sábado, 27 de julio de 2024
Foto: Nostálgico Puerto Madryn, de Pancho Zanabra

 Los invito a regresar a un paseo por esa hoy tradicional calle de Madryn y sus comercios, pero vistos desde los recuerdos de una preadolescente. Para comenzar el recorrido les pido nos ubiquemos en la hoy intersección de avenida Roca y 28 de julio, mirando hacia el oeste, de espaldas al mar. Calle de ripio con faroles para la iluminación callejera, en cada cruce de esquina amplia dándole impresión de una calle del lejano oeste norteamericano.

 En la vereda izquierda, donde hoy se encuentra el shopping, un baldío con una pequeña casa de chapa, propia de la época, y un galpón. Allí se ubicaba sodería Trigo, una de las dos que había en aquel entonces. A su frente, don José Trigo, acompañado de su esposa Josefa. Por supuesto, venta de sifones recargables de vidrio y de barras de hielo, indispensables para usar en las pequeñas heladeras de madera forradas de metal, que luego fueron reemplazadas por las inolvidables Siam. Para las fiestas recurríamos al “fuentón”, con el que se lavaba a mano la ropa, al que recubríamos de arpillera antes de poner la barra de hielo.

En la vereda enfrente, el nuevo edificio de material del Hotel Playa, propiedad de los hermanos Aldo Faccioli y Ada Barney, un lugar inmejorable para observar desde el techo los desfiles cívico-militar que se llevaban a cabo en las fechas patrias, con la asistencia de los efectivos de la flota del mar. Posteriormente, el Playa fue adquirido por el señor Ángel Margusino, quien acompañado de su esposa e hijas, hacían las delicias de los habitués.

Sigamos caminando, cruzamos la calle y nos vamos a encontrar con una casa de chapa forrada en madera, donde hoy está el edificio del Banco Río, lugar donde residía la familia Santamaría: don Hermenegildo, doña Petra y sus hijos, entre los cuales hay que destacar a Helena y Ángela. Allí se alojaba la telefonía local, con un aparato de clavijas y atención personalizada las 24 horas del día. Doña Petra, Ángela y Helena eran las encargadas de manejar el clavijero. Si algún teléfono no respondía, ellas sabían dónde encontrar al usuario (cosa de pueblo chico!). Don Hermenegildo caminaba todo el día por las calles del pueblo con su inseparable caña en la mano, tratando de acomodar los cables para mejorar el servicio. A su lado se encontraba la tienda La Confianza, propiedad de don Elías Seleme, mercachifle de profesión. Allí el hombre del campo encontraba todo lo necesario para su vestimenta: bombachas, camperas, camisas, alpargatas, boinas y la infaltable ropa interior de frisa, indispensable para soportar el crudo invierno en el campo.

Contiguo a La Confianza, ya en la esquina, estaba la tienda El Coloso, propiedad de Adolfo Cohen Arazi, casado él con una chica de Trelew, Regina Joaquín, y que eran muy queridos en el pueblo. En su tienda se encontraba todo lo necesario, desde agujas de coser de mano hasta telas.

En el solar donde hoy está el Edificio Castilla, otro gran baldío, y a continuación se encontraba el edificio de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos “Ducca Degli Abruzzi” (hoy Cine Auditorium) local que se utilizaba para varios fines, allí se llevaba a cabo bailes, fiestas varias, se proyectaban películas, se realizaban festivales de boxeo, y era sede del conservatorio musical del profesor Vicente Autiero, italiano él y que cumplía sus funciones de Cónsul italiano.

En la vereda de enfrente estaba la joyería Meani, propiedad de Juan Meani, donde se encontraban bellísimas joyas, y si no las encontraba, él las hacía. Italiano por nacimiento vino a la Argentina en el vapor “Princesa Mafalda”, que se hundió, resultando él uno de los pocos sobrevivientes. Tanto se adaptó a la vida argentina que se casó con una dulce mujer galesa, Elizabeth, y tuvieron dos hijos, el recordado “Cachi” y Bartolo, uno de los abogados actuales de la ciudad. La joyería ocupa la planta baja del edificio de dos pisos, propiedad del señor Ángel Topalda.

Yendo hacia la playa y a su lado estaba uno de los negocios más importantes del pueblo, la tienda “A la ciudad de París”, propiedad de “Coco” Pérez y Walter Moré. En ella conseguía usted lo que buscara, y si no lo encontraba, ellos se lo conseguían. A la entrada, en el piso, estaba hecho en mosaico un logo de la tienda con el dibujo de la torre Eiffel. En la vereda de enfrente estaba el baratillo “Blanco y Negro”, propiedad en primer lugar de Nuri Tarrab y luego de Matías Jiménez.

Baratillo “Blanco y Negro”

Frente al “Blanco y Negro” se encontraba la famosa confitería “Torino”, atendida por su dueña, una de las hermanas de Gemesio, de Trelew, y madre de Mario y Eugenio Cassani (este último fundador de LU17 en 1965). Allí se vendían los únicos helados del pueblo, artículos de confitería y poseía un lugar privado donde se realizaban fiestas tales como tes a beneficio y reuniones de ese tipo.

Siguiendo por esa misma vereda, estaba el austero edificio de Obras Sanitarias de la Nación y a continuación, el edificio de la “Sociedad Española”, un salón con el recordado Cine Español cuyo gerente era el “negro” Pérez, vendedor de localidades Pepe Sanz y el acomodador más amable que recuerdo Abelino Calasanz. Se podía sacar entrada noche a noche o al abono mensual costaba 8 pesos, con derecho a ir los 30 días del mes. La explotación del cine estaba a cargo de la familia de Roque González, de Comodoro Rivadavia, que atendía todos los cines de la región.

Y cruzando la calle hacia el oeste, la plaza San Martín. Antes de que se pusiera de moda la “vuelta del perro” por la 28 de julio, la misma se realizaba dando vueltas a la plaza. Los hombres en un sentido y las mujeres en el contrario, lo que daba la oportunidad de encontrarse, pararse e interactuar los últimos chismes del pueblo.

Aclaro que la calle no terminaba allí, pero sí mi tiempo y el de ustedes. Espero que hayan disfrutado de estos recuerdos de mi niñez, tal como lo he hecho yo.

Fragmento del libro “Cuadernos de la Historia Patagónica”, del Centro de Estudios Históricos y Sociales Puerto Madryn.

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