viernes, 17 de enero de 2025

«Cuando el corazón deja de latir, el cerebro —falto de oxígeno y sangre— se apaga». Nadie ponía en duda esta afirmación hasta que recientes estudios muestran que podría ocurrir justo lo contrario: el paro cardiaco provoca una increíble explosión de la actividad cerebral. De confirmarse, explicaría las llamadas ‘experiencias cercanas a la muerte’, como ver una luz al final del túnel, y nos obligaría a revisar el mismo concepto de la vida y la muerte.

Qué ocurre en nuestro cerebro cuando morimos? La pregunta no es nueva, ni mucho menos. Platón cierra La República narrando el mito de Er: un soldado caído en la batalla que revivió en la pira funeraria y contó que su cuerpo había visitado el más allá y regresado deél. Antes que él, Demócrito trató de explicar los relatos de quienes afirmaban haber vuelto de entre los muertos.

Hace unos años apareció un libro escrito en 1740 con el título Anécdotas de medicina: describía el caso de un paciente que quedó inconsciente y vio una luz tan pura que «solo podía ser el paraíso». El relato tiene elementos recurrentes: la luz al final del túnel; sentir que se abandona el cuerpo y observarlo desde arriba; rostros de seres queridos; la vida, que pasa ante sus ojos…

Experimento sorprendente. El cerebro de enfermos en coma con monitorización encefalográfica mostró actividad neuronal de ondas gamma y un aumento de la actividad eléctrica tras haber fallecido. Los médicos son prudentes porque la investigación se realizó con pocos pacientes

Hay testimonios de experiencias cercanas a la muerte desde hace milenios. Pero debieron de ser muy raras en la antigüedad y en la época medieval, porque era mucho menos frecuente sobrevivir a lesiones graves o enfermedades. La situación cambió radicalmente a finales del siglo XX», explica Raymond Moody, psiquiatra, licenciado en Filosofía e introductor del término ‘experiencias cercanas a la muerte’, allá por los años setenta. Los avances médicos y la generalización de las técnicas de reanimación cardiopulmonar (RCP) incrementaron drásticamente el número de personas que salvaron la vida en el último instante.

Hoy se estima que entre un 10 y un 20 por ciento de los supervivientes a un paro cardiaco –más allá de su origen cultural y religioso– asegura haber sentido con extrema lucidez y realismo la separación del cuerpo, haber observado los eventos sin dolor o sufrimiento y una evaluación de su propia vida, incluyendo sus acciones, intenciones y pensamientos hacia los otros…

Un equipo de la Universidad de Míchigan ha detectado una inusual actividad eléctrica cerebral que se extiende durante treinta segundos tras el último latido
«Pese a la creciente literatura en torno a este tipo de experiencias, me di cuenta de que sabemos muy poco de lo que ocurre en el cerebro al morir», explica a XLSemanal Jimo Borjigin, neuróloga en la Universidad de Míchigan que lleva más de una década investigándolo. En 2013 publicó los resultados de sus experimentos realizados con ratas conectadas a electrodos en el momento del paro cardiaco: el electroencefalograma mostraba una explosión de actividad cerebral que podía extenderse hasta treinta segundos después del último latido.

La actividad neuronal en nuestro cerebro produce unos impulsos en forma de ondas, que son precisamente los que detecta un electroencefalograma. Estas ondas, según su frecuencia, se asocian a distintas actividades y sensaciones: las ondas delta, por ejemplo, son las más lentas y se asocian al sueño o a la meditación. En el otro extremo, las gamma son las más rápidas y se emiten en ráfagas cortas. Se asocian con la conciencia, los llamados ‘sueños lúcidos’ o las alucinaciones. Pero también con el estrés o la ansiedad. O con actividades estimulantes o que requieren un esfuerzo intelectual. Bajo su influjo, el cerebro se muestra hiperactivo…

En el cerebro se activan de manera increíble las ondas gamma, vinculadas a la recuperación de recuerdos. Pero también se pone en marcha un área relacionada con las alucinaciones
Y son precisamente las que ha detectado Jimo Borjigin en las ratas de su laboratorio. «En el cien por cien, la actividad gamma era muy prominente: el cerebro parecía estar ardiendo. Estaba convencida de que algo similar tenía que ocurrir con el ser humano. Pero ¿cómo comprobarlo?».

La vida pasa como una película
Es imposible probarlo en personas sanas. Es muy raro que estemos conectados a unos electrodos mientras se produce un infarto o un accidente grave, aunque la casualidad existe. El año pasado se publicaba en la revista Frontiers in Aging Neuroscience un artículo que describía el caso de una paciente de 87 años que había fallecido en el hospital a causa de un paro cardiaco mientras se encontraba en observación tras sufrir un golpe traumático: los datos arrojaron un relativo incremento de la actividad de las ondas gamma.

Dado que «están involucradas en el proceso de la recuperación de recuerdos, resulta intrigante especular que esa actividad podría confirmar un último repaso a su vida por parte de la paciente», afirmaba el texto. Sin embargo, los autores reconocían las limitaciones de su estudio: no podían afirmarlo con total seguridad.

La experta. La neuróloga Jimo Borjigin estudia las ondas gamma, relacionadas con la recuperación de recuerdos y que podrían intervenir en el repaso vital que relatan quienes ‘han visto’ la muerte.

También se muestra cauta Jimo Borjigin ante los resultados de su más reciente investigación, publicada hace unas semanas en Proceedings of the National Academy of Sciences. Ante la dificultad de encontrar casos relativos a personas sanas, se le ocurrió recurrir a las unidades de cuidados intensivos en las que trabajaban sus colegas neurólogos de la Universidad de Míchigan. Reunió los datos de cuatro pacientes comatosos que vivían conectados a un respirador y, al mismo tiempo, estaban sometidos a monitorización electroencefalográfica para alertar si sufrían convulsiones o ataques epilépticos. En todos los casos, ante la falta de esperanza, las familias y el equipo médico habían decidido desconectar la máquina que los mantenía con vida.

«Se trata de un estudio retrospectivo: todos los casos se habían producido antes de nuestra investigación», aclara la neuróloga. Pero permitieron confirmar sus sospechas: en dos de los casos, con el corazón ya detenido, el cerebro mostró una explosión de actividad neuronal en las ondas gamma. ¿Solo en dos de los casos? «Sí, pero no olvidemos que no se trataba de cerebros sanos. Y en cualquier caso es una muestra muy pequeña que nos debe llevar a tomar los datos con cautela».

Entre un 10 y un 20 por ciento de los supervivientes a un paro cardiaco asegura haber sentido que salía de su cuerpo y presenciaba pasar su propia vida
Asimismo, el equipo de Borjigin observó un incremento de la actividad eléctrica en los lóbulos temporal, parietal y occipital del cerebro, relacionada con la conciencia y que se activa durante el sueño, los ataques epilépticos y las alucinaciones extracorporales.

¿Se trata de experiencias extracorporales ligadas al proceso de muerte? Pronto para decirlo, pero estamos más cerca de la respuesta. Estos estudios están dando los pasos para resolver uno de los mayores misterios en el campo de la neurociencia… y mucho más allá, por supuesto.

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