La Voz de Chubut te acerca una nueva entrega de la saga de los crímenes que conmovieron a nuestra provincia.
Esta vez recuperamos el caso de un taxista que apareció asesinado en un Mercury 1953 cerca de la planta de LU20, camino al Puente Hendre, a mediados de marzo de 1969.
En el “Trelew chico” nadie estuvo seguro después del crimen de Domingo “Nene” Nápoli, un querido vecino de 51 años, casado y con hijos.
La muerte de un vecino conmovió a taxistas que se movilizaron por Trelew reclamando seguridad.
EL ÚLTIMO PASAJERO
Domingo Nápoli, taxista de 51 años, levantó a un hombre de camisa blanca, que salía del Bar España, sobre la 25 de Mayo y Pellegrini, y le dijo a su compañero que no lo esperara, que dejaba al pasajero y se iba a dormir.
Era la noche del martes 11 de marzo de 1969. La vida nocturna de Trelew, que tenía 40 mil habitantes, giraba en torno al bar España, un antro donde iban policías, ladrones y circulaban toda clase de negocios turbios.
Hacía nueve años que habían matado, una noche de otoño de 1960, al guitarrero del bar, Ricardo Peña, quien tenía un amorío con la mujer del dueño.
El “Nene” Nápoli, de 51 años, casado, con hijos, de una familia conocida de Rawson, no tenía nada que ver con malandras ni las mujeres que frecuentaban ese bar.
Ese martes, a las 23 horas, Nápoli, con el último pasajero, pensaba en ir a casa con su esposa y darle las buenas noches a sus hijos.
Tomich, su compañero de parada, fumando en la vereda, vio cómo un hombre de camisa blanca subía al taxi y le indicaba la dirección.
En el final del verano del ’69. Trelew ya no sería nunca más esa pueblo chico en el que todos confiaban.
No sabía que sería la última vez que lo vería con vida.
MUERTOS DE CALOR
El miércoles cerca del mediodía, un vecino avisó a la comisaría que había aparecido “un Mercury 1953 con un hombre dentro”, cerca de la planta de LU20, yendo para el Puente Hendre.
El único patrullero que tenían estaba roto. El comisario Iralde y sus hombres caminaron 5 kilómetros desde la comisaría del centro hasta la planta de LU20, y a unos metros vieron el Mercury 1953.
“Estábamos muertos de calor”.
La primera impresión de Iralde fue que el Mercury era uno de esos autos que contrabandeaban en el Paralelo 42.
“Ojalá sea un suicidio”, pensó Iralde cuando vio el auto con el cuerpo en su interior.
-Es el auto de Nápoli, dijo Cabrera.
El cuerpo en el asiento del acompañante, tenía con un agujero de bala en la cabeza.
Iralde y sus hombres se quedaron helados.
-El muerto es Nápoli.
El gobernador de facto, Pérez Pittón, y el intendente Carlos Stroppiana, no querían ningún escándalo. El general Juan Carlos Onganía tenía pensado visitar Trelew dentro de un mes.
¿ EN QUÉ ANDABA?
El miércoles, a la 1.30 de la madrugada, Nápoli habría levantado a dos personas “de buena presencia”, decían las fuentes.
Esta versión contradecía el relato de Tomich, a quien Nápoli le había dicho, sobre las 23, que tenía pensado irse a su casa.
Ante los escasos avances del caso, la prensa hacía conjeturas sobre la vida del taxista. “Nápoli era una persona muy introvertida, solía pasar más de una hora en la cola de los taxis, salía intempestivamente y regresaba a las tres horas”, apuntaba Jornada.
El jefe de la comisaría, Mariano Iralde, hacía razzia en las chacras bajo la sospecha que los asesinos tendrían su guarida en Gaiman o Dolavon.
En sábado anterior, delincuentes se habían llevado dos revólveres y una pistola 22 de Casa Wimac. Los que dieron el golpe en el negocio de la galería Thales, podían ser los que mataron al taxista.
Las pericias confirmaron que a Nápoli le dieron tres balazos en la cabeza con una pistola 22. El cadaver no tenía dinero ni efectos personales.
Todo parecía indicar que el taxista manejaba, lo encañonaron, se resistió y lo mataron. Antes de irse, movieron el cuerpo al asiento de acompañante.
Aun así, un pequeño detalle hacía dudar los investigadores. “Los bolsillos de los pantalones estaban dados vuelta, pero en su muñeca tenía un reloj Omega legítimo”, decían las crónicas.
El día que sepultaron a Nápoli, no hubo taxis en Trelew hasta el mediodía. El cortejo fúnebre partió desde su casa en la calle Pellegrini 280
La Asociación ejerció una fuerte presión sobre el intendente Stroppiana para que les garantizaran la seguridad que no tenían.
LOS PRIMEROS EN CAER
La Policía salió a la caza de cuatro sospechosos: Rubén Debasi y Avelino “Millaco” Calfunahuel, ambos de 18 años, Duval Fernández, de 20, y su hermano César dos años menor que él.
Los hombres de Iralde buscaron cerca de la chacra de Arza en un rancho donde se comprobó que vivía un linyera. Recorrieron las chacras a pie y a caballo, pero no lograron dar con ninguno de ellos.
Estaban convencidos de que los asesinos estaban guarecidos en un “aguantadero” en el valle. Los cronistas se preguntaban “¿quién se arriesgaría a dar albergue a tres asesinos?”
Por esos días, circulaba la versión que un tal “Tuquelén”, otro malandra que vivía en una pensión, había hecho el bolso y se había mandado a mudar.
Los taxistas pedían a las autoridades que obligaran a los pasajeros que viajaban de noche, a que registraran sus nombres y apellidos.
Stroppiana, que seguía el caso con preocupación, les respondía que las ordenanzas vigentes contemplaban estas previsiones.
“A partir de las 21 y en viajes hacia lugares apartados, los conductores están autorizados a solicitar la identificación de los pasajeros ante la autoridad policial más próxima”, decía el intendente.
Los primeros en caer fueron Debasi, Calfunahuel y Duval Fernández, uno de los hermanos.
Los chicos implicados en varios robos, no pudieron justificar qué estaban haciendo la noche en que mataron al taxista.
El otro en caer fue el “hombre de la camisa blanca”, el último que tomó el taxi de Nápoli a la salida del bar España.
Los policías que frecuentaban ese antro de la calle 25 de Mayo, no tardaron en identificarlo.
Tomich, que lo había visto subirse al Mercury que manejaba Nápoli, lo reconoció enseguida.
“TOLERANCIA CERO”
Iralde sufría cada vez que la esposa de Nápoli iba a golpearle la puerta para preguntarle si había dado con los culpables.
Los policías tenían carta blanca para “ayudarlos a recordar” a los detenidos. A los pocos días cayó el segundo hemano, César Fernández.
Los cuatro chicos fueron encerrados en un pabellón en la Alcaidía, que quedaba en el patio de la comisaría del centro.
El “hombre de la camisa blanca”, recluido en otro sector, fue el que peor la pasó; más tarde, se comprobaría que no tenía nada que ver.
César y Duval Fernández, los hermanos que se cubrían entre ellos, desempeñarían un rol clave en la resolución del caso.