El decreto de ley 10.991 de junio de 1956, que ya se venía aplicando, se amplió para la radicación en 1957 de fábricas de tejidos sintéticos, que exceptuaba el pago de recargos aduaneros y la libre importación de productos al sur del paralelo 42. Esto posibilitó un masivo movimiento comercial en la ciudad y la radicación de industrias y empresas de todo tipo. Los barcos llegaban directamente desde el exterior transportando grandes cantidades de vehículos usados, los que luego eran vendidos en la ciudad para circular únicamente al sur del paralelo 42. Este tenía su límite en Arroyo Verde, donde había una cadena que para pasar los vehículos o mercadería debía presentarse la documentación respectiva ante el control aduanero que estaba en ese lugar.
Los importadores alquilaban, bien pago, los galpones y terrenos baldíos para resguardar los automóviles. Los interesados visitaban esos lugares y muy abarrotados los adquirían. Había grupos de personas que formaban una sociedad y enviaban un gestor con el dinero a EEUU para que éste eligiera, de acuerdo a los encargos, y despachara los mismos. Igual sucedía con todo tipo de maquinarias, electrodomésticos, ropa, bebidas, cigarrillos, comestibles y demás insumos. Se habían radicado fábricas importantes como “Cualicrón”, “Tycora”, “Del Golfo”, “Las Margaritas”, “Pontremuli”, cuchillería “Eskiltuna”, tiempo después “Roseda”, algunas de cigarros y otras que confeccionaban prendas de calidad muy económicas, porque la materia prima no tenía ningún tipo de recargo aduanero. Era impactante ver las exposiciones de vehículos con solamente dos años de antigüedad en varios salones. “Impat S.A.” estaba donde hoy funciona supermercado Carrefour, en 28 de julio 150. Esta firma también traía los vehículos Moscovich, (Moscovita), que eran de fabricación rusa, modelo 1953 y posteriormente los modelo 1957. No eran vistosos, pero eran fuertes y económicos. Venían adentro de un reforzado cajón de madera pino tea de muy buena calidad. Moisés Rapaport fue el primero en agregar uno. “Horacio Serantes” estaba en la esquina de Mitre y Belgrano, frente a la Municipalidad. “Casa Lessor”, en 28 de julio 70.
En 25 de mayo al 333 se había construido un salón para la venta de automotores, “Paralelo 42”, sociedad que integraban, entre otros, Alfredo Álvarez Hidalgo, Deogracias Fernández, y Sebastián Machinea. El encargado de las ventas era “Yiyo” Gatica. Como era mucha la cantidad de vehículos que tenía este comercio, quedaban estacionados en el medio a lo largo de la calle. Algunos importadores atendían en el mismo baldío. Madryn mostraba una gran cantidad de movimiento de gente que llegaba para establecerse transitoriamente o realizar compras. Donde está la terminal de Ómnibus había un galpón grande en el cual se ensamblaban los vehículos “Cicitalia”. El gerente era Albertini y allí trabajaban Eterovich, Nicolini y René Barrientos, que con su hermano Fernando me brindaron estos datos. Y en la calle San Martín, frente a un supermercado que hay actualmente, se ensamblaba Studebaker, que importaba “Serantes”. Los hoteles, igual que los restaurantes, trabajaban a full. Se invertían en edificaciones y se cotizaban altos los alquileres.
En determinados casos los buques amarraban en Buenos Aires y entonces la empresa o grupo que los importaba viajaba en avión con los propietarios o choferes contratados.
De esa época recuerdo un hecho anecdótico. Una mañana, como en los cuentos, ingresó el moderno negocio de Horacio Serantes, que vendía todo tipo importado, especialmente vehículos, un señor campesino de la zona de Telsen, Rachif Andem, vestido con la muy conocida bombacha “batarasa”, camisa blanca, una campera de cuero, calzado con alpargatas, un pañuelo al cuello rojo con lunares blancos y el clásico sombrero de ala ancha. Lo acompañaba a su hijo. Estuvo mirando los vehículos y se quedó al lado de uno esperando que lo atendieran El encargado, y el empleado lo ignoraban y seguían dando prioridad a gente que entraba después que él. Medio cansado de esperar, le preguntó a uno de ellos si lo iba a atender. Aquel, para sacárselo de encima, le preguntó
–¿Qué deseaba?
–Quiero este auto, contestó Andem, mirando al hijo y agregando – ¿Te gusta?
–Ese cuesta 48 mil, -contestó el empleado y siguió con otro de los clientes que había. Pero Andem, malhumorado, lo encaró sin ninguna cortesía.
–Bueno, ¿me lo va a vender, sí o no? El encargado volvió y creyendo que era una cargada, agregó como para sacárselo de encima.
-¿Lo paga con cheque o en efectivo?
-Yo no uso cheque, pago en efectivo. -El encargado, ironizando, le reiteró el precio.
-Bueno, lo compro y también una moto para mi hijo. (La moto era a cardan).
Comenzó a sacar las vueltas de la faja negra que envolvía su cintura, común en la gente de campo, y desde allí retiró el dinero para pagarle y lo desparramó sobre el capo. Los ojos del encargado se abrían más que lo normal. Momentos después, terminado el papeleo, salía Rachif con el vehículo y su hijo en la moto.
Fragmento del libro “Puerto Madryn 1940 y tanto…”, de Pancho Sanabra