sábado, 9 de noviembre de 2024
Foto ilustrativa

La actividad, el coraje y sentido del sacrificio puesto de relieve por la mujer en la tarea ruda de adaptar el desierto patagónico al progreso, ha tenido en doña María de Gastaldi uno de sus más notables ejemplos.

 Aproximadamente en 1908 en compañía de su esposo, Lorenzo Gastaldi, se establecieron en la región. Los Pozos de Marcelo, cuidando ovejas a interés, por cuenta del estanciero Don Antonio Piñeiro. Después se trasladan por el mismo trabajo, unas leguas al oeste en Las Vertientes, un campo más adecuado, que también pertenecía a Piñeiro, dueño de la Estancia Los Menucos. Allá además, del cuidado de las ovejas establecieron una pequeña granja. Era un matrimonio italiano, muy avenido y trabajador. Doña María, además de ayudar en el cuidado de las ovejas y la granja, ejercía principalmente la profesión de obstétrica, para lo cual tenía diploma de su país y además había actuado como enfermera hospitalaria en Italia, y tenía nociones de medicina y cirugía. Usaba un maletín de médico donde guardaba variados y delicados instrumentos quirúrgicos, que la he visto utilizar con enérgica decisión y eficacia.

En una de las oportunidades en que atendió en mi casa a la que además solía visitar seguido en carácter de amistad quiso llevarme al campo de Las Vertientes, para enseñarme a leer y escribir y además para que les hiciera compañía, cuando yo tenía 10 años. Allá aprendí a conocerle a fondo y admirarla como lo hacían en mi casa y en toda la región. Tenía una hijita, Celia, de 8 años, y los dos éramos sus alumnos.

En una oportunidad en la que mandaron a buscar a doña María para atender a un niñito enfermo de gravedad a unos 50 kilómetros de distancia, no habiendo nadie que la acompañara ella decidió llevarme a mí como acompañante. Yo estaba en la gloria y me sentía hombre valiente e importante, especialmente cuando al pasar por el corral donde trabajaban los dos hermanos Gastaldi y varios peones, Don Lorenzo le dijo a su esposa que podía ir tranquila porque llevaba como acompañante a “un buen gaucho y buen jinete”. Ella montaba siempre a lo amazona y siempre llevaba su revólver. Pero mi ilusión de caballero se esfumó, porque cuando aún no habíamos galopado dos leguas nos encontramos con el padre del enfermito, Pedro Lagos, que venía a avisarnos que ya no era necesario nuestro viajo porque el niño había fallecido.

En otra ocasión fue requerida en mi casa para atender a mi tía con una grave afección en un seno, agravada por la aplicación de remedios caseros equivocados por consejeros profanos. Hallándose ausente de Comodoro el único médico, Dr. Julio Lavocat, se mandó un sulqui en búsqueda de Doña María, cuya casa se encontraba a unos 60 kilómetros de La Mata.

Llegó a la mañana siguiente, portando su maletín, hallando el caso muy grave y de urgencia. Luego de una preparación de un par de horas, se resolvió operar, como única alternativa para salvar esa vida de 34 años. Realizó la operación, sin anestesia por carencia de elementos, en menos de un cuarto de hora, en medio de desgarradores gritos de dolor y llanto, con la ayuda de mi mamá, mientras mi papá y mi tío sujetaban a la desventurada enferma que solo tuvo el alivio de algún esporádico desmayo motivado por el sufrimiento. El llano se contagió a todos los impresionados niños de la casa, hasta el momento que en se abrió la puerta de la habitación y apareció Doña María con mamá diciéndonos que no llorásemos porque la tía estaba a salvo. Se marchó  a los dos días, dejando a la mujer fuera de peligro, y cuando días más tarde el doctor Lavocat regresó de Buenos Aires, calificó a la operación como excelente, riesgosa y eficaz, sin la cual la enferma hubiera fallecido.

 Doña María de Gastaldi,  no fue un mito, no es ni siquiera una exageración. Fue en su momento una realidad providencial que salvó vidas y grandes dificultades motivadas por la total carencia de asistencia médica.

Fragmentos de “Apuntes de un Carrero patagónico”, de Asencio Abeijón

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