miércoles, 11 de diciembre de 2024

Estudió Física y Filosofía, dos carreras muy disímiles pero que la convirtieron en una científica que ha dedicado su vida a la agricultura y el cuidado del medio ambiente.

Resistir al huracán de la globalización parece imposible en un mundo que avanza en la modificación genética en la agricultura, en la consolidación de los cultivos intensivos y en la comida procesada, pero Vandana Shiva, la gran activista de la biodiversidad y el ecofeminismo, parece haberlo logrado. Plena de energía, dueña de una sonrisa que no ha perdido intensidad y de una convicción que desafía las críticas más virulentas, esta mujer nacida en la ciudad india de Dehradun hace 69 años prosigue con todo vigor su lucha por la diversidad de las semillas frente a los monocultivos, por el papel de la mujer en la economía, por el agua, contra las patentes agrarias y por un concepto que defiende como una bandera para nuevos tiempos procelosos: el sentido de pertenencia. Belonging. Una idea que en su discurso abarca mucho más que el hecho de formar parte de un club, ya que incluye algo tan inmaterial como la comunidad, lo colectivo, la autenticidad y la familia en un sentido amplio. Muy amplio.

Entrar en el universo de Vandana Shiva es viajar muy lejos, hasta unos orígenes emparentados con la estela de Gandhi y su forma de resistencia no violenta que ella ha empleado contra las talas masivas de árboles en su región del Himalaya en los setenta o contra la minería extractiva salvaje en los ochenta. Su forma un tanto mística de hablar y su discurso de amor a la tierra como un todo conectado del que los humanos somos una parte genera recelo y enormes críticas, sobre todo por parte de la industria afectada. Pero lo cierto es que su voz clara y temprana contra Monsanto, la gran corporación de pesticidas y de organismos genéticamente modificados, hoy propiedad de Bayer, ha resonado en las causas judiciales de decenas de miles de personas por cánceres relacionados con la exposición a sus productos. Bayer aceptó en 2020 pagar 11.000 millones de dólares para cerrar esas demandas.

Y lo cierto también es que Vandana Shiva estudió Física y Filosofía, dos disciplinas tan dispares como complementarias que le han permitido combinar esa mezcla de valores y de números en sus causas.

¿Qué le ha aportado la ciencia y qué le ha aportado la filosofía?

Elegí la física cuando era muy joven, inspirada por Einstein porque leía sus pequeños ensayos sobre ciencia y responsabilidad social. Yo había ido a colegios donde no daban ciencia, pero busqué buenos profesores para formarme y logré una beca para ir a la universidad. Estudié Física de Partículas y eso me llevó al mundo de la física cuántica. Lo quería entender mejor, empecé a averiguar y descubrí que todo lo que quería, las grandes mentes de los fundamentos de la teoría cuántica de todo el mundo, estaban en la Universidad de Western Ontario, en Canadá. Y allá me fui a hacer Filosofía y a hacer el doctorado. Y ahora le diré lo que me ha aportado todo esto: la física cuántica trata sobre la conexión a distancia, sobre cómo las cosas impactan unas en otras sin necesidad de empujarse físicamente. ¡Hay tantas maneras de estar conectado! Esa interconexión es la ecología.

Hablamos en el centro de Palma de Mallorca, donde Vandana Shiva participa en el foro de activismo y pensamiento sobre sostenibilidad Xtant, y por la ventana señala el entorno de bosques, urbanismo y el mar que penetra a pocos metros de nosotras. “La física además me enseñó a trabajar con números, con sistemas, con procesos, a saber cómo evolucionan las cosas, cómo se interconectan entre sí. Y empecé a descubrir que los números se estaban utilizando mal”.

Pone el ejemplo de los eucaliptos: talar los bosques autóctonos para plantar eucaliptos en su lugar se consideraba una actividad de alto rendimiento. “Pero esa nueva plantación no hace ninguna de las funciones del bosque: las funciones del agua, del humus. No aporta al suelo nada positivo para el agua o la agricultura. Y averigüé que el supuesto alto rendimiento era un mal cálculo porque no tiene en cuenta todo el sistema. Por ello mi formación en física me dio una estructura para conocer el impacto de lo genéticamente modificado en la biodiversidad y en nuestros intestinos”.

