Los Cuadros Policiales, como antes, como después y como siempre, soportábamos una existencia con falta de recursos materiales, humanos y sobre todo, debíamos sobrevivir con salarios exiguos.
Por supuesto que la situación era más grave aún para el Personal de Suboficiales y Tropa. Por ello fue generando un creciente descontento y creando el clima para los hechos que más tarde se desarrollaron.
Corría el año 1970, la Jefatura de Policía estaba a cargo del Capitán de Fragata Horacio Serantes y la Subjefatura por el Comisario General Parhelio Iris Goicoechea. La jurisdicción que correspondía a la Unidad Regional de Comodoro Rivadavia, contaba, a mi entender, con un grupo de Comisarios que ejercían un efectivo liderazgo sobre su personal y es precisamente allí donde se hallaba la cabeza de un movimiento reivindicativo, que luego se haría imparable. Por diciembre de 1970, concurre a la Seccional 3era, a la postre bajo la Jefatura de quien esto escribe, el Jefe de Policía Serantes; allí con el resto de los Jefes de Seccionales, le exponemos la preocupación salarial existente y concretamente le solicitamos intercediera para el logro de una vieja aspiración, “la equiparación de nuestros sueldos a los que percibía la Policía Federal”.
Para entonces, el personal de Comodoro Rivadavia contaba con el apoyo de la zona del Valle, es decir, las Seccionales de Trelew, Rawson y Puerto Madryn. No sé si cabe hablar de espíritu de cuerpo, cuando estoy relatando hechos que vulneraban la disciplina policial, sin embargo debo destacar el hecho de que la situación fuera encarada y comandada por Personal Superior, ponía freno a los desbordes; desde luego que para ello hacía falta Jefes (Comisarios) de prestigio, para que el personal obedeciera todas las órdenes.
Lo dicho permitió que, mientras el Personal Subalterno presionaba y el periodismo se hacía eco de ello, los Superiores desarrollábamos una acción, digamos política. Es decir, nuestra idea y digo nuestra, porque me tocó un papel preponderante, como Jefe de la Seccional Primera de Comodoro Rivadavia, era la de “amagar, amagar” pero tratando de que las cosas no pasaran a mayores, significaba llegar al Gobierno con el mensaje de que debía acordar los Superiores apenas podíamos contener