Para 1.904, Trelew ya “era mucho más importante que Rawson por sus habitantes, por su comercio y por su estación ferroviaria” (Crónica del Padre Vacchina), y había que pensar en una obra estable y de mayor envergadura. “Donde no hay casualidad, suele andar la Pro- videncia”, y la Providencia llegó esta vez en forma de un legado testamentario con la obligación de destinarlo a una obra piadosa, a la que debía ponerse el nombre de Santo Domingo. Este dinero, cinco mil pesos, fue entregado al Padre Muzio para que construyera una capilla y un colegio en Trelew. Los trabajos se iniciaron en 1906, y desde comienzos, el Padre Juan se estableció en forma permanente, utilizando para la capilla un salón que había pertenecido a la policía, cedido por el gobernador del territorio, hasta que se terminara la construcción.
El colegio fue inaugurado el “24 de marzo de 1908 con todo; privadamente ya había comenzado a funcionar en la misma fecha de mes del año anterior” (Crónica del Colegio). Esto está corroborado por una nota del Padre Juan -de la que se conserva copia en un libro de actas escolares- fechada el 22 de febrero de 1907 en la que comunicaba al “encargado escolar D. Luis Debernardi… que el 24 del corriente abriré una escuela de enseñanza elemental según el programa nacional”. El nuevo colegio, para dar cumplimiento a la voluntad de la donante, fue llamado Santo Domingo.
Director del nuevo colegio fue designado el Padre Juan Muzio. La Cruz del Sur, primer periódico castellano del Chubut, que se imprimía en los talleres del colegio salesiano de Rawson, al anunciar la inauguración dice que “la escuela, gracias a los auxilios de su superior está bien provista de útiles para enseñanza; la casa para el personal docente carece de todo, ya porque en Trelew no se hallan ciertas cosas y también porque a pesar de la mejor buena voluntad, aquellos salesianos no las pueden proveer por falta de medios. Los recomendamos a las familias de buena voluntad”. El problema del aprovisionamiento se solucionó, gracias a las pocas exigencias del Padre Juan y sus colaboradores. Un fondero italiano les enviaba una vez al día sopa y tres platos abundantes por quince pesos mensuales y la obligación de admitir en el colegio a su hijo.
Uno de los platos lo reservaban para la noche al que se agregaba la sopa que con mucha caridad preparaba el Padre Juan. Pero “buen corazón quebranta mala ventura”; el espíritu de sacrificio y la abnegación que albergaba su noble corazón quebró esta y muchas otras malas venturas. Con los caritativos condimentos de tan exigua dieta no había peligro de complicaciones hepáticas, se mantenía ágil el cuerpo, pues los bolsillos tampoco pesaban.
El colegio crece no sin dificultad, esa situación queda también reflejada en el número de los alumnos: el primer año tuvo 23 inscriptos, el segundo 45, cifra que fue lentamente en ascenso hasta llegar a 86 en 1913. Con ese año terminaba el período de seis años del Padre Muzio, quien, al recordarlo a su superior, el Padre Pedemonte, no le oculta la realidad: ‘Nuestro colegio con el personal que tiene no puede competir ni llenar debidamente su obligación. Si desea que el colegio siga, se impone la necesidad de poner más maestros. En cuanto a mí, soy completamente incapaz de gobernar la casa; por lo tanto, renuncio absolutamente de Trelew” (subrayado por el Padre Juan).
Sin embargo, parece que los superiores tenían otro concepto de su capacidad, porque seguirá al frente del colegio durante nueve años más, a pesar de que no se proveyó de inmediato a su desesperado reclamo, pues dos años más tarde vuelve a insistir: “En cuanto a mí, me parece que ya no podré quedar aquí; porque para estar como estoy no es vida; y para quedar de otro modo, la población diría que no hago nada… Por lo tanto, ruego a V. R. quiera darme una pequeña ocupación en otro punto”.
Texto extraído de “Padre Juan Muzio” – Clemente Dunrauf