¿Y la filosofía? ¿Qué le aportó la filosofía?

Necesitaba hacer una segunda formación interdisciplinaria porque los fundamentos de la física cuántica también plantean cuestiones filosóficas: ¿qué es la ontología?, ¿qué existe en el mundo? Toda la cuestión del indeterminismo, la predicción…

Al volver de Canadá se incorporó al Instituto Indio de Administración de Bangalore, dedicado a los sistemas públicos de salud, de ciencia y energía. Y su primera gran victoria fue un estudio sobre unas minas de piedra caliza que hizo para el Ministerio de Medio Ambiente en 1982 y que derivó en su cierre. “Pudimos demostrar que la caliza de las montañas generaba agua y que la economía del agua era mucho más importante que la economía de la extracción para hacer cemento y buscar materias primas. Pudimos confrontar las dos economías: dejar la caliza parece que no crea economía porque no estás extrayendo. Pero esa caliza está creando agua, el agua crea agricultura y la agricultura crea medios de subsistencia, mientras de la otra manera dos compañías se llevaban los beneficios, pero nos dejaban sin agua y provocaban derrumbes e inundaciones. Nuestro estudio llevó a que el Tribunal Supremo lo cerrara porque nuestra Constitución dice que cada ciudadano tiene derecho a vivir, y el Estado, el deber de protegerle. Aquel proyecto minero destruía la provisión de agua y, por tanto, el derecho a la vida. Fue la primera vez en que el derecho a un ecosistema estable y sostenible se tradujo en derechos humanos. Las minas se cerraron”.

A partir de ahí dio el salto para levantar su propia fundación. “Me di cuenta del poder de un solo estudio. Si había podido salvar algo tan importante, cuánto más podría hacer de forma independiente”. Renunció a su sueldo mensual e hizo caso a su madre, que le ofreció la granja familiar. Y en 1982 creó la Fundación de Investigación para la Ciencia, la Tecnología y la Ecología. “Desde los establos de mi madre”, recuerda. “Así me convertí en lo que soy: continué con la ciencia, pero no veo el pensamiento como algo separado de la acción. Pensar y hacer es parte del mismo proceso humano. Y mi activismo y mi ciencia son parte de un proceso de vida de responsabilidad, de conocimiento total de lo que está pasando en el mundo y de lo que puedes hacer. Una vida en la que tomas responsabilidad por tus acciones”.

Usted es ecofeminista. Muchas feministas temen que el ecologismo mine las causas del feminismo al unir las banderas. ¿Es un riesgo?

Si piensas en la mujer como constitutiva de pequeñas partes: aquí la parte feminista, aquí la parte de la ecología y si se hace ecologista el feminismo caerá…, tienes una forma muy cartesiana y mecánica de pensar. Las mujeres somos seres humanos, pero por encima de eso somos seres de la Tierra. Y hemos vivido durante 400 o 500 años la devaluación de las mujeres. Descartes hizo desaparecer el cuerpo y consideró el pensamiento como actividad propia de hombres privilegiados que definían el mundo como una máquina. Bacon dijo que la naturaleza tenía que ser esclavizada y torturada para que nos diera sus secretos. Todo este pensamiento separaba a los humanos de la naturaleza y convertía a las mujeres en materia para ser dominada y explotada. Por tanto, separar a la mujer de lo demás es una falsa elección, es una separación reduccionista, cartesiana, y ahí es donde empiezan los problemas. El problema del patriarcado y el de la destrucción ecológica están totalmente interconectados. Y el potencial de regeneración es el ecofeminismo, el reconocimiento de que la misma visión del mundo que subyuga a la naturaleza subyuga también a la mujer como un objeto pasivo. La separación y la jerarquía son parte del problema. Los que logran grandes beneficios de destruir la naturaleza te dicen que no puedes pensar en el medio ambiente porque se pierden trabajos. Siempre colocan el empleo frente a la ecología. Pero un sistema que niega la tierra como algo vivo sigue siendo una colonización de la tierra, de las mujeres y de los hombres. El otro riesgo que le atribuyen es empujar a las mujeres de nuevo a los viejos roles de cuidadoras.

