El autoritarismo extremo venezolano se parece cada vez al totalitarismo, o sea a una sociedad dominada enteramente por el Estado hasta en sus aspectos más íntimos y personales. Por eso tanto poder jamás se irá sólo con una elección democrática formal. Sin república, sin instituciones, sin una oposición con posibilidad de “oponerse” y presentarse libremente a elecciones, el mero voto es más o menos lo mismo que nada.
Las elecciones han dejado de ser un hecho sagrado de la democracia, la voz directa del pueblo. Porque desde que la democracia se difundió -si no como práctica, al menos como concepto universal- luego de la caída del mundo soviético, casi todos los países cumplen con el rito del voto. Pero el voto sin instituciones es lo mismo que nada, o peor, es el ocultamiento del fraude, la mentira, la estafa. Hasta Cuba e Irán van a elecciones. También la Rusia de Putin y la Nicaragua de Ortega. Pero en esos países no existe la menor posibilidad de que gane nadie más que quien está en el poder.
Ayer domingo, debido a la masividad rotunda del voto del pueblo venezolano en contra del régimen atroz de Nicolás Maduro, pareció que esa regla podría romperse como excepción. Que la cantidad generaría calidad. Pero la democracia es un bicho muy raro: un instrumento enorme para crear instituciones y progreso, pero a la vez lo suficientemente frágil para que los bárbaros la vulneren con facilidad si deciden aplicar la violencia derivada del poder represivo del Estado. Es fuerte para desarrollar a los pueblos si se la deja funcionar libremente, pero es fácil de ser cooptada por los dictadores si se la controla y reprime.
Además este tipo de dictaduras copiadas del castrismo, que son rémoras de los restos del sistema comunista soviético, no ocupan solamente las instituciones políticas con sus funcionarios. Ellas buscan, para permanecer eternamente, introducirse en el alma, la ideología, el espíritu de los pobladores y para eso copan la educación, la cultura, las organizaciones sociales, a los municipios opositores les superponen por arriba otros paramunicipios oficialistas para que los verdaderamente electos no ejerzan el mandato en sus territorios. O sea, la ocupación del territorio es integral, estatal y privado, material y espiritual. Nada escapa al control de los nuevos brujos que en nombre de una ideología inquisitorial no deja respiro alguno de libertad a los ciudadanos.
Al ser las cosas así, el retiro de Maduro y su banda mafiosa del gobierno significaría algo mucho más importante que abandonar algunos cargos institucionales a la espera de una nueva oportunidad electoral. Significaría dejar liberada a sí misma la sociedad venezolana, para que los ciudadanos se puedan ocupar de su propio destino, algo que la dictadura les viene confiscando cada vez más.
El autoritarismo extremo venezolano se parece cada vez al totalitarismo, o sea a una sociedad dominada enteramente por el Estado hasta en sus aspectos más íntimos y personales. Por eso tanto poder jamás se irá sólo con una elección democrática formal. Sin república, sin instituciones, sin una oposición con posibilidad de “oponerse” y presentarse libremente a elecciones, el mero voto es más o menos lo mismo que nada. Si además a eso se le suma que las fuerzas armadas no son de la nación sino del régimen y sus obesos generales son parte de la facción dominante, es muy poco lo que se puede hacer internamente aunque el 100% de la sociedad vote en contra del actual oficialismo.
Y por fuera del país tampoco se puede hacer mucho más. El mundo es global en la tecnología y en la economía pero no en la política (salvo quizá, y solo en parte, en Europa) entonces no existe organización internacional con capacidad para detener un fraude aunque éste sea tan evidente como el que se detectó ayer. Habrá protestas de determinados países democráticos, pera la otra parte del mundo (tan poderosa como la democrática) apoyará con fuerza por razones geopolíticas al régimen de Maduro. China y Rusia en particular.
En otras palabras, desmantelar la dictadura chavista implicaría mucho más que reconstruir el Estado apartando a los que hoy lo ocupan. El régimen ha ocupado enteramente la sociedad con sus matones y ha intervenido drásticamente en la construcción de la hegemonía cultural adoctrinando, diciendo lo que hay que pensar, prohibiendo cualquier expresión libre.
O sea, para sacarse de encima al régimen hay que reconstruir toda una sociedad, entera, desde sus bases. Que además de hecho está ocupada por la “gestapo” cubana cuyos miembros ejercen como policía ideológica e intervienen con sus metodologías nazi-soviéticas en cada resquicio de la sufrida comunidad que ayer vivió uno fraude que de tan tremendo en cantidad y calidad podría definirse como escatológico. Pero marche preso…
En fin, que sin resistencia posible de ciudadanos desarmados (y ni siquiera demasiado unidos, porque lo estaban sólo ante la esperanza del triunfo pero es posible que ahora empiecen a dividirlos como ya lo hicieron todo el resto de las veces), con el ejército apuntando sus armas en dirección al pueblo y con un mundo donde las necesidades geopolíticas pueden más que los derechos humanos y democráticos de las personas, lo más seguro es que acá no ha pasado nada. Y el sistema se perdurará a sí mismo por siempre jamás, alejando a Venezuela cada vez de su destino de progreso y paz. Porque el mal sigue existiendo en el mundo, y lo de ayer fue un claro ejemplo de ello.
Por Carlos Salvador La Rosa, sociólogo y periodista, para Los Andes