La creación de la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales, el 3 de junio de 1922, no deja nada librado al azar: las políticas de protección contra el interés mundial en los campos de petróleo argentinos tienen en el coronel Enrique Mosconi un hábil ejecutor.
El presidente Hipólito Yrigoyen sabe que ese decreto de creación del ente significa mucho más que dar vida a un organismo burocrático. La defensa del petróleo argentino requiere medidas profundas, que llegarán hasta la vida privada del personal de Y.P.F.
Viviendas, escuelas, recreación, comedores, servicios de salud, proveedurías, deportes. Todo, por el “bienestar del personal” como denomina Mosconi esas medidas que excluyen, no obstante, mejoras salariales. Nada hace falta en el yacimiento, como se conoce al Kilómetro 3, que años más tarde será bautizado, justamente con el nombre del General Mosconi.
El trabajo es muy intenso, duro, pero abunda. Los europeos seguirán llegando, en especial, como mano de obra calificada para algunos trabajos específicos, pero el interés de la empresa está en nacionalizar la mano de obra. Rápidamente, llegan catamarqueños, riojanos, algunos salteños, quienes logran un trabajo seguro e incentivan a sus comprovincianos a seguir su camino.
El testimonio de Salomón Páez, un vecino de barrio Juan José Castelli es fiel reflejo de esto. Su padre había nacido en 1901 y llega 22 años más tarde a Comodoro Rivadavia para trabajar en el yacimiento.
“Un hermano de mi mamá lo invitó, -dirá Páez 77 años después- era soltero todavía; mi mamá tenía 17 años, la robó y se la trajo a Comodoro, eran de Copacabana”, en la provincia de Catamarca (1).
Don Páez padre trabaja con Fuchs, con Beghin, empieza a ascender y cuando llega a jefe de equipo, sus superiores le proponen ir a buscar gente, ya que falta mano de obra.
El método de selección de personal de la petrolera es riguroso: “no venía cualquiera. En la Dirección General, le dijeron si se animaba y mi papá fue tres veces a Catamarca a contratar gente. Él me contaba que llegaban allí, con uno de Buenos Aires, de Relaciones Públicas, y hacían un gran asado, al que veían que tomaba mucho, no lo traían” (2).
Así van por todos los pueblos en una búsqueda orientada a jóvenes de 20 a 30 años. Los elegidos son convocados a una reunión, donde les dicen qué les da Y.P.F. a quienes decidan venir a estas tierras: un lugar donde vivir, cama, colchón.
Páez regresa de cada viaje en compañía de entre 60 y 70 jóvenes ansiosos por ser parte de aquello que se les había prometido. En 1926, la mano de obra petrolera registra en Y.P.F. el 21,6 por ciento de argentinos. Tres años después, ascendió al 43,4 por ciento el personal nacido en el país.
Los futuros ypefianos llegan desde Catamarca a Buenos Aires. “Ahí los subían en un barco, los ponían en la bodega, los traían como animales, los bajaban en la playa” (3).
No obstante, “eran una gente que trabajaba como el mejor petrolero, a los dos meses ya tenían su traje azul, la corbata colorada, su diente de oro. Trabajaban 8, 10, 12 horas sin parar” (4).
En Buenos Aires, esa tan lejana gran ciudad, el diario La Nación en sus ediciones de fines de 1926 y principios del ´27 desalienta a tal aventura a los inmigrantes que buscan en este país un futuro mejor. Las publicaciones aseguran que aquí no hay trabajo.
Por un lado, no existe el mínimo interés en ocupar mano de obra con cabezas anarquistas o socialistas, pensamientos que vienen especialmente del otro lado del océano. Por el otro, la nacionalización del yacimiento no puede tomarse tales licencias.
Pese a estos intentos, años más tarde, el cocoliche también será hablado en los yacimientos fiscales, sobre todo, cuando polacos, checoslovacos, portugueses y españoles escapen del horror de las guerras Civil Española o la Segunda Mundial.
De todas maneras, hasta septiembre de 1930, cuando deja la presidencia de la Dirección, Mosconi no cesa en su tarea de cumplir los objetivos propuestos. “Entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera” dice su frase más célebre, pero detrás de esas palabras hay una ingeniería del sentido de pertenencia de Y.P.F.