En los setenta, las mujeres de mi región protegieron los árboles en el movimiento Chipko, que significa abrazar. Otras mujeres defendieron los ríos de las grandes represas. Mis hermanas de Chipko también se hacían cargo de la agricultura y de los niños, sobre todo porque los hombres habían emigrado. Se dejó a las mujeres esa economía real sobre la base de la negación de ese sector. Porque la economía de hoy está basada en hacer dinero. Aristóteles dijo que la economía es el arte de vivir. El arte de hacer dinero es criminal. Y eso es lo que hemos hecho, que hemos confundido el arte de hacer dinero con la economía. Y no es economía. Es deseconomía. La verdadera economía es el arte de vivir que las mujeres han sostenido. Todo el mundo tiene que ocuparse de los cuidados. Pero ya que las mujeres lo hemos hecho siempre, somos líderes de la futura economía de los cuidados.

¿Cree que las mujeres gobiernan mejor que los hombres?

Cuando las mujeres trabajan con los valores de una relación con la tierra gobiernan mejor.

Usted es adalid de la lucha contra los organismos genéticamente modificados (GMO). ¿Está en contra de todos, también de los que se han modificado para afrontar las sequías o bajas temperaturas?

Soy científica y quiero ver los sistemas en su relación con todo. Yo no elegí exactamente la agricultura, a la que he dedicado mi vida. Pero en 1984 me vi forzada a ello porque en Punjab, donde se había introducido la Revolución Verde, murió muchísima gente por los pesticidas. Después de Bhopal y el Punjab me pregunté: ¿de dónde vienen estos productos químicos? Y me encontré con Hitler, con un tiempo en que un grupo de compañías habían desarrollado productos químicos para matar a la gente en campos de concentración. Ahora estaban usando químicos y cambiando el pensamiento sobre la agricultura y la comida. Entendí entonces que no puedes mirar un grano aislado. Debes mirar lo que requiere en términos de energía en las plantas y el suelo. Mi opinión es muy simple: tenemos un marco de evaluación. El impacto en la biodiversidad y en la salud pública debe ser evaluado. Es una obligación legal y esa es mi actitud hacia los GMO, incluidos los nuevos. ¿Y cómo puede la ciencia ayudar a la agricultura? La ciencia puede ayudar siendo ciencia. Ciencia significa saber, y saber significa que, si tienes una semilla, debes saber exactamente cómo se relaciona con el suelo, con las abejas y los polinizadores. No se trata de poner un gen venenoso con toxina y dejar que los organismos del suelo mueran. Los granjeros son los expertos últimos. Se han enfrentado a la sequía y han seleccionado sus granos, que son los que la afrontan mejor. Eso es ciencia.

Una ciencia que no viene de laboratorios.

La ciencia que viene solo de los laboratorios se ha convertido en la nueva amenaza a la vida en la Tierra. Los alimentos son la divisa de la vida y cómo trates el suelo decide la calidad de tu comida. No puedes separar el suelo de tu salud, de la biodiversidad del suelo y la de nuestros intestinos. El intestino es como un segundo cerebro. Ahora sabemos que la comida ultraprocesada es responsable de enfermedades crónicas que se están disparando ligadas a la mala dieta industrial. Eso es ciencia y, sin embargo, la humanidad avanza ciegamente hacia la comida hecha en laboratorio. Y puedes manipular la política gubernamental, pero no puedes engañar a los 100 trillones de microbios que tenemos en el intestino. Vamos a tener un desastre sanitario de una envergadura inimaginable si la comida falsa, la fake food, sigue adelante. La ciencia significa investigar, pero investigar con transparencia. Y la comida es demasiado importante como para dejarla en manos de 10 milmillonarios para que sea la siguiente fuente de sus beneficios.

¿Siente que ha ganado alguna batalla concreta entre todas las que ha librado?

