Su pontificado fue absolutamente previsible hasta el 11 de febrero de 2013, cuando en un gesto valiente y humilde anunció su renuncia
Antes de marcharse, prometió su lealtad hacia su sucesor, el Papa Francisco, una promesa que cumplió con ejemplaridad, pues no permitió que se abriera ninguna
Desde su infancia, Joseph Ratzinger fue siempre una persona regular y metódica. La sencillez y el orden formaban parte de su carácter como seminarista, profesor universitario y cardenal. Incluso su pontificado era absolutamente «previsible»… hasta el 11 de febrero de 2013. La renuncia pilló por sorpresa a la Curia vaticana y al mundo entero. Era un gesto valiente y revolucionario, que «liberaba» al papado de su típica fase terminal, marcada por el declive de salud.
Benedicto XVI, un hombre honrado a carta cabal y un intelectual humilde, se dio cuenta de que su mejor servicio a la Iglesia era entregar el timón de la barca de Pedro a alguien que pudiera empuñarlo con más vigor en un mundo que requiere atención plena y decisiones rápidas.
Le habían elegido papa en 2005 cuando estaba físicamente agotado y había decidido ya retirarse, por fin, a escribir libros. A pesar de que llevaba un marcapasos y su salud era frágil, aceptó la elección. No sólo por sentido del deber como obispo sino también por lealtad a Juan Pablo II ‘el Grande’, de quien había sido el más estrecho colaborador durante 24 años.
Como es preceptivo para todos los cargos del Vaticano, cada cinco años el cardenal alemán presentaba al Papa su dimisión como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Las últimas veces, la respuesta de Juan Pablo II era una sonrisa afectuosa que significaba «no puedes irte ahora». En el Cónclave de abril del 2005, el voto de los cardenales electores volvió a indicarle lo mismo.
Asumió la tarea por sentido del deber, pero al cabo de siete años se sentía exhausto. Su conciencia le indicaba que el mejor servicio a la Iglesia sería renunciar. Informó a poquísimas personas, y todas le desaconsejaron hacerlo, pero su decisión estaba tomada.
El día que Benedicto XVI anunció su renuncia como Papa y sorprendió al mundo
En los últimos meses del 2012 y los primeros del 2013 fue cerrando con discreción todos los asuntos pendientes. Y el día 11 de febrero, fiesta de la Virgen de Lourdes, dio la sorpresa al mundo.
Poco después, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, anunciaba que Benedicto XVI pasaría a ser sencillamente «obispo emérito de Roma». Pero sus colaboradores le presionaron para crear el estatuto de «papa emérito». En 2014, reconoció al periodista alemán Joerg Bremer que hubiera preferido ser simplemente «padre Benedicto», pero entonces estaba «demasiado débil y cansado» para imponerse.
Lealtad ejemplar a su sucesor
El 28 de febrero de 2013, pocas horas antes del final de su pontificado, prometió ante todos los cardenales lealtad a su sucesor. Sus últimas palabras, en el discurso de despedida, fueron absolutamente conmovedoras: «Entre vosotros está también el futuro papa, a quien ya hoy prometo mi incondicional reverencia y obediencia».
Así lo hizo, con una lealtad que ha sido un ejemplo para el mundo. Como era de esperar, muchos nostálgicos que no terminaban de entender al Papa Francisco acudieron una y otra vez a Benedicto XVI en busca de un contrapeso, pero el Papa emérito jamás permitió que se abriese ninguna fisura.
A pesar de que Francisco le invitaba a mantener una presencia pública sin problemas, Benedicto consideró más sabio permanecer «escondido para el mundo» en su residencia de los Jardines del Vaticano.
Tardó casi un año en reaparecer en público. Lo hizo en la ceremonia de imposición de birretas a los nuevos cardenales el 22 de febrero del 2014. No quiso tomar asiento junto al pasillo central de la basílica de San Pedro sino a un lado, pero el Papa Francisco caminó hasta él para saludarlo cariñosamente al principio y al final de la ceremonia, y Benedicto se quitó el solideo en señal de respeto. El mismo gesto se repetiría, dos meses más tarde, en la misa de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II. Trescientos mil fieles aplaudían con entusiasmo cada vez que Francisco y su predecesor se fundían en un abrazo que desbordaba alegría.
