domingo, 3 de noviembre de 2024
Casa de Koslowsky

En 1898 en esa zona Koslowsky intentó fundar una colonia con familias de origen ruso, polaco y lituano. A cada una de ellas el gobierno argentino les concedería una legua de campo en propiedad. Los colonos llegaron a Puerto Madryn en octubre de 1897 por vía marítima en un trasporte de la Armada Nacional. El contingente lo integraban unas seis familias, que en total sumaban 39 personas, algunos de ellos eran: Isidoro SZLÁPELIZ, los hermanos José y Woiek HUTNICK y sus familias, los hermanos ZALECKI, José BEZSILKI, BESTILNICK y RPICH. Entre los recién llegados también se encontraba la familia de Koslowsky, compuesta por su mujer, su hija Tatiana de 5 años de edad, Katalina de 2 años y el varón Boris, de 6 meses. El jefe de puerto o su prefecto de Puerto Madryn, vio que los polacos eran tan pobres que los quiso enviar de regreso a Buenos Aires. Pese a ello, pocos días después fueron conducidos en tren hasta Trelew, donde volvieron a tener problemas por no saber comunicarse en español.

Entre tanto, Isidoro SZLÁPELIZ solicitó tierras en el entonces despoblado valle de Colona Sarmiento para dedicarse a la agricultura y se desprendió del contingente.

Algún tiempo más tarde, Koslowsky llegó a Trelew y organizó la partida de los colonos hacia el Valle Huemules. Partieron rumbo al suroeste cuando nacía el invierno. Para transportar la carga utilizaron vagones, vagonetas y carros de cuatro ruedas, alguno de los cuales podían soportar hasta 4 toneladas de peso. El equipaje estaba compuesto por carpas, catres, colchones, abrigos de toda clase, enseres domésticos y de trabajo, y animales para iniciar la colonia.

Siguieron la vieja ruta india que conducía a lo largo de los ríos Chico, Senguer, Mayo y Guenguel. Era la única ruta que había señalado el inglés Muster el 27 se septiembre de 1869 al llegar al paso del Guenguel.

También era la que había utilizado el explorador argentino Moyano en 1881 para incrementar la población y abastecimiento del territorio de Santa Cruz.

A pedido del perito Francisco Moreno, al llegar a la altura de Río Mayo, CASAROSA, un comerciante de apellido italiano establecido en Barrancas Blancas, los proveyó de una tropilla para que pudiesen continuar viaje hacia Valle Huemules.

Durante el viaje debieron acampar luego de recorrer trechos cortos, según el paso impuesto por el ganado. Además debieron cazar para comer, juntar leña para calentar el cuerpo y cocinar. Más de 3 meses les llevó alcanzar al fértil valle de Huemules. Cuando llegaron el invierno ya descargaba su furia y apenas tuvieron tiempo para afirmar las carpas y confeccionar con ramas y palos algunas chozas precarias, desde todo punto de vista inferiores a los toldos aborígenes. La nieve y el hielo cubrieron el valle durante varios meses y la temperatura se mantuvo constantemente bajo cero. Fueron infinitas las penurias para hombres y ganado. Gran parte de los animales murieron devorados por los pumas, se perdieron y fueron sacrificados para sustento cotidiano, ya que la caza en invierno y en aquellos parajes es sumamente difícil.

Koslowsky y los suyos pasaron el período invernal en una carpa de lona. No disponían de más muebles que alguna silla de mimbre. El resto de los recién llegados se encontraban en una situación similar. La oportuna asistencia del cacique tehuelche QUILCHAMAL que tenía su toldería cerca de allí, en la confluencia de los ríos Guenguel y Mayo, les resultó fundamental para sobrellevar la gélida estación invernal. Recién con la llegada de la primavera pudieron construir ranchos de madera de los bosques de la zona. Pese a ello, la situación empeoró ya que al frio le siguió la escases de alimentos. Para colmo de males, lo poco que pudieron sembrar se los marchitó el frio. Se alimentaron con lo que pudieron cazar. Al invierno de 1899, duro y cruel como el anterior, lo recibieron con las viviendas terminadas sin embargo, tampoco pudieron encontrar la tranquilidad anhelada. Una plaga de insectos tomó por asalto el interior de las viviendas. Anidaron en los troncos de las paredes y los sufridos colonos debieron resignarse a vivir con ellos. El frio, las permanentes penurias, la carencia de todos los elementos imprescindibles para una vida digna, la desolación, el hambre y la falta de perspectivas contribuyeron a desmoralizarlos. A ellos se agregaron varias muertes. Todo sumó para que, finalmente, las familias se dispersaran y se alejaran definitivamente de esas tierras a las que muchos las consideraban malditas. Al partir, cada uno de ellos prendió fuego su rancho para erradicar los insectos invasores. De este modo se borro el registro de la fallida colonia. Algunos se radicaron en las márgenes del río Senguer, en el cañadón de Rió Mayo, en el cordón de Pastos Blancos, en el valle de Colonia Sarmiento y otros alcanzaron el valle inferior del río Chubut, mezclándose con la población galesa ya afincada allí. Lo concreto es que aquel intento colonizador fracasó.

Fragmento del libro “El viejo oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado

 

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