miércoles, 11 de diciembre de 2024

Las primeras ovejas con las que poblaron el Valle Huemules eran de raza Malvinense. No le dieron buen resultado por tener mucha carne y generar poca lana, algo más de un kilo por animal. Luego la reemplazaron por la raza Lincoln, pero el problema se repitió, agravado por el hecho de que eran poco resistentes al frío. También probaron con las Romney Marsh sin lograr revertir la situación. Cuando las reemplazaron por las Corriedales y, posteriormente, las cruzaron con Merino, el panorama cambió por completo. De esta forma equilibraban y se aseguraban importantes cantidades de carne y lana. Pasaron a casi 5 kilos por animal. Las majadas se clasificaron según sexo y edad en: ovejas, carneros, capotes, borregos y corderos. Por ejemplo, en la Estancia Lago Blanco, el promedio constante era de 17.000 animales, el más bajo fue de 12.000 y el mejor de 22.500.

Entre 1.926 y 1.930 en dicho establecimiento tuvieron cerca de 800 yeguas que utilizaban para tirar cuatro carros con los que transportaban la lana hasta el Puerto de Comodoro o, en todo caso, hasta las poblaciones intermedias, como Cañadón Lagarto, donde hacían uso del ferrocarril, medio de transporte, con el que ganaban en tiempo y agilidad.

Invierno

La peor época del ganado suele ser el invierno, en particular los muy nevadores. Ese inevitable evento climatológico solía causar grandes pérdidas de animales, sobre todo el lanar. Según recordaban los viejos pobladores, el peor invierno del siglo fue el de 1.914, y a éste le compitieron en cantidad de nieve caída los de los años 1.933 y 1.948. Pero lo más grave sucedía después que cesaba la tormenta y la nieve se transformaba en hielo. Entonces la temperatura solía alcanzar los 20 grados bajo cero. Según el termómetro de la Oficina de Correos de Lago Blanco, en 1.948, la temperatura alcanzó la marca de TREINTA Y TRES GRADOS BAJO CERO. Sin embargo lo peor era la combinación de nieve y viento. Ese fenómeno se puede dar de dos modos: en el primero, el viento puede azotar durante el transcurso de una nevada; o bien, el viento levanta con violencia la nieve que quedó suelta sobre la superficie formando una nutrida nube que puede superar los 10 metros de altura. Pese a ello, por encima el cielo puede estar completamente despejado. En ambos casos, el viento enfría el aire a niveles glaciares y dentro de la tormenta la visión se torna nula, desorientando al viajero que tenga la mala fortuna de quedar inmerso en una de ellas.

Las primeras partes que acusan los síntomas de enfriamiento son los pies, las manos, nariz y orejas. Pero tras ese engañoso manto de calma sobreviene la modorra que, poco a poco, lo va internando en un apacible sueño del que no existe retorno posible.

En el crudo invierno de 1.948 el espejo de agua del lago se congeló y dio lugar a una gruesa capa de hielo. Luego cayeron dos nevadas consecutivas que también se congelaron. En consecuencia, el hielo que se formó fue tan grueso y firme que, para ir o venir del pueblo con el auto, acortaron camino circulando sobre él durante varias semanas.

 

Fragmento del libro “El viejo Oeste de la Patagonia”, de Alejandro Aguado.

Compartir.

Los comentarios están cerrados