Como era de esperarse, la fiesta del 9 de julio de ese año cobró singular relieve con la presencia de las tropas del nuevo regimiento y el acto principal su jefe, el teniente coronel Federico J. Zeballos, pronunció un hermoso discurso alusivo. Con la llegada de estas tropas se cumplía otra promesa del general Julio Argentino Roca, y así Trelew de la noche a la mañana volvía a recibir un nuevo y formidable aporte de 350 personas al total de su población, hecho que influyó poderosamente en su desarrollo económico, social y cultural.
Después de haberse dado término al baile de gala que se realizó en los salones de actos del cuartel, con motivo de los festejos que se realizaron el 9 de julio, se produjo en las dependencias del mismo un accidente de trágicas consecuencias: estando el sargento Gabriel Sora en su habitación, limpiando su revólver, se le escapó un tiro que fue a herir de gravedad a su compañero y amigo, el sargento Carraza. Atendido de inmediato por el médico del batallón, Dr. Sagarnaga el herido declaró, estando también presente el teniente coronel Zeballos, que se había tratado de un accidente y que aun en caso de muerte, le rogaba perdón para el amigo. Pese a las atenciones recibidas dejó de existir en la madrugada del 12 de julio, siendo sus restos inhumados en horas de la mañana siguiente en el cementerio de Moriah.
Al parecer este penoso incidente afectó al sargento Sora y en más de una ocasión había manifestado que para él, la vida no tenía razón de ser. Su mala conducta en el regimiento dio lugar a que sus superiores lo arrestaran, logró escapar del calabozo en la noche del 19 de octubre del 1900. Se enviaron patrullas en su búsqueda, logrando al cuarto día dar con su escondite en una pequeña cueva existente en la loma entre Trelew y Rawson, lado norte del río, donde varios soldados se presentaron con orden de arrestarlo, pero cuando Sora los vio llegar, sacó su revólver y se disparó un tiro en la sien derecha, falleciendo a las pocas horas, cumpliendo así con lo que muchas veces había manifestado, de que si podía escapar de la prisión jamás se entregaría vivo.
Texto extraído del autor Matthew Henry Jones