viernes, 4 de octubre de 2024

 

Domingo Nápoli

La Voz de Chubut trae la segunda entrega de la muerte del taxista Domingo “El Nene” Nápoli, que conmocionó a Trelew a finales del verano del ‘69.

El hombre de 51 años, con esposa e hijos, apareció muerto dentro del Mercury 1953 cerca de la planta de LU20, yendo para el Puente Hendre, el miércoles 12 de marzo de 1959.

El cuerpo reclinado en el asiento del acompañante, tenía tres orificios de balas en el cráneo.

En la primera parte, nos quedamos en que habían capturado a cuatro sospechosos: los hermanos Duval y César Fernández, de 18 y 20 años, y Rubén Debasi y Avelino “Millaco” Calfunahuel, ambos de 18.

Leer primera parte de “El crimen del taxista que sembró el terror”

Los cuatro eran delincuentes conocidos en el valle que no habían podido justificar qué hicieron la noche en que lo mataron a Nápoli.

Debasi, Calfunahuel, César y Duval Fernández

El quinto en caer fue “el hombre de la camisa blanca”, el último pasajero al que llevó el taxista el martes a las 23 horas.

En esta segunda entrega, la historia da un giro inesperado. El “Nene” Nápoli le había dicho a Tomich, su compañero, que dejaba al pasajero y volvía a su casa.

Sin embargo, Nápoli nunca regresará a casa sino que volverá a la parada y responderá a un llamado que le costará la vida.

GOLPE DE SUERTE

Un tal Valle, que cumplía condena por defraudación en la Alcaidía de Trelew, le dijo al comisario Iralde que los hermanos Fernández “sabían algo” del crimen del taxista.

El delincuente, oriundo de la provincia de Buenos Aires, estaba dispuesto a colaborar en lo que pudiera con tal de que sacar algún provecho.

Iralde ubicó a los Fernández en la misma celda que Valle –el soplón- para ver si cantaban algo. Pasaron más de diez días y no pudo sacarles nada.

Una mañana Iralde recibió el llamado de un camionero que había estado en Telsen y recién se enteraba habían matado a Nápoli.

El camionero contó que esa noche estaba en la fábrica “Roma” con el sereno cuando cayeron dos hermanos y le pidieron si podían usar el teléfono para llamar un taxi.

El hombre, que lamentó no haberles avisado antes, reconoció a los hermanos Fernández. Entre tanta euforia en la Alcaidía, tuvieron que frenar a un policía que quería hacer justicia por mano propia.

Duval y César Fernández, a fuerza de golpes, confesaron que habían estado en el taxi, pero juraron que no lo mataron. El que le había disparado a Nápoli –cantaron los hermanos- era ese tal “Tunquelén”.

Desde que se fugó (ver Parte 1), Tunquelén había estado vagando por  los campos del Dique Ameghino hasta que regresó porque no tenía qué comer.

Uno de los hombres de Iralde, se jactó de que siempre había sospechado que “había algo raro” en ese chico que se había ido de la pensión.

El asesino de Nápoli fue sorprendido una tarde cuando deambulaba en el “Trelew chico”. Los hermanos Fernández lo habían traicionado: estaba cansado de andar escapando, no tenía dónde ir.

Tunquelén, asediado por Iralde y sus hombres, confesó que iban a robarle pero el taxista quiso quitarles el arma y salió un disparo. Los otros dos balazos –completó la pieza que faltaba- se los dio en la cabeza cuando ya estaba muerto.

El asesino confeso llevó a Iralde al lugar donde había escondido la pistola 22.

LLAMADO DE MUERTE

La noche que lo mataron, Nápoli dejó al “hombre de la camisa blanca” en su casa, regresó a la parada y recibió el llamado de los hermanos Fernández.

La fábrica “Roma” quedaba sobre la calle 25 de Mayo saliendo para Gaiman. El camionero, cerca de la medianoche, alcanzó a distinguir dos o tres siluetas que subían al Mercury 1953.

El taxista, a la madrugada, iba al volante y los tres ladrones atrás en dirección a las chacras. Cuando pasaban por la planta de LU20, Tunquelén le apuntó con la pistola (Nápoli quiso arrancarle el arma) y el asaltante disparó.

Los tres delincuentes sacaron el dinero que tenía en los bolsillos (le dejaron el reloj puesto), y huyeron cada uno por su lado.

Duval y César Fernández cayeron a las pocas horas; los tenían apuntados por otros robos. Tunquelén alcanzó a escapar y, si no hubiera sido porque lo delataron, nunca habría caído.

Los delincuentes no dejaron un solo rastro en el Mercury 1953. La Policía no logró levantar ninguna huella.

LA VIDA QUE SIGUE

El “Nene” Nápoli era un tipo muy particular que solía deambular con el taxi a la madrugada buscando vaya a saber qué.

Tomich, su compañero, estaba seguro que el taxista esa noche se iba a ir a la casa. Si lo hubiera esperado, quizá, él hubiera recibido ese llamado.

El verano del ‘69 estaba terminando; empezaba a refrescar. La vida en el Bar España seguía como si nunca hubiera pasado nada.

Un hombre de camisa blanca salió  del bar y se dirigió a la parada de la 25 de Mayo. Tomich, que estaba en la fila, aceleró y fue derecho a casa.

 

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