miércoles, 4 de diciembre de 2024
Una reunión evangélica, en Río de Janeiro

Dios tendrá la mirada fija en Brasil el próximo domingo 2 de octubre, día de las elecciones presidenciales. En el Templo de Salomón, una de los mayores iglesias evangélicas de São Paulo, el obispo Renato Cardoso ya está dando la batalla desde el altar. “Tienen que ir a votar. ¡Si no hay resistencia de los creyentes, el mal va a seguir avanzando!”, exclama. La última misa de domingo antes de los comicios acoge a cientos de fieles que han ido a escuchar la palabra del Señor. El mensaje es claro. No se habla de candidatos, pero se entiende que el mal tiene nombre: Luiz Inácio Lula da Silva y la izquierda.

Situado en medio de un barrio popular de la ciudad brasileña, el Templo de Salomón es una réplica del legendario edificio del Antiguo Testamento. Las piedras blancuzcas con las que se construyó proceden de una cantera de Hebrón. En el jardín, hay 12 olivos rechonchos con 300 años de antigüedad y un pozo con agua bendita que dicen hace milagros. “Funciona. A mi abuelo le curó el cáncer de páncreas”, asegura Carlos Wendel, de 25 años. Vestido con traje y corbata, el joven trabaja el fin de semana como “obrero”, el nombre que reciben los voluntarios de la iglesia, y este domingo se encarga de dar indicaciones a los novatos. Primero, hay que dejar celulares, armas y chicles en la recepción para no interrumpir el culto. Liberado de esas ataduras, uno ya puede cruzar el gran portalón dorado.

El Templo de Salomón, con sus 100.000 metros cuadrados, es el gran símbolo de la Iglesia Universal. A su fundador, el obispo Edir Macedo, se le ocurrió la idea de levantarlo durante un viaje a Israel. “¿Por qué no traer un pedacito de Tierra Santa a Brasil?”, se preguntó, y se puso manos a la obra. La inauguración en 2014 convocó a toda la élite política brasileña, incluida la presidenta Dilma Rousseff, sucesora de Lula. Con 65 millones de evangélicos en el país, un tercio de la población, había que cultivar el voto. Mucho ha cambiado desde entonces. Ahora ya no hay lugar para el Partido de los Trabajadores en el Templo de Salomón. Macedo, el obispo que dio la bienvenida a Rousseff hace ocho años, aclaró la semana pasada que él votaría por el actual presidente Jair Bolsonaro, ultraderechista y aliado de líderes evangélicos. Los sondeos indican que la mayoría de sus correligionarios comparte esa preferencia.

La misa de este domingo arranca llena de esperanza. “Shalom, shalom”, saludan en la entrada unas voluntarias vestidas con túnicas blancas y ribeteadas de dorado. Dentro, unas pantallas gigantes a cada lado de la sala indican la letra del canto de turno: “A Dios le importas, solo depende de ti…”. De repente, bajan la intensidad de la luz hasta quedar en penumbra. Una familia se levanta para tomar el micrófono y explicar cómo el Evangelio hizo que el padre dejara de beber y de pegar a su esposa: “La Iglesia nos salvó”. A continuación, las asistentes de túnica blanca se colocan junto a los bancos con las terminales de tarjetas de crédito listas para recibir donaciones.

El ejemplo del padre que acabó con sus demonios le sirve a Cardoso para enlazar con la lucha entre David y Goliat. Al obispo, siempre didáctico, le interesa un pasaje en particular. Después de que el gigante queda aturdido por la pedrada, el héroe va y lo remata. Primer libro de Samuel 17:51: “Corrió David y púsose sobre el filisteo, y tomando la espada de él, sacándola de su vaina, matólo, y cortóle con ella la cabeza”. “¡Atención, todos!”, dice el obispo. “David no quiso solo resolver el problema temporalmente, quiso eliminarlo para siempre. Si no Goliat, hubiese vuelto. ¿A ver, ustedes quieren o no quieren la victoria? Porque para la victoria tienen que luchar, poner toda la sangre en la batalla” continúa. “Levanten la mano los que sí”. “¡Yo!”, responden muchos brazos levantados.

La batalla terrenal tiene fecha: el 2 de octubre. Los evangélicos se enfrentan a “la normalización de lo anormal”, en palabras de Cardoso. Pese a tener a Bolsonaro en el poder, la amenaza izquierdista está por todos lados en el Congreso. El obispo procede a proyectar sobre las pantallas gigantes una serie de propuestas de ley: enseñanza de “la ideología de género” en las escuelas, permisos para que los niños decidan un cambio de sexo sin consentimiento de los padres, “prohibiciones” para hacer proselitismo religioso en las calles, legalización de la marihuana…

“¿Eso es lo que quieren?”, pregunta al público un Cardoso enardecido. “¡No!” responden. “¿Vamos a cortarle la cabeza a Goliat?”, “¡Sí!”. “Crack”, dice él, y tuerce el cuello. “Entonces el próximo domingo vengan a la iglesia con su cartilla de elector y después vayan a votar a la gente de bien. Ya saben quiénes son, ¿verdad?”. A continuación, el obispo se arrodilla junto a otros pastores, los feligreses levantan los brazos hacia el cielo, y rezan una oración por Brasil: “Oh Señor, no permita que lleguen al poder personas que normalicen lo anormal, ayúdenos a detener la avalancha del mal…”.

En una de las salidas, Jéssica Cándida, de 30 años, reparte propaganda de la candidata a diputada estatal Edna Macedo, hermana del fundador del templo Edir Macedo. El folleto denuncia los esfuerzos por “transexualizar a bebés”. Con Lula muy por delante en los sondeos, la Presidencia ya se da casi por perdida y el objetivo es otro. “Estamos muy enfocados en el legislativo. Todos esos proyectos de ley pasarían si no fuera por los diputados evangélicos”, señala.

A unos pasos de allí, Sandra Barbosa, auxiliar de enfermería de 66 años, sigue dándole vueltas a las palabras poderosas del obispo Cardoso. El discurso le ha parecido “excepcional”, aunque, de todos modos, ella ya tiene el voto decidido desde hace tiempo. “¿Por quién votaré? Por la única opción posible: Bolsonaro. Tiene la sangre un poco caliente, pero es un buen hombre”, dice. “Lula odia el Evangelio”.

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