jueves, 27 de marzo de 2025

Asesinatos y balaceras….

Al quedar registrado en los medios gráficos de la época, “La Tranquera de los Muertos” fue el hecho de sangre que tuvo mayor repercusión, y su recuerdo perduró en el tiempo. Pero también existieron otros sucesos que cobraron igual número de víctimas. Uno de ellos fue el de los asesinados en el boliche de la margen oeste de Lago Blanco. A 1.000 metros del casco de la Estancia La Luisita, detrás de un pequeño cerro, se encontraba un boliche que fue fundado en 1.911 por el argentino Salvador Villalba. El comercio era regenteado por su socio, el ruso Gustavo Caminsky, de 28 años de edad. Con ellos trabajaba un andaluz apellidado Mascareño.

El 5 de mayo de 1.917, Caminsky fue a visitar a un amigo, el portugués Tomas Da Silva. Mascareño había viajado a Balmaceda el día anterior. Mientras tanto, en el salón del boliche quedaron 3 vecinos.

Da Silva, que estaba resfriado, rechazó una invitación de Caminsky para ir al boliche a tomar una infusión para curarse. No se podía ausentar, ya que estaba cuidando la estancia del escoses Angus Mac Leod, su patrón (Mac Leod moriría asesinado en 1.920 cerca del Río Guenguel).

Algunas horas después Caminsky retornó a su comercio. A penas transpuso la puerta de entrada lo derribaron de un golpe en la espalda y lo maniataron. Los asaltantes eran 3 y le reclamaban las monedas de oro que supuestamente tenía escondidas en un cofre. Hacía algún tiempo que la historia del oro circulaba en la zona. Entre tanto, los 3 clientes todos veinteañeros, habían sido tomados de rehenes. A pesar de los golpes y amenazas, Caminsky no les dijo nada acerca de lo que buscaban.

Finalmente, luego de saquear el comercio y la vivienda, los mataron a todos. Las víctimas fueron Caminsky, Juan Pablo Ferrada, un gales que trabajaba como peón en la Estancia Lago Blanco y un joven de identidad desconocida que había estado tocando el acordeón hasta el momento en que lo tomaron como rehén. El músico sufrió la muerte más cruel, lo asesinaron de 18 puñaladas. Luego prendieron fuego al boliche y huyeron hacia Chile.

Los vecinos enterraron los cuerpos en una fosa común en el mismo lugar.

A partir de ese suceso no faltaron los que, alentados por la historia de la existencia de oro, se dedicaron a escarbar los alrededores del boliche durante años.

Texto del libro “El Viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado

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