sábado, 20 de abril de 2024

La Revolución de Setiembre
En la primera hora del 16 de setiembre de 1955, el General Eduardo Lonardi, acompañado por una decena de Oficiales y de civiles, salió de una finca de la localidad cordobesa de La Calera; ingresó en la escuela de artillería; donde se le facilitó el acceso; entró al dormitorio del Jefe de la Unidad, lo intimó a sumarse a la Revolución y, ante un amago de resistencia, le descerrajó un balazo que le rozó la oreja.
Previamente había impartido esta consigna:
“Vamos a morir aquí”
Una vez arrestados los militares leales al Gobierno, Lonardi habló por teléfono al jefe de la vecina Escuela de Infantería, Coronel Guillermo Brizuela, se dio a conocer y como no hubo respuesta ordenó abrir fuego. Entonces comenzó el primer combate de ese largo día. La situación fue en un momento tan crítica que Lonardi admitió: “Creo que hemos perdido, pero no nos rendiremos. Vamos a morir aquí”. Casi de inmediato y en forma inesperada, llegó una oferta de parlamentar. Entonces el jefe rebelde invitó al jefe leal a dar por terminada la lucha que había durado 10 días y producido numerosas víctimas.
“Esta será la última revolución, la que sin vencedores ni vencidos afirmará la unidad de los argentinos”, afirmó Lonardi en tono paternal. Y mientras Brizuela lamentaba que se hubiera derramado sangre de hermano, el Jefe insurrecto le aseguraba que por haber luchado con valor se le rendirían honores. Y así se hizo.
Recuerda a ese respecto Susana Lonardi: “En Córdoba murieron muchos chicos en la Escuela de Infantería, y papi los vio al entrar al cuartel cuando concluyó la lucha; se le cayeron las lágrimas, era muy sensible y le dijo a mi hermano: ‘si a mí me fusilan, me lo merezco’”.
Los combates seguían hasta el 18 de setiembre, cuando se estableció una tregua, pero es probable que la sombría visión de los muertos en cumplimiento del deber en la Escuela de Infantería haya ratificado en el Jefe de la Revolución la idea de salir de la crisis mediante una política de conciliación, plena de buenas intenciones pero de realización casi imposible en el clima de violencia y de intolerancia en el que se vivía.
Por otra parte, el alzamiento de Córdoba no era obra exclusiva de militares.
Civiles en Acción
En efecto, mientras se luchaba en La Calera, la radio tomada por los insurrectos transmitían la proclama firmada por Arturo Ilia y otros Dirigentes Radicales convocando a la rebelión: “Ciudadanos: a la calle a defender la libertad, la democracia, la justicia y la paz de las familias argentinas”. No eran palabras huecas: esa mañana en la Casa Radical, los Dirigentes repartían las armas que le habían proporcionado la Fuerza Aérea.
La colaboración de los civiles armados era indispensable para asegurar el triunfo porque los rebeldes carecían de tropas de infantería para ocupar los lugares claves de “la Docta”. De modo que por la tarde, cuando el eje de la acción se trasladó a la céntrica Plaza San Martín, una columna integrada mayoritariamente por civiles, con el General Dalmiro Videla Balaguer y el Comodoro Julio Cesar Krausse al frente, tomó la sede policial en una recordada acción en la que hubo balazos y muertos.
Comandos civiles dirigidos por Oficiales de la aeronáutica se encargarían de ocupar la CGT, el Aeropuerto y hasta la Comisaría del Barrio Clínicas, desde donde se habían reprimido tantas veces las manifestaciones de los estudiantes. Estos civiles habían esperado desde muy temprano la oportunidad de entrar en acción; había más de 1.500 personas armadas con sus brazaletes; unos eran estudiantes reformistas de las distintas facultades de la UNC; otros activistas católicos y miembros del patriciado local más conservador; otros militantes radicales, en primera línea los de sabattinismo.
Cuando se menciona a los comandos, los relatos de Luis Ernesto Lonardi y Marta Lonardi recuerdan la participación de sus amigos y parientes de la sociedad cordobesa. A su vez, los relatos de los radicales se refieren a sus correligionarios y los de los militantes reformistas a sus camaradas de la universidad.
Los reformistas habían aceptado colaborar con el alzamiento con la convicción de que los caminos de la política estaban clausurados y a pesar de que el plan “tuviera tiente clerical y ellos fueran fundamentalmente anticlerical”.
“Es decir que en 1955 el movimiento reformista se suma a la clase media en el enfrentamiento con Perón y en el regocijo por la caída del régimen político de entonces”, ratifica el Doctor Esteban Gorriti con respecto a esos hechos.
Desde luego que participantes tan disimiles tuvieron fricciones que anticipaban los conflictos posteriores al triunfo. Relata el historiador cordobés Roberto Ferrero que en los trabajos previos a la sublevación casi se agarran a tiros los democristianos y los socialistas discutiendo por el futuro.
También en el foco rebelde de Curuzú Cuatia (Corrientes) fue relevante la participación de civiles. Esto forman parte del carácter específico de la política local: Corrientes fue la única Provincia donde perdió el Peronismo en las elecciones de 1946.
Destaca Rolando Hume en La Sublevación de Curuzú Cuatia que fueron centenares los comprometidos a pelear, aunque sin instrucción ni armas suficientes. Por su parte, los civiles comprometidos en la Capital Federal cumplieron distintas misiones. Un comando formado por Hipólito Solari Yrigoyen, Eduardo Héctor Bergalli, otros amigos casi todos radicales y un obrero gráfico recibió la misión de tomar el aeropuerto de Gualeguay, porque allí llegaría el General Aramburu, que venía de la Capital rumbo a Corrientes. Solari Yrigoyen dice que formó parte de esta lucha que creía justificada porque era una dictadura. Militantes radicales debían volar uno de los domicilios de Perón, acción que no llegaría a concretarse. Comandos de distintas procedencias se concentraron en el arsenal naval de Puerto Nuevo y en el de Zarate. Por su parte grupos católicos organizados por el hermano Septimio Walsh tuvieron a su cargo la “operación radios” para desactivar las transmisoras del gran Buenos Aires.
Esa acción permitió que el mensaje de la radio rebelde fuera escuchado junto a la voz oficial de radio del Estado, en la vigilia tensa que empezó el 16 de setiembre, día en el que la administración pública se paralizó, los padres retiraron sus hijos de las escuelas y los almacenes atendieron a largas colas de clientes mientras en el Congreso se aprobaba el Estado de Sitio.

Párrafos extraídos del libro “La Libertadora” – María Saenz Quesada

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