Benedicto se convirtió en uno de los mejores consejeros del Papa Francisco
Benedicto XVI dijo que su única tarea sería rezar por la Iglesia. En realidad, siguió trabajando en la encíclica ‘Lumen Fidei’, publicada por su sucesor en junio del 2013, y se convirtió en uno de los mejores consejeros de Francisco. Durante seis años se abstuvo de interferir en temas de magisterio. En abril de 2019, quizá mal aconsejado por su entorno, publicó un artículo muy parcial sobre las causas de los abusos sexuales de menores. En 2020 fue gravemente manipulado por el cardenal Robert Sarah, quien le presentó como coautor de un libro sobre celibato sacerdotal, en una maniobra contra Francisco.
En enero de 2022, un informe independiente sobre cómo se afrontó las denuncias de abusos en sus casi cinco años como arzobispo de Múnich detectó cuatro casos en los que Ratzinger supuestamente «no actuó del modo correcto», pues no se apartó a los acusados de la labor pastoral.
Unas semanas más tarde, Benedicto desmontó las acusaciones, pero escribió una sentida carta en la que expresaba «a todas las víctimas de abusos sexuales mi profunda vergüenza, mi gran dolor y mi sincera petición de perdón».
«He tenido una gran responsabilidad en la Iglesia católica. Tanto más grande es mi dolor por los abusos y errores que se han producido durante el tiempo de mi mandato en los respectivos lugares», añadía recordando sus 5 años como arzobispo de Múnich, 23 como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y casi 8 como Papa.
En junio de 2020 salió por última vez del Vaticano y viajó cuatro días a Baviera para despedirse de su hermano Georg, su último pariente vivo, quien murió dos semanas más tarde.
Una reflexión abierta
El procedimiento de renuncia de un papa fue introducido en el Código de Derecho Canónico por Juan Pablo II, quien reflexionó muy seriamente sobre la suya propia al ver que el párkinson reducía sus fuerzas de modo implacable. Tras consultar a unas pocas personas de gran confianza, incluido el cardenal Ratzinger, san Juan Pablo II decidió continuar hasta el final.
Por ese motivo, para Benedicto XVI, la reflexión sobre la renuncia estuvo abierta desde el primer momento. Tanto la suya como la de otros cargos vitalicios. En una de las primeras audiencias, el prepósito general de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach, cuyo mandato es vitalicio, le pidió permiso para dimitir. Benedicto XVI comprendió sus motivos, pero le aconsejó esperar, para que su renuncia no pareciese una falta de confianza ni un cambio impuesto por el nuevo Papa.
La propuesta era muy razonable y Kolvenbach esperó a febrero del 2006 para anunciar que se retiraría en el 2008, al cumplir 80 años. Su sucesor, Adolfo Nicolás, siguió esos mismos pasos. Al cabo de un año de pontificado del Papa Francisco anunció, en 2014, que también se retiraría al cumplir los 80 años de edad, en el 2016.
La posibilidad de renunciar, sin tener obligación de hacerlo, aumenta la libertad de los papas y forma ya parte de la normalidad. En mayo del 2014, durante el vuelo de regreso a Roma después de su viaje a Tierra Santa, el Papa Francisco no se sorprendió lo más mínimo ante la pregunta de si pensaba imitar a su predecesor. «Yo haré lo que el Señor me diga», contestó, «pero creo que Benedicto XVI no será un caso único. Sucedió que carecía de fuerzas y honradamente -es un hombre de fe y gran humildad- tomó esa decisión. Yo creo que él es una institución. Hace 70 años casi no había obispos eméritos y ahora hay tantos».
Reflexionando en voz alta, se preguntó: «¿Qué sucederá con los papas eméritos? Yo creo que debemos ver a Benedicto XVI como una institución. Ha abierto la puerta de los papas eméritos. ¿Habrá otros? Sólo Dios lo sabe. Yo creo que cuando un papa siente que sus fuerzas disminuyen, porque ahora se vive tanto tiempo, debe hacerse las mismas preguntas que se hizo el Papa Benedicto».
Joseph Ratzinger era, esencialmente, un profesor. Su lección más importante ha pasado a formar parte de la historia de la Iglesia y continuará ya siempre viva, dando a cada nuevo papa la posibilidad de renunciar si lo considera oportuno. Aquel 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI dio una lección de humildad, pero también de coraje pues no era nada fácil -y todavía menos en el Vaticano- romper con moldes consolidados durante siglos.
