción y un hall amplio. Les contrató un cocinero, un ayudante y llevaron un valet, empleado de Güemes. Este grupo fue conocido como “los Faraones”. Comenzaron a llamarlos así en los días que estuvieron en la Isla Martin García, porque recibían comidas especiales de sus familiares y eran atendidos como reyes.
José Peco y Victor Guillot se instalaron en el albergue “El Tropezón” y luego se mudaron a la casa de Claudio Colavecchia. En el “Primer Argentino” se instalaron Ferreyra y unos amigos. Pueyrredón en la casa de un empleado del Penal, un español de apellido Blanco. Cantilo en la casa de la familia Beban.
Los más jóvenes en la Casa Verde a cargo de la Gobernación. El gobierno había decidido pagarles cinco pesos diarios para su subsistencia, como en los casos ocurridos años antes. La comida se las enviaban del Penal.
Todos tenían mucha libertad. Su única obligación era firmar todos los días el registro policial. En la casa de los Faraones se trabajaba y estudiaba. Rojas escribía sin cesar, Guido se encerraba con sus libros y diarios. No eran muy partidarios de salir aunque recibían con alegría las visitas. Por las noches jugaban a la loba en casa de Los Faraones.
A los pocos días de haber llegado llega el Buque Monte Pascoal en el cual arriban las señoras de Pueyrredón, de Ricci y de Martínez Guerrero. Además traen correspondencia para el resto y 20 cajones de fruta enviados por el correligionario José Minuto.
José Peco recibió la visita de su novia. Guido, observa las costumbres: “la gente se prepara para el invierno. Acarrea grandes troncos pinchados con un clavo sujeto a una cadena. Desde un caballo movilizan esos troncos preferidos, los llaman rollizos. Preparándose para el crudo invierno fueguino los presos trabajan más que nunca. El trencito que los lleva al monte hace dos viajes diarios trayendo leña y los troncos rollizos se acumulan como una muralla frente al penal”.
Álvarez de Toledo, viajero habitual a Europa y que observa todo con mirada practica se le ocurre que el paisaje maravilloso de los canales y el clima propicio se prestarían para crear un centro de deportes de invierno. Al Gobernador le parece un proyecto progresista y recomienda la Bahía Brown cerca del Casco de la Estancia Harberton. De esta forma organiza una excursión a bordo del transporte Patagonia. Es así como el 20 de marzo parte en excursión al lugar para conocerlo y tomar fotografías. Guido escribe en su diario: “¡un viaje! Que parecerá extraordinario pero ha ocurrido. ¡Confinados que salen de excursión!”.
En cuatro horas llegaron a destino. Recalaron en Puerto Almanza y luego, en un cúter fueron hasta Puerto Harberton donde se quedaron en la Estancia de Guillermo Bridges.
El Dr. José Peco era catedrático penalista en La Plata. El, junto a Víctor Guillot, visitaban la cárcel con asiduidad y se interesaban por los presos. Comentaron sobre los incomunicados: “la comida se la sirven en el suelo, quedando los platos fuera de la celda, recién cuando está por llegar un barco se les corta el pelo y la barba y se los lleva al baño. Hace ocho meses que no se les da ropa interior, no hay sabanas y las mantas son viejas”.
Escribió Guido: “los domingos los penados salen con la banda a dar funciones para ofrecerle al vecindario la alegría de su música. Espectáculo contradictorio y doloroso, que yo no sé cómo la gente puede soportarlo. Esos hombres vestidos de amarillo a rajas circulares negras, traje y gorro, tocando sus instrumentos rodeados de guardianes y soldados armados con máuser, da una sensación de tristeza, que las notas alegres de sus marchas no consiguen disipar. Y se paran frente a las casas de los comerciantes o de vecinos, que agradecen su música con cigarrillos o dinero….”.
Los confinados políticos tratan de pasarla lo mejor posible, pero el sentimiento de injusticia y desolación es permanente. Se sienten en una especie de pesadilla sin sentido: fueron alejados de Buenos Aires para que el Gobierno haga una elección sin ellos y luego ser traídos de vuelta a los dos o tres meses. El 11 de mayo embarcan con destino a Buenos Aires, donde son conducidos a la Isla Martin García y luego liberados en grupos.
“El Presidio de Ushuaia”, de Carlos Pedro Vairo