Por Esteban Zagrieto para Argentina Austral
Rumbo al sur
Seis meses en la boca. Tedio, al fin embarqué hacia Chubut. El 20 de abril de 1899 me despedí de aquel barrio espiritualmente genovés. Fue en el transporte “1° de Mayo”, diminuto pero valiente gaucho del mar (ahora duermes, descansas, tu vida fue larga y útil).
Al alba del 25 de abril entrábamos a Golfo Nuevo. En un extremo Punta Ninfas, en el otro Punta Delgada. Sobre cubierta, tres pasajeros, los tres italianos: dos mayores, el otro un niño. Los primeros iban a trabajar; eran Ademaro Ferrero y Vicente Massa, el último, a lo que el destino quisiera hacer con él.
Conservaba en sus pupilas la magnífica visión de las tierras francas e italianas del Mediterráneo, en que embebíase su alma. También traía para aquí su caudal emotivo. Soñaba con campos verdes, montes, arroyos, manantiales. Mucho espacio y soledad.
Primero, Madryn
Pocas casas alrededor del muelle, viejo. Así era Puerto Madryn. Las de don Juan Acosta, casas pequeñas de zinc. El negocio y el hotel, de don Pedro Derbes, de material; un poco más retiradas, la subprefectura y la casa del subprefecto, capitán Eugenio Leraux. Más allá todavía, hacia donde está la población actual, las casitas de madera del ferrocarril central del Chubut, destinadas a empleados y obreros. Todavía más lejos, sobre la vía, la pequeña estación.
Servicio ferroviario
Alrededor de las 20 -todos decíamos las 8- llegó a Madryn el tren procedente de Trelew. En su comando el siempre inquieto e inolvidable Don Juan Howell Jones. Salimos a las 21 para llegar a Trelew a las 24.
En aquel entonces, el tren solía ir a Madryn cuando se les avisaba por teléfono que estaba entrando un barco. En Trelew se preparaba el convoy y allá iba, a las pitadas. Tiempos arcádicos que no es posible borrar de la memoria.
En Trelew
Era pequeña la estación de Trelew. El andén, sin techar, las ampliaciones llegaron después. ¿Y qué era Trelew? Un puñado, un puñadito de casas que casi podían contarse con los dedos de una mano.
Sobre la avenida Fontana, pocas casas sobre la mano izquierda, viniendo de la estación. Sobre la derecha, menos aún. Pero al fondo, antes de llegar a la antigua zanja, la casa de piedra, hace poco destruida, y sobre la esquina de Fontana y San Martín, la casa de ladrillos que ocupó la Mercantil del Chubut.
Allá, en distancia, la Capilla Metodista y la casa de Mr. Berry, hoy “Aguada de don Pepe”. Por donde está ahora la casa amarilla, la herrería de don Bob Jones, cuya vivienda se levantaba al otro lado de la zanja, después del tajamar, que para cruzarlo exigía mucho equilibrio.
Cerca de la antigua zanja, la lechería de Josiah Williams, de adobes, (oh, las pacientes vacas! Todas las tardes las veían llegar, lentas, indiferentes, la mansedumbre reflejada en los ojos. Iban al corral para que las ordeñasen).
El lugar de pastoreo se hallaba ahí cerca, en las puertas mismas de Trelew.
Por otros lados, vacíos, vacíos. Pero aún así, sin luz, sin agua corriente, sin calzadas, ni aceras, ni cercos. ¡Qué lindo era Trelew! Era un lugar idílico, de paz honesta, de tranquilidad y de trabajo.
Llega el presidente
En abril de 1899 se llenó de ecos jubilosos el Valle. Es que llegaba el presidente Roca, el primer gran estadista que puso sus pies en la Patagonia. Vino a Trelew en el tren, en nuestro trencito carreta, como le decíamos. De aquí fue a Rawson, luego recorrió el Valle en un coche. Pernoctó en un humilde hotel y regresó a Madryn para seguir a Buenos Aires.
Nos prometió más transportes y pronto comenzaron a menudear sus visitas con el “1° de mayo”, el “Santa Cruz” y el “Ushuaia”. Prometió el telégrafo y al año siguiente llegó. Y siguió tirándose la línea hasta Cabo Vírgenes.
