viernes, 13 de diciembre de 2024

Cuando Claudio Levi desembarcó en El Hoyo, descubrió un gran mosquetal con pasadizos naturales. Lo inspiró y diseñó uno propio, con cipreses, que es una gran atracción turística.

El Laberinto Patagonia está emplazado en una loma del valle del río Epuyén en El Hoyo. Foto: Marcelo Martínez

En 1967, cuando Claudio Levi tenía apenas 6 años, conoció el laberinto de Los Cocos, en Córdoba, que marcó su vocación. Desde entonces, no se cansó de dibujar laberintos y armar pasadizos con las sillas de su casa. Jamás imaginó que lograría diseñar y construir el suyo propio, el más grande de Sudamérica. El Laberinto Patagonia está emplazado en una loma del valle del río Epuyén en El Hoyo, rodeado por los cerros Currumahuida, Pirque y Plataforma.

Nació en Vicente López, en la provincia de Buenos Aires, pero en 1982 llegó a la Comarca Andina, a través de La Trochita y supo que era su lugar en el mundo. El destino original era El Bolsón, pero alguien en el tren le mencionó El Hoyo que le llamó la atención. «En el micro, le dije al chofer: ‘Yo me bajo acá’. Me dijo que no había parada, pero le insistí y accedió. Desde abajo, vi cómo el micro se iba cual película; acá no había nada. Y acá estoy», dice.

Al año siguiente, con 22 años, compró un predio de tres hectáreas en ese lugar -a 150 dólares, la hectárea, recuerda- con el sueño de emprender un proyecto turístico. «Fue como un hechizo. Supe que quería armar mi vida en este lugar. Es un entorno único, a 75 kilómetros en línea recta con el Océano Pacífico, es uno de los lugares en el mapa argentino más cercano», comenta este hombre que, durante siete años, vivió sin electricidad.

Claudio conoció la región en 1982. Foto: gentileza

Un laberinto natural
Fue entonces cuando descubrió un mosquetal en su propio terreno que simulaba un laberinto natural. Sucede que como ese sector conducía al río, era «una pasada obligatoria» para las vacas y caballos que fueron abriendo picadas naturales. «Ese mosquetal tenía unos 4 metros de altura. Era una especie de laberinto natural para llegar al río que no fue planeado. Con un machete, me divertía dándole forma», reconoce.

En 2014, el Laberinto Patagonia abrió sus puertas con sus 8.400 metros cuadrados de senderos y bifurcaciones. Foto: Marcelo Martínez

«El chiste -agrega divertido-, era cuando venían a visitarme mis amigos. Les decía: ‘¿me acompañan a buscar los caballos?’. Íbamos todos juntos y de repente, yo hacía como que me perdía y ellos empezaban a gritar: ‘Claudio, ¿a dónde estás?. Se está haciendo medio oscuro’. Lo disfrutaba mucho«.

Tiempo después, un poblador de la zona le vendió otras 5 hectáreas que habían sido arrasadas por un incendio en 1987 y ya no servían como predio forestal. En ese momento, Claudio pensó en repetir el laberinto de mosqueta que también se había perdido a raíz del fuego. Sin embargo, el brote de hantavirus que afectaba la región lo hizo desistir.

En 1992 su camino se cruzó con el de Doris, una joven de El Bolsón, de quien no solo se enamoró sino que le transmitió su pasión por los laberintos. 

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