martes, 15 de octubre de 2024
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comercial Villaggio

Qatar a veces es Venecia, a veces París y siempre Las Vegas. En el centro comercial Villaggio, a cuatro pasos del estadio Al Khalifa, uno puede pasearse en góndola, patinar sobre hielo, montarse en una montaña rusa y merendar unos croissants en una coqueta cafetería con sillones estilo imperio. Durante el Mundial, la insólita fauna que recorre sus pasillos, pulidos y brillantes, es de una variedad muy entretenida. Se ven camisetas de todos los colores, bermudas, bufandas, banderolas atadas al cuello. Mexicanos, ecuatorianos y argentinos h

Para cruzar de Venecia a París basta con atravesar un pasillo. Las casitas italianas de atrezzo se convierten de pronto en palacios franceses con una solemnidad de cartón piedra, en cuyas bajeras se han instalado tiendas de lujo. Marcas de precios prohibitivos se alinean una detrás de otra: Louis Vuitton, Christian Dior, Gucci, Valentino, Dolce y Gabanna, Prada… Sus nombres también aparecen escritos con caracteres arábigos.

Si uno se sienta durante veinte minutos en un banquito de la zona parisina del Villaggio, enseguida comprueba el tipo de cliente que reciben esos locales de tanto ringorrango. Salvo un par de mexicanos con la camiseta verde de su selección y pinta de galanes otoñales, solo entran en los comercios de gran lujo mujeres veladas, vestidas de negro de la cabeza a los pies, apenas con un hueco abierto para los ojos. Llevan puesto el niqab, la prenda que el wahabismo, la versión saudí del islam más rigorista, exige para la mujer. Resulta chocante verlas comprar, con gran aparato de bolsos y tarjetas de crédito, en tiendas carísimas cuyos escaparates son un pecaminoso florecer de minifaldas, medias, ligueros y vestidos ajustadísimos. Dentro del mismo centro comercial, otros establecimientos más populares, como Al Motahajiba, se enorgullecen de vender «moda conservadora con estilo».Qatar a veces es Venecia, a veces París y siempre Las Vegas. En el centro comercial Villaggio, a cuatro pasos del estadio Al Khalifa, uno puede pasearse en góndola, patinar sobre hielo, montarse en una montaña rusa y merendar unos croissants en una coqueta cafetería con sillones estilo imperio. Durante el Mundial, la insólita fauna que recorre sus pasillos, pulidos y brillantes, es de una variedad muy entretenida. Se ven camisetas de todos los colores, bermudas, bufandas, banderolas atadas al cuello. Mexicanos, ecuatorianos y argentinos han inundado Doha como traídos por alguna extraña marea y caminan estupefactos por los pasillos. Gondoleros filipinos o ceilaneses los recogen en sus barquitos de madera y los llevan por un canal rectilíneo que desemboca en un pequeño lago, con el tamaño justo para darse la vuelta y volver. Muchos hacen fotos al cielo, que es, en realidad, un techo pintado de azul con nubecitas blancas. Les cobran algo más de tres euros por persona.

Para cruzar de Venecia a París basta con atravesar un pasillo. Las casitas italianas de atrezzo se convierten de pronto en palacios franceses con una solemnidad de cartón piedra, en cuyas bajeras se han instalado tiendas de lujo. Marcas de precios prohibitivos se alinean una detrás de otra: Louis Vuitton, Christian Dior, Gucci, Valentino, Dolce y Gabanna, Prada… Sus nombres también aparecen escritos con caracteres arábigos.

Si uno se sienta durante veinte minutos en un banquito de la zona parisina del Villaggio, enseguida comprueba el tipo de cliente que reciben esos locales de tanto ringorrango. Salvo un par de mexicanos con la camiseta verde de su selección y pinta de galanes otoñales, solo entran en los comercios de gran lujo mujeres veladas, vestidas de negro de la cabeza a los pies, apenas con un hueco abierto para los ojos. Llevan puesto el niqab, la prenda que el wahabismo, la versión saudí del islam más rigorista, exige para la mujer. Resulta chocante verlas comprar, con gran aparato de bolsos y tarjetas de crédito, en tiendas carísimas cuyos escaparates son un pecaminoso florecer de minifaldas, medias, ligueros y vestidos ajustadísimos. Dentro del mismo centro comercial, otros establecimientos más populares, como Al Motahajiba, se enorgullecen de vender «moda conservadora con estilo».an inundado Doha como traídos por alguna extraña marea y caminan estupefactos por los pasillos. Gondoleros filipinos o ceilaneses los recogen en sus barquitos de madera y los llevan por un canal rectilíneo que desemboca en un pequeño lago, con el tamaño justo para darse la vuelta y volver. Muchos hacen fotos al cielo, que es, en realidad, un techo pintado de azul con nubecitas blancas. Les cobran algo más de tres euros por persona.

IImágenes del centro comercial Villaggio
IImágenes del centro comercial Villaggio
IImágenes del centro comercial Villaggio

Los restaurantes circundan la pista de hielo y el canal de las góndolas. Casi todos ellos son franquicias americanas, aunque también los hay que ofrecen comida libanesa o india. Aquí la población gana en diversidad y, aunque sigue habiendo mujeres con niqab que van con sus hijos a comer hamburguesas, abundan los emigrantes del Sudeste asiático, mucho menos preocupados por la moral textil. A simple vista se comprueba que Qatar es uno de los estados del mundo con mayor proporción de población extranjera. Solo el 13% de los residentes en el país es catarí pata negra y para encontrarse a alguno resulta más provechoso quedarse un rato sentado frente a la tienda de Gucci que coger el metro en hora punta.

Cuartos para rezar
Por todo el perímetro del centro comercial hay distribuidos cuartos para rezar, unos para hombres y otros para mujeres. Si, entre bolso de Luis Vuitton y vestido de Chanel, alguien siente un apretón teológico, puede entrar libremente en una de estas habitaciones, con un lavabo para purificarse y un espacio diáfano, con el suelo alfombrado, para elevar plegarias a la divinidad. Resulta extraño que a unos metros, en la tienda oficial de Adidas, muy frecuentada en los días de partido, se venda la segunda camiseta de Bélgica, esa de color blanco que no quisieron utilizar porque llevaba serigrafiada la palabra ‘Love’ en la espalda y podía interpretarse como un canto al amor sin distinciones de sexo.

El Villaggio es el centro comercial más exquisito, pero no el único que existe en Doha. Frente al estadio Ahmad Bin Ali, en el Mall of Qatar, un espacio futurista de 500.000 metros cuadrados, se respira algo más de ambiente futbolero. Aquí no hay tiendas tan esdrújulas como en el Villaggio, pero sí unas enormes pantallas circulares en las que se retransmiten todos los partidos del Mundial. Familias enteras comen alrededor y toman helados. Luego compran ropa o perfumes y van a la bolera o al cine. En este paraíso del consumo todo tiene un aire muy americano, como de serie para adolescentes. Cualquiera diría que la sura 57 del Corán advierte: «La vida mundanal no es más que un disfrute ilusorio».

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