Prometió fuerzas militares, en octubre llegaron los materiales y en junio de 1900 llegó un batallón del 6 de línea, comandado por el teniente coronel Federico J. Ceballos que tenía por segundo al mayor Jaureguiberri.
Con su clara inteligencia vio que el problema en la Patagonia era la falta de población y, sin pérdida de tiempo, dispuso que el comercio fuese libre al sur del paralelo 42, llevándose a los empleados del resguardo aduanero. Y la gente comenzó a llegar y a quedarse.
¡Roca: la Patagonia no debiera cansarse en cantarle loas y en levantarte monumentos, como lo han hecho aquí¡
¡A la escuela!
A los pocos días de llegar, precisamente el primero de mayo, me mandaron -sin mayores contemplaciones- a la escuela. Era la número 5. Estaba instalada en un modesto edificio de dos piezas ubicado en 25 de mayo y Belgrano. Ahí donde está el hotel Elicegón. El aula era de 5×5. La otra pieza era secretaría y depósito.
Don Eduardo Thames Alderete era director, el maestro don Roberto O. Jones, danés del Jardín de la República, el primero, orgulloso en serlo. Quizás tuviera algún otro motivo: cierta vez, encontrándome en Tucumán, di con una calle Thames. ¿Descendería de él? Sea lo que fuere, desde aquí le rindo el tributo de mi respeto y cariño.
Otro, tanto digo en memoria de Jones. Sé que sus restos fallaron sepulcro en el valle el 16 de octubre.
Servicios públicos
Trelew lejos sin agua y sin luz…
El agua la íbamos a buscar a la zanja o la traíamos del río. (¡Muchacho!.. te conozco. ¿Cuántas veces te he visto guiando un caballito atado a dos varas que partían del eje de dos ruedas sobre las cuales colocabas el barril aguatero? Lo cargabas en el “Hendres” y regresabas alegre y contento. No te importaba el trabajo porque dentro de ti rumoreaba un sentimiento y susurraba un ideal).
La luz, lámparas a kerosene, velas o el candil criollo. Después, ¡qué gran progreso!, las lámparas Miller.
En 1907 se inició el alumbrado público. Galo Lobato fue el encargado de encender y apagar las farolas. El primer farol a carburo fue colocado en Fontana y 25 de Mayo, iniciativa del Intendente Joseph Jones. Medio pueblo asistió al acontecimiento.
El servicio de agua se estableció a iniciativa del Intendente Don Francisco Pecoraro en 1906. Se comprometió a fondo para conseguirlo. Fue un gran progreso. Una calle lleva por eso su nombre. Otro debería llevar la de Baldomero de Carrasco, también era muy progresista.
Un motivo de reunión
No era cuestión de buscar motivos de diversión refinada, pero en verdad nos divertíamos. Era a nuestra manera y a tono con el ambiente. Teníamos nuestros motivos de reunión. Uno de estos era la llegada de la correspondencia, de tarde en tarde, muy de tarde en tarde. Cuando hacía escala un barco en Madryn, nuestro estafetero, Don Williams Pugh, se ponía en movimiento. Ya en su poder las cartas, comenzaban a clasificarlas y la población se reunía ahí cerca, casi rodeándole. Era en la esquina de Fontana e Italia, donde está la casa Bianchi. El viejo Pugh, terminada su tarea, comenzaba a llamar a los interesados. Uno por uno se acercaba a retirar los suyos. ¡Qué alegría para los que recibían cartas, diarios, paquetes! Y qué mohínos quedaban los demás.
Pero aún con la más o menos velada tristeza de unos, aquellos nos reuníamos, nos reunía a todos. Aun los chicos nos tomábamos la libertad de mezclarnos con los mayores, aún de meter basa en sus conversaciones. Sobre todo aquel pequeño inmigrante que ya conocía a muchos. Tarea facilitada por el trabajo que cumplía en un hotel.
Collar de sucesos
El Banco de la Nación Argentina se instaló después de la segunda inundación. Antes se hallaba en Rawson. El primer gerente fue el señor Hawar, cuya firma la constituía una serie de patotes verticales. Contadora era el señor Ovidio Pellerano. Y tesorero un señor Meza.
