sábado, 27 de julio de 2024

Ingrato seria de mi parte no recordar a mi buen caballo MALACARA, lo conocí cuando era un potrillo en la chacra del señor DAVID C. THOMAS, quien era su propietario.

Era el año 1878, el MALACARA tenía un año aproximadamente; una noche los indios entraron a robar caballos, la redada fue corta y con apuro, los caballos robados no eran muchos, pero entre ellos iba MALACARA.

A fines del año 1883 en mi viaje a la cordillera en compañía de mis tres amigos, hicimos campamento en Villegas, nuestra caballada de diez y siete caballos de silla y una yegua madrina con cencerro, una madrugada juntamos la tropilla y en total había diez y nueve caballos, trate de recordar de donde lo conocía, hasta que me di cuenta que era el potrillo de THOMAS.

En algún traslado de los indios este caballo se había perdido tratando de encontrar su querencia, y esa noche que se juntó con nuestra tropilla fue que reconoció el cencerro de la yegua.

El MALACARA había sido amansado por el indio hecho de rienda y para la atropellada respondía como si le picaran las espuelas, se notaba que tenía un entrenamiento especial para bolear, además era ligero y firme para correr en terrenos desparejos.

Desde un primer momento hubo entre nosotros un acercamiento, se arrimó olfateando y este gesto simpático hizo que nos aceptáramos mutuamente, la mañana del 4 de marzo de 1884, el día de la masacre de mis compañeros, ensillé el MALACARA para cazar algo de comer, el día era caluroso y corría una brisa del oeste o mejor dicho viento de cola, note que mi caballo olfateaba en el aire algo que no podía discernir o distinguir pero daba señas de estar muy nervioso, las orejas paradas y alertas, levantaba el pescuezo como pidiendo rienda, al pasar los años me di cuenta del significado de su actitud lo que el olfateaba era el olor al indio impregnado de grasa de potro, avestruz o guanaco que les eran familiares y seguramente le traerían reminiscencias del mal trato del indígena.

Marchábamos despreocupados, sin pensar en nada, sin siquiera mirar atrás, cuando de
pronto sentimos un tremendo aullido, grito de guerra de los indios, e inmediatamente
la atropellada de los caballos. Eché una mirada hacia atrás y vi sus lanzas brillar al sol. Nos cerraron en círculo, sentí el chuzazo de una lanza en mi paleta izquierda y antes de
que pueda reaccionar vi a Parry caer a tierra con una lanza clavada en el lado derecho y no sé si los otros compañeros estarían heridos, porque se mantenían en sus caballos.

Instintivamente, clavé su única espuela en el costillar del Malacara, quebré el primer círculo de indios que nos rodeaban y me lancé a correr a media rienda hacia el noroeste. A unos trescientos
metros adelante corría un zanjón hondo por el cual bajaban las aguas de lluvia desde la loma. Era un lugar muy conocido por los indios y por mí. Sus intenciones eran arrinconarme contra el zanjón para bolear mi caballo, y ese era mi tremendo miedo. Me veía acorralado. El zanjón tenía una altura aproximada de 3,60 metros. En el fondo había arena blanda. Llegué a la orilla. El caballo creo que percibió mi intención y obedeció a mi desesperada orden: saltó al fondo del barranco y cayó con sus manos y patas extendidas. El Malacara se levantó de un salto y yo me mantenía aferrado
al recado del terror que sentía. Sin lastimarse ni detenerse, volvió a saltar otro barranco
más bajo. Resollaba, como pidiendo un poco más de tiempo.

Veía a los indios como si estuviesen parados y sólo yo avanzaba. Puse más de mil metros de distancia. Los gritos y aullidos retumbaban en el roquerío. Aminoré la velocidad de mi Malacara. Un sudor blanco corría por las tablas de su cogote, era una tarde muy calurosa.

Luego de un tiempo fui a ver a Thomas para hacer con él cualquier arreglo por el MALACARA, ya que él lo había perdido y yo lo había encontrado y le debía todo. No pude hacer ninguna transacción, le ofrecí hasta lo que no tenía para pagar y respondió que no. Yo no estaba dispuesto a perder a mi fiel compañero, recurrí a todo tipo de negociaciones, solo quería tener la conformidad del señor THOMAS, nuestro desacuerdo fue creciendo y se había hecho muy popular.

