sábado, 27 de julio de 2024

Las metáforas no son sólo asunto de poetas; en realidad se encuentran más en la vida diaria que en la poesía porque de allí surgen; es el habla cotidiana la que las genera; en la voz de la gente del pueblo está; no podría ser de otra manera ya que los poetas, luego de mirar su entorno, hacen su trabajo, y su entorno no es otra cosa que la realidad; porque todos los días la gente inventa metáforas, lo hace todo el tiempo, se sacude y se le caen las metáforas, andan por ahí, de a millones y mezcladitas; y no es importante que sea consciente de ello porque es así como se construye la lengua; y de ahí al diccionario.

La metáfora es la posibilidad de darle otro sentido a esa realidad; se vincula con los sueños y es necesario acostumbrarse a ellos, disponer de ellos, ser capaces de tenerlos a montones, en todos los sentidos, arriba, abajo, a los lados, siempre ahí, muchos de ellos. Nos vino así, uno de los puntos más altos de la cadena evolutiva, de esos que marcan la diferencia y te llevan para adelante sin cesar. Es esa invaluable posibilidad que te permite imaginar un puente, tenerlo adentro de tu cabeza y de repente está allí, tangible, real, un hecho físico; o un suceso acontecido en un viejo muelle, a la espera de una draga, todos reunidos, parejitos, celebrando, a la espera, eterna, sorpresiva; o aquella fiebre administrativa que tensó el cable y puso en movimiento toda la línea, cuando se decidió que había que tener una plaza, pero una plaza mayor, no cualquier plaza, con muchos árboles, con traza de ingeniero, con planos, firma y un gran busto totémico de honra.

¿Por qué no soñar con la costanera llena de árboles dispuesta para que la disfrutemos? ¿Por qué no soñar con enormes monumentos que digan nuestra historia para que el visitante sienta la necesidad de volver? ¿Por qué no soñar con hermosas avenidas, barcazas en el río, asfalto, color, alegría?

Hubo un tiempo en dónde la gente que habitó esta tierra que hoy pisamos, queremos, sufrimos y extrañamos cuando estamos lejos de ella, tenía sueños tan grandes, pero tan grandes que hasta el mismo mar aplaudía; esos sueños no tenían ni altura, ni fondo ni costados, porque así son los sueños; así fueron los que impulsaron a los primeros colonos galeses, a los salesianos, esos robustos obreros de una fe inmensa, y a todos los que vinieron después y a los que había antes de los galeses también.

Es preciso, más allá de la crónica periodística, rescatar los sucesos que son sostenidos por la memoria de sus habitantes. Hay cientos, miles de historias en Rawson dignas de ser contadas que nacieron por voluntad de su gente. Solo hace falta tomarlas de los memoriosos, aquellos que saben, recuerdan y son multitud, a fin de otorgarles la dimensión que naturalmente poseen y de ese modo, evitar que sean presas del olvido. Es necesario redimensionar los acontecimientos ocurridos para que sus habitantes, es decir todos nosotros, los incorporemos a nuestra identidad colectiva.

Viva la draga

Desembocadura del Río Chubut. Capitanía de Puertos

Todo el pueblo de la ciudad de Rawson se había reunido en el puerto a fin de recibir los frutos de las gestiones que había llevado a cabo la comunidad para recibir a través del Gobierno Nacional una draga. Esto permitiría profundizar el cauce del río, liberar el tránsito de los barcos y a la vez mejorar el comercio al poder ingresar buques de mayor calado a la ruta pluvial-marítima existente en ese entonces.

La fiesta había sido preparada con esmero. Estaba presente la Banda de Música de la Policía; los niños llevaban banderines, gorritos, había pochoclo y refrescos; se soltaron globos y la gente esperanzada, estaba dispuesta a respirar en forma decidida, todo el aire de celebración que reinaba en el ambiente. Ya habían comenzado a divisar, muy a lo lejos, el ingreso de la flamante y tan ansiada draga. La gestión de la comunidad había sido un éxito.

Un viejo pescador de origen alemán que también participaba de los festejos de recepción, comenzó a dudar y a comentar que lo que lentamente se aproximaba al puerto de Rawson, más que una draga se parecía a un remolcador. La gente comenzó a mirarlo con recelo aunque el viejo lobo de mar continuaba sosteniendo lo que veía. A medida que el extraño artefacto se acercaba, las voces comenzaron a acallarse junto a las miradas de desconcierto que se cruzaban nerviosas como no queriendo encontrar lo que tal vez sería inevitable. El silencio se adueñó de todos los presentes. Lamentablemente el viejo pescador tuvo razón y hasta el día de hoy nadie encuentra una explicación a lo sucedido. De nada sirvió la voluntad colectiva, los aplausos y los gritos de ¡Viva la draga! Una vez más la inoperancia y la burocracia habían ganado por sobre los sueños de la comunidad.

 

Por Sergio Pravaz para La Voz de Chubut.  (Fuente: Alicia de Miguel de Castagnet)

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