¡Se salvaron de una buena! Vale la pena recordarlo, allá a principios de este siglo llegó una banda de asaltantes norteamericanos. Eran tres o cuatro hombres y una mujer. Esta era bonita y elegante. Los bandoleros se instalaron en el hotel Argentino de José Berreta. Yo les servía, en un reservado.
Trabaron relaciones con el señor Howard, descendiente de norteamericanos. Se intercambiaron visitas y obsequios. Los asaltantes preparaban el terreno. De pronto se fueron, sin dar su golpe. ¿Será por qué todo lo tenían a la mano? ¿Escrúpulos?… Vaya uno a saberlo. El atraco lo dieron en Río Gallegos. Lo repitieron en Tecka; más tarde en San Luis.
A principios de 1905, quedamos tristes. Se nos fue el médico: doctor Antonio Billinghurst. ¡Si lo recordaré! ¡Qué buen médico! Le debo la vida. Un 22 de febrero de 1903 iba a ser el último día de mi vida. El doctor Billinghurst junto al farmacéutico Méndez y al sargento ayudante Alfredo U. de Pino me salvó. Antes habíamos tenido al Dr. Canaveri, también al Dr. Abini. En Gaiman estuvo el Dr. Mussacchio, albanés. Después se radicó el Dr. Martinengo, italiano, que más tarde se trasladó a Puerto Madryn cuando llegó a Trelew el Dr. Luna,
Hacia la Anónima
Corría el año 1906, dejé mi trabajo en el hotel y me emplacé a una casa de consignaciones. Al año siguiente me designaron a Puerto Madryn. Ahí estaba instalada la casa Braun y Blanchard. La firma era de Punta Arenas y la sucursal iba a ser dirigida por Don Roberto Gómez. Recuerdo que un empleado se llamaba Jorge Washington Jones. Me enteré que esa firma se instalaría en Trelew. Me arriesgué a detenerlo en la calle a Don Roberto Gómez y le solicité un empleo. Y él, con esa bonhomía que lo distinguió siempre, me dijo que tomaba nota del pedido.
El 1 de noviembre de 1907 se abrió la sucursal en Trelew y yo estaba admitido con un sueldo de pesos 120 mensuales. Para colmo de bienandanzas, mi pupitre daba frente a una ventana sobre la calle por donde transitaba ella.
Eran como mitos
La fama precedía a aquella firma como a la “José Méndez”. ¿Quién no oía hablar de ellas a lo largo de la Costa Sur? ¿Quiénes no hablaban de Don Mauricio y de Don José? ¿Quiénes no decían que eran fabulosos hombres de mar, de negocios, de empresa?
Don José Méndez y Don Mauricio Braun eran como mitos.
Yo escuchaba de pequeño vuestras leyendas. Las entendí luego, ya grande. ¿Qué no había hecho vosotros en bien de la Patagonia? La sacaste del erial que era para llevarla a su grandeza actual. Hiciste conocer el valor de sus campos y tras de vosotros llegaron los demás. Abriste la Patagonia para que todos entraran en su seno próvido. ¡Oh, caras memorias!
La nueva casa
Dije que Braun y Blanchard abrió su casa en Trelew el 1° de noviembre de 1907. Pocos meses después se formó la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia. Nuestro primer gerente había sido el señor Ernesto Knoff. Pero allá, en 1909, llegó Don Esteban Ferrari y nombró gerente a Eran John Robert, que acababa de dejar la gerencia en Comodoro Rivadavia de la compañía mercantil del Chubut. Como jefe de ventas fue designado el señor Antonio Martínez Fernández, que procedía de “la José Menéndez”, de Río Gallegos.
Martínez había llegado a Puerto Madryn en el “Presidente Roca” en julio de 1909, desembarcando pocas horas antes de que aquel se incendiara. Fui, hasta su muerte, su gran amigo. En esa casa realicé mi carrera, la Anónima. Fue el hogar predilecto de muchos. Pero no voy a referirme a las cosas nuevas que todos conocen. Si he querido desgranar algunos recuerdos fue para evocar los tiempos más lejanos. Los modernos están en la mente de todos.