Un día concurrimos a una reunión para deliberar sobre la construcción de los canales, en la cual se hallaban presentes la mayoría de la gente del valle, uno de los presentes oportunamente propuso que ya que estábamos todos reunidos proponía resolver el problema de caballo MALACARA, y que levanten la mano los que creían que el caballo debía ser cedido a mí, de esta forma obtuve a mi caballo y quede contento y tranquilo gracias a este fallo.

A partir de ese momento mi vida y la del Malacara están unidas en cada nueva expedición que emprendemos.

Las expediciones que realice luego que me salvo la vida fueron

En octubre de 1885 con la expedición del Cnel. L.J. Fontana y los Rifleros recorrimos 1700 leguas.

En enero de 1888 cuando nuestro objetivo era llegar a San Carlos de Bariloche con FONTANA.

En junio de ese mismo año viaje a PATAGONES en compañía ELIAS OWEN para comprar caballos.

En junio del mismo año el primer viaje con los vagones a la cordillera.

En 1896 viaje con el señor LEWIS JONES hasta el lago FONTANA.

Y algunos viajes ocasionales para acompañar algún visitante por la zona. Recuerdo que en una oportunidad acompañe al señor EDWIN ROBERTS y otros hasta la mina de oro CUCH, en la zona del actual TECKA, los acompañe y ellos continuarían el viaje hasta TRELEW y yo regrese solo a la colonia. Atardecía el sol en el poniente me daba de frente y con fuertes destellos, viajaba al trote arriendo mi tropilla baje al arroyo TECKA ya había caído la noche, y me sorprendí al ver que había bajado justo una toldería que allí se había instalado, conserve la calma y pregunte por el jefe, y le solicite permiso para acampar, me dieron un toldito con matras y quillango, fui muy bien atendido, a la mañana siguiente cuando ensillaba, el JEFE INDIO se acercó y me pidió que le regalara el “malacarita” pampa, me corrió un sudor frio, quede confuso, tan sorprendido que solo pude decirle que era de un amigo y debía volver, el JEFE no quedo conforme, le ofrecí un buen caballo alazán más joven que el Malacara, acepto no de buen agrado, y sin demorarme partí de inmediato, luego de varios kilómetros me di cuenta de lo cerca de perder a mi caballo que había estado.

Durante muchos años     el fiel caballo llevo a mis hijos hasta la escuela N°18 enancados como diría MONCO “amontonados como garrapatas” iban hasta tres juntos.

Era el año 1909 el tercer MOLINO ya funcionaba, el MALACARA vivió su vejez cerca de la casa, todas la mañanas me acompañaba hasta el alambrado que cercaba el molino y allí esperaba la ración de afrecho. Pero una mañana de invierno salí temprano y al pasar junto al cajón de afracho aun intacto comprendí que algo le había ocurrido, el agua que alimentaba las maquinas del molino corría por una zanja no muy ancha pero si profunda y la helada por las noches anteriores habían hecho una capa gruesa de hielo, presentí lo ocurrido y apure mis pasos zanja arriba campeando en cada sauce y matas, hasta que de pronto lo vi que ya estaba muerto, al saltar con su pesado y viejo cuerpo patino en el hielo y cayo con la cabeza debajo de la paleta. Esta caída es casi siempre fatal, allí estaba tendido mi caballo, en ese momento reviví las muchas leguas galopadas juntos por el gran desierto.

Cerca de la casa había una enorme piedra que es su tumba, yo ya la tenía en cuenta que el día que muera, este sería su lugar, además deseaba enterrarlo allí a la sombra de los sauces donde el canto de los pájaros hacen himnos a la naturaleza. Murió en el invierno de 1909, vivió aproximadamente 31 años y en 1927 hice grabar con el señor ARTEMIO ANTONIO LÓPEZ (peluquero español radicado momentáneamente en Trevelin) la actual inscripción en la tumba que dice así:

                               AQUÍ YACEN LOS RESTOS

                           DE MI CABALLO EL MALACARA

        QUE ME SALVO LA VIDA EN EL ATAQUE DE LOS INDIOS

                   EN EL VALLE DE LOS MARTIRES EL 4-3-84

                      AL REGRESARME DE LA CORDILLERA

                               R    I     P

                            JOHN D. EVANS

Compartir.

Dejar un comentario