“Nos proponíamos lograr, y esto se logró, un personal de hombres fuertes, sanos de cuerpo y espíritu, porque solo con ese material humano se podría realizar el plan trazado”, dirá Mosconi luego de unos años (5).
Para ello, instrumenta una política de acción social muy elogiada, cuyo objetivo central, según su mentor, es que “el jefe de familia no sintiera disminuidas su energía y su capacidad de trabajo por preocupaciones inherentes a las necesidades del hogar”6. A la vez, exige de ellos “entregarse por completo al trabajo con cerebro, corazón y músculo”.
Sin embargo, estos beneficios no son inocentes: detrás se escondía una decidida acción tendiente a evitar la tensión social y los movimientos reivindicatorios de los trabajadores.
La vida en el yacimiento -con barrios planificados, todo lo bien que permitían los cerros- tiene sus indudables beneficios: casa, comedores económicos para solteros, hospital, cine, teatro, bar y, en principio, tres canchas de fútbol: Florentino Ameghino, Tiro Federal y Talleres Juniors.
En lo religioso, la Capilla Santa Lucía da cobijo a sus fieles del yacimiento, y Mosconi motoriza, junto al padre Luis Cencio, el Colegio Salesiano Deán Funes, al que luego se sumarán otras escuelas propiciadas y beneficiadas por Y.P.F.
Mosconi no es un “general bonachón”, sino que de sus propios escritos se desprende la intención detrás de aquellos beneficios.
Además, su imagen -tantas veces exaltada- no es la mejor entre muchos de quienes lo conocieron.
Por ejemplo, Berta Richter Kunzel recordará que “el general Mosconi era un jefe muy importante, pero muy miserable, venía cada tanto a casa. Mi papá le pidió que le hagan una pieza más porque ya tenía seis hijos y la casa no daba más. Un día vino Mosconi y mi mamá contaba que miraba aquí y allá: el techo, abajo de la cama, entró a todas las piezas y después le dijo ‘no, la casa es bien grande, no precisan más habitaciones’”.
Además, relata que el director de Y.P.F. “hizo plantar al frente de las casas un camino largo de tamariscos podados, en la calle 8 donde estaban Beghin, Van Raap, Blanco.
Iba sentado en la parte de atrás del coche con la capota baja, con el chofer… mirando si regaban las plantas y todos los vecinos salían a regar para que viera. Era el patrón, pero cómo un general iba a hacer eso” (7).
Desde la producción, el nivel de extracción de crudo se multiplica rápidamente. No es casual que uno de los propósitos de esta explotación fiscal sea “la producción de la mayor cantidad de petróleo con el menor costo posible” (8).
Uno de los fines de esta explotación es bajar los niveles de consumo del carbón inglés como combustible al reemplazarlo por el petróleo obtenido en esta ciudad y sus derivados.
Por eso, durante décadas y aún poco antes de su privatización, la publicidad de YPF hará hincapié en “pegarle fuerte” a otras fuentes de energía, extranjeras.
Ya el primer año de funcionamiento, Y.P.F. logra resultados de la expansión estatal en la producción de hidrocarburos. En 1917 -cuando renunció en pleno la Comisión Administradora del Yacimiento de Comodoro Rivadavia con sede en Buenos Aires- la producción era de 192.317 metros cúbicos. En 1922, alcanza 704.550 metros cúbicos para quemar y 45.257 para refinar.
Aunque estos cambios solo se notan en la explotación del petróleo y no, en su procesamiento, un reclamo permanente de quienes adoptaron este suelo. Sin embargo, Mosconi formula un plan de trabajos que incluye entre sus puntos principales la “instalación de una destilería en el mismo yacimiento para elaborar la producción y efectuar el transporte de esta a Bahía Blanca”, algo que no solo no llegará a ver, sino que jamás habrá de suceder.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en febrero de 2001.
(1) Crónica Entrevista a Salomón Páez. Marzo de 2000.
(2) Idem.
(3) Crónica. Entrevista a Berta Ritcher Kunzel. Mayo de 2000.
(4) Entrevista a Berta Ritcher Kunzel.
(5) Obras de Enrique Mosconi “El Petróleo Argentino”.
(6) Idem 5.
(7) Crónica. Entrevista a Berta Ritcher Kunzel. Mayo de 2000.
(8) Idem 5.