Hemos parado a Monsanto en aquel caso porque conseguir un protocolo de bioseguridad ya fue una victoria. Pero no las veo como batallas. Veo mi vida guiada por una búsqueda de la verdad y de la acción correcta. Y el mero hecho de que pude decir a los Monsantos del mundo que no puedes inventar semillas, que tú no eres Dios, que los organismos genéticamente modificados no son Dios, que no sois los creadores del mundo, ya fue una victoria.

¿La globalización ha fracasado?

Sí, lo vimos durante la catástrofe de la covid. Las reglas de la globalización están escritas por las corporaciones. He pasado mucho tiempo trabajando en un acuerdo agrario que estaba escrito por Cargill, el principal comerciante de grano del mundo, o sobre derechos de propiedad intelectual escritos por Monsanto. Ellos son juez y parte. Han escrito normas de la OMC y nos han dado un mundo que genera enfermedades o tecnologías fracasadas de modificación genética. Los granos resistentes al glifosato supuestamente iban a controlar las malas hierbas y tenemos súper malas hierbas. Una toxina iba a controlar supuestamente las plagas y tenemos súperplagas. La semilla es vida en continuidad, en evolución, no una patente. Son siglos y milenios de contribución de nuestras abuelas, del suelo, del sol. Pero las semillas de Monsanto generan dependencia, y si elevan el precio para los granjeros, estos se endeudan. Y en India, aunque no se les permitió tener patentes, Monsanto sí recabó derechos e impuestos de los granjeros y elevó el precio. Cuatrocientos mil granjeros indios se han suicidado. No permitir a los granjeros tener semillas se ha convertido en un crimen. Y ahora con el cambio climático nos enfrentamos al desastre. El granjero se convierte en refugiado climático. Las patentes son crímenes contra los granjeros y crímenes contra el futuro.

¿Qué es la biodiversidad para usted?

Biodiversidad es vida, no el resultado de la explotación de recursos. No es una anotación en los mercados financieros ni un número. La diversidad de las especies es una relación entre seres vivos. La biodiversidad genera las plantas. La planta es biodiversidad, alimento que podemos comer. Nosotros somos biodiversidad andante.

¿Y pertenencia? ¿Qué es para usted?

Pertenencia significa que sabes quién eres, tus relaciones, lo que te hace sentir en casa, y para mí significa saber que somos parte de la familia de la tierra. Por supuesto, tenemos madres y padres, parientes, hijos. Pero eso no es el límite de nuestra familia. Somos la familia de la tierra. No puedes excluir a los árboles, sin ellos no tendríamos oxígeno. Por ello, pertenencia significa conocer nuestro lugar ecológico en la red de la vida. Significa que la Tierra es nuestra casa. Y cuidarla es la verdadera economía.

Habla la hija de un agente forestal que le enseñó a amar los árboles mientras caminaban por el bosque y de una inspectora de escuela que tras la partición de India y Pakistán se convirtió en refugiada. “Mi madre se negó a cantarme las canciones infantiles inglesas porque todas tratan de la muerte: Jack and Jill went up the hill to fetch a pile of water. Jack fell down and broke his crown, and Jill came tumbling after…”, canturrea Shiva la canción que termina en caída y fractura. “Por eso mi madre escribía sus propios cuentos sobre bosques. Así supimos que cada árbol te da la comida, directa o indirectamente”. De ambos, dice, aprendió la simplicidad y también a vivir sin miedo. “Mi padre decía que cuando tu conciencia te guía, no hay ningún poder en el mundo al que temer. Y también el poder de compartir. Decía que, si usas más, tendrás menos para compartir. Y si usas menos y con sencillez, tendrás más para compartir. Vivían su vida con los brazos abiertos para todo el mundo”.

Shiva y sus dos hermanos aún viven en la casa familiar y cada día del confinamiento ha agradecido a su madre los lichis y mangos que plantó. “Cada mañana venían pájaros, mariposas, y di gracias a mi madre por hacer un hogar para tantos seres vivos”. Ella, concluye, solo intenta seguir su ejemplo.

Fuente: El País

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