martes, 15 de octubre de 2024
Compañía Mercantil del Chubut, sucursal Rawson. Foto Celso Rey García

La Voz de Chubut recupera la historia de la estafa a la Compañía Mercantil del Chubut ocurrida en junio de 1912 en Rawson.

Lo eventos se desencadenaron a partir del 9 de julio cuando el pueblo participaba de los festejos del aniversario de la Independencia.

En febrero de aquel año, el presidente Roque Saenz Peña había promulgado la ley de sufragio secreto y obligatorio.

David Lloyd Thomas, gerente de la Compañía Mercantil en Rawson, se sentía un estúpido: le había dado 750 pesos (una fortuna) a un chico de 18 años, un tal Francisco Pérez.

“Caí como un chorlito”, le confesó el galenso al jefe de la Policía del Territorio, Juan Chamartin, quien le pidió que se tranquilizara y le explicara lo que había ocurrido.

El 18 de junio el chico, en apariencia inofensivo, se presentó en las oficinas de la Compañía con una orden teléfegráfica de pago de 750 mil pesos proveniente de Comodoro Rivadavia.

 EXCESO DE CONFIANZA

 Lloyd Thomas, un hombre de fe, no tenía motivos para dudar: Williams Chrisma Jones, empleado de la Compañía, lo conocía y además el tesorero del Ferrocarril de Comodoro figuraba en los remitentes.

Esa mañana, cerca de las 11,  Francisco Pérez dejó el trabajo en Telégrafos (el jefe nunca se enteró) cobró 750 pesos en la Mercantil, gastó la mitad en el negocio de Antonio Chamet y, al día siguiente, zarpó en un vapor de Puerto Madryn a la Capital Federal.

Pedido de detención de Francisco Pérez en Buenos Aires sospechado de estafar a la Compañía Mercantil de Chubut en Rawson.

Diez días más tarde, a finales de junio, lo detuvieron en Buenos Aires y comprobaron lo que ya sospechaban: los había engañado a todos.  El chico, acorralado por la ley, negó haber estado ahí y juró por su madre que nunca se había quedado ni con un centavo.

Francisco Pérez, nacido en Magdalena, provincia de Buenos Aires, trabajaba desde los 11 años en la oficina central en Capital Federal y hacía un año que se había mudado al Chubut.

Llegó a Comodoro Rivadavia donde trabajó unos meses en el ferrocarril. En Rawson fue empleado de Telégrafo y Correos hasta el 18 de junio cuando se marchó sin avisarle a nadie.

EL CHICO NIEGA TODO

Los investigadores encontraron talonarios de las oficinas del Correo en la pieza del hotel de Barthel donde se había alojado.  “¿De dónde sacó eso? ¿Qué me quieren inventar? Yo nunca tuve esos papeles en mi habitación del hotel”,  le dijo el chico al juez.

En los tribunales, Pérez negó que se hubiera presentado en la Compañía Mercantil ese día y se desentendió de ese telegrama con la orden de pago a su nombre.  “Me extraña que el señor Thomas me acuse a mi porque yo ni lo vi ese día. Yo soy inocente, señor, se lo aseguro”, suplicó.

Para noviembre del 2012 las pericias caligráficas del telegrama corroboraron que la letra era de Francisco Pérez. El damnificado, Lloyd Thomas, además, lo identificó en una rueda de reconocimiento.

El defensor público esgrimió que no podía ser que Pérez se hubiera arriesgado a falsificar un documento cuando sabía que no tardarían en descubrirlo.  

Como en “La Carta Robada” de Edgard Allan Poe, la solución estaba a la vista de todo el mundo. El chico había dejado a la Compañía Mercantil en ridículo. Los hechos por sí solo hablaban más de la ingenuidad del gerente que de la astucia de Pérez.

El fiscal, sin contemplaciones, pidió una pena de seis años de cárcel por fraude. Nadie dudaba que a Pérez tenía que caerle todo el peso de la ley.

“SOY UNA POBRE MADRE”

Telegrama enviado al juez de la causa por la madre del condenado suplicándole el perdón.

El defensor Carlos Sciavi le escribió a la madre de Francisco Pérez, que vivía en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, si podía enviarle 750 pesos y así dejarían atrás este escándalo.

Había pasado varios meses desde que Pérez, que negaba los hechos, permanecía encerrado en la cárcel. La solución era devolver el dinero y que le redujeran la pena.

La respuesta de Juana Pérez, cocinera, a punto de cumplir 60 años, no se hizo esperar. El 27 de octubre del 2013 llegó el telegrama al estudio del abogado: “Imposible mandar”.

“Soy una pobre madre desamparada que no cuenta con más amparo que el de una niña hija que son los que me ayudaban para mi sostén. Ese hijo mío, con su trabajo todos los meses, me ayudaba para mi ancianidad y hoy me veo necesitada de todo”, comenzaba la carta.

La mujer decía que si ella pudiera no dudaría en devolver el dinero. Pero era una mujer  pobre y seguro su hijo había actuado con un motivo noble. No negaba que él se hubiera equivocado pero apelaba a la compasión del juez para poder remediar semejante falta.

“Si este pobre muchacho es que ha cometido esta falta, ¡quién sabe en qué circunstancias se habrá encontrado! Porque ha sido un buen muchacho, no porque yo lo diga que soy su madre, sino donde se ha criado, que lo conocen. Yo me veo local de dolor y desesperación por no poder reunir ese dinero de ninguna manera”, decía la mujer apenada.

Las cartas que la madre de Fransico Pérez le envió al abogado defensor explicándole que no podía devolver el dinero.

LOS “CHIRLOS” DEL JUEZ

El 1° de marzo de 1914 el juez Navarro Coreaga condenó a Francisco Pérez, que llevaba casi dos años encerrado, a tres años de cárcel por estafa contra la Compañía Mercantil del Chubut.

En el fallo escribió que había cometido “una pillería, una travesura que merecía unos chirlos (sic) como el gerente de la Compañía Mercantil del Chubut, pero no es un crimen que debiera ser cruelmente castigado… ese joven pudo haber sido arrastrado por el hambre y por el noble fin de llevar a su pobre madre, cocinera y casi sexagenaria, algún socorro”.

Una semana después, Francisco Pérez se presentó en el despacho del juez Navarro Correaga y le insistió: “¡Yo no hice nada, yo no fui, soy inocente, piense en mi pobre madre!”

El chico, que había cumplicdo 20 años, fue trasladado a la Penitenciaría Nacional en Buenos Aires, desde donde inició una batalla judicial de apelaciones para pedir su liberación.

En ese proceso conoció al único hombre que creyó en su inocencia y se convirtió en su abogado. Este acto de fe no logró derribar la densa carga probatoria, que lo ubicaba en la Compañía Mercantil el 18 de junio de 1912.

Lo que la Justicia, impiadosa, se negó a hacer lo consiguió la pobre apelando a la compasión del juez. “Una madre desolada suplica su promesa de inducltar al preso Francisco Pérez”, firmaba la mujer.

En agosto del 1915, el juez Navarro Coreaga liberó a Francisco Pérez, a quien lo despidió como si fuera el padre que nunca había tenido: “Espero que haya aprendido y es hora de que se porte bien”.

“Nunca me porté mal, fui víctima de una vil maniobra”, le respondió el chico que iba a cumplír 21 años, estaba furioso y ni siquiera le dio las gracias antes de irse.

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