Discreción
A partir del 28 de febrero del 2013, Benedicto XVI comenzó a enseñar cómo se ejerce de papa emérito: alejamiento absoluto de las cámaras, discreción máxima y colaboración leal con el Papa sucesor en todo lo que pueda serle útil.
El mundo está agradecido a Benedicto XVI -uno de los grandes pensadores que ha tenido Europa- al término de una vida de servicio. El hijo de un gendarme de Baviera, criado en una casa modesta y alegre, tuvo siempre como Estrella Polar el sentido del deber, manifestado en su doble vocación de sacerdote y de maestro.
Veinticinco años de profesor universitario marcan el estilo para toda una vida. Una de las claves para entender a Benedicto XVI es su vocación profesional, a la que dedicó un cuarto de siglo en Freising y en cuatro grandes universidades públicas de Alemania: Bonn, Münster, Tubinga y Regensburg. El ‘Papa profesor’ maduró humana e intelectualmente en contacto con millares de alumnos. Muchos de ellos acudían voluntariamente a las clases sin estar matriculados en el curso: les atraía un profesor que amaba explicar la fe cristiana.
Igual que Pedro de Betsaida forjó su personalidad como patrón de un barco de pesca en el Mar de Tiberíades, Joseph Ratzinger esculpió su carácter a lo largo de 25 años como profesor de Teología. Desde su ‘luna de miel’ con la enseñanza en 1952 en la Escuela Superior de Filosofía y Teología de Freising hasta que Pablo VI le nombró -contra su voluntad- arzobispo de Múnich en 1977.
Ser «profesor», lo mismo que ser «maestro», es parte de la esencia de una persona, y Joseph Ratzinger conservó durante décadas su «Círculo de Alumnos» -entre los que destacaba el cardenal de Viena, Christoph Schönborn-, con los que trabajaba algunos días cada verano para continuar abordando juntos los grandes temas de teología y cultura. Ni siquiera la elección como papa echó por tierra esa tradición. Continuaron reuniéndose cada verano en Castel Gandolfo.
Claro y transparente
Joseph Ratzinger era claro y transparente. Su autobiografía, ‘Mi vida’, reveló sus dos pasiones: el sacerdocio como vocación divina y la enseñanza como vocación profesional. Hacia la mitad de su vida, con 50 años, el nombramiento como obispo echó bruscamente el freno a su actividad de profesor. Pero la Providencia juega con las personas, y un cuarto de siglo más tarde, el profesor que renunció a su cátedra de Regensburg ocupaba la cátedra de Pedro y desempeñaba un magisterio universal.
Ratzinger fue autor de ‘best sellers’ de Teología antes y después de ser elegido Papa. Si no dedicase los derechos de autor a obras de caridad, hubiera sido multimillonario. Cuando su nombre de pila cambió a Benedicto XVI, cambió también el destino de los derechos de autor: la mitad a obras caritativas y la mitad a financiar el Premio Ratzinger como estímulo a la investigación en Teología. Es una especie de Nobel para teólogos, muy bien dotado económicamente, de modo que el ganador pueda dedicar muchos meses a estudiar y escribir sin ninguna otra preocupación.
Joseph Ratzinger fue toda su vida una persona tranquila y dulce. El trabajo de gendarme que asumió como prefecto de la Doctrina de la Fe trajo consigo críticas muy injustas y la caricatura de «Panzerkardinal». Pero él consideraba que su tarea era proteger «la fe de los sencillos», los que no pueden defenderse por cuenta propia ante un error sofisticado y engañoso. También asumió la tarea de hacer limpieza, expulsando del sacerdocio a quienes abusaban de menores. Tuvo que ir contracorriente para imponer su línea de «tolerancia cero» en una Curia vaticana con demasiados personajes clericales y corporativistas. Sus repetidos encuentros con víctimas de abusos (fue el primer Papa que aceptó recibirlos) eran el mejor modo de enseñar con el ejemplo.
Muy probablemente, Benedicto XVI pasará a la historia como el ‘Papa de la humildad’ después de haber sido el ‘Papa profesor’. La lección más importante la dio con su propia vida.
Fuente: ABC