miércoles, 11 de diciembre de 2024

¿De qué está hecha la ropa que tienes puesta hoy? ¿De dónde viene? ¿Qué manos tiene detrás? ¿Cuánto recibieron como pago las personas que la cosieron? ¿Cuántos litros de agua se gastaron para fabricarla? ¿Cuánto tiempo va a durar en tu armario? Tenemos que hacerle preguntas a la ropa. Hay que romper con este silencio cómplice que ha inundado nuestro armario de piezas baratas, anodinas y altamente contaminantes. Hacer la vista gorda nos ha hecho sentir menos culpables, pero la ausencia de culpa no nos exime de responsabilidad.

La industria de la moda es la segunda más contaminante, después de la automotriz y representa el 10% de las emisiones globales de carbono debido a la energía que utiliza en la producción, la fabricación y el transporte.

El lavado de ropa libera 500.000 toneladas de microfibras en el océano. El 85% de los textiles producidos al año terminan en los vertederos y quemar productos de temporadas pasadas es una técnica muy común en el mundo de la moda más costosa. Marcas de lujo han hecho quemas de sus productos que no se vendieron por más de 30 millones de dólares simplemente para no ponerlas en rebajas y evitar que su valor simbólico disminuya.

Entonces, ¿por qué nuestros vestidos parecen estar despojados de toda culpa cuando examinamos nuestra huella ambiental? ¿Por qué no nos da vergüenza tener un armario lleno de ropa que no usamos ni necesitamos? Pasamos por alto las cifras alarmantes de la moda y vemos con benevolencia nuestros vestidos porque estamos anestesiados por una serie de imágenes de fantásticas vidas posibles y de exaltación de lo bello que nos disciplinan la mirada y callan cualquier atisbo de crítica. Valen más las ganas de estar linda para esa cena o estar guapo en esa fiesta que cualquier inquietud moral que asalte al ver el precio de esa prenda deseada y ver que en la etiqueta dice ‘hecho en Indonesia’.

¡Necesitamos desacelerar el consumo de ropa! Decrecer el armario y hacernos preguntas incómodas que nos lleven a entregarnos a otras prácticas de consumo. ¿De verdad necesito otro par de jeans? ¿Qué hay detrás del deseo de comprarme algo nuevo? La moda hace mucho rato dejó de ser una compra y venta de ropa para convertirse en un gran supermercado de la identidad. Y parece que la identidad está en crisis: en promedio, la gente compró un 60% más de prendas en 2014 que en 2000.

Tenemos que comprar menos y comprar bajo otras lógicas.

Entender, por ejemplo, ¿qué tiene aquella chaqueta que, sin importar el paso del tiempo, el desgaste, los cambios de tendencias, ha permanecido indemne en el armario y sigue siendo la favorita? La industria de la moda necesita tener una mayor intención de hacer de la ropa algo amado y de largo uso, “en lugar de ser algo rápido, emocionalmente redundante y fácilmente reemplazable”, como la describió acertadamente Tamzin Rollason, del Center for Urban Research. El uso largo y prolongado de la ropa es uno de los caminos más determinantes para conseguir una moda menos desastrosa para el medio ambiente.

Cada vez deberíamos entregarnos más al intercambio y así comprar con nuestra ropa vieja, ropa usada que otro ya no usa; entregarnos a la reparación y la transformación de esos vestidos o pantalones que no nos ponemos o que se dañaron y que podrían tener otras versiones posibles. La moda verdaderamente sustentable solo puede ser aquella que se realiza con cero materiales nuevos.

Comprar ropa de segunda mano tendría que dejar de ser una práctica exclusiva de los amantes del vintage. Tendría que convertirse en una práctica normalizada, ética, cool que integre a todos en la sociedad. ¡Es un mandato darle nueva vida a esa marejada de prendas que inundan nuestra sociedad y que termina en enormes vertederos!

Necesitamos también que más gente aprenda a hacerse ella misma sus vestidos. Y que con esta apuesta por lo “hecho en casa” (do it yourself) y “lo hecho a medida” desafíe a la vez el sistema de producción tiránico de la moda y el sistema de tallajes que cada vez conjura más la dificultad para amar nuestros cuerpos tal y como son. Hacernos la ropa es una manera de saber a ciencia cierta la proveniencia de nuestras piezas, es romper con cadenas de mal pago, con prendas que vienen de China y devolverle al cuerpo la virtud de sus redondeces y sus carnes, pues es el vestido el que se tiene que plegar al cuerpo, y no el cuerpo el que se tiene que entrenar para empotrarse en un vestido.

La ropa, como ocurre en las películas en donde aparece hasta el más anodino personaje extra, debería tener en sus créditos (etiquetas) el registro de todas las manos que trabajaron para crearla, para que cuando le preguntemos a esa prenda ¿quién la hizo? podamos contar con la historia de quienes la han hecho, de los que la cortaron y la cosieron, quizás con tantos nombres y vidas expuestas en esa pieza de vestir, se abra un camino para empezar a ver la ropa como algo valioso, algo que hay que honrar y no como algo desechable.

Hay que hacerle preguntas a nuestra ropa nueva, a nuestro armario, a nuestras prendas viejas y desentrañar así maneras para que nuestro deseo por el buen vestir deje de ser cómplice de una verdadera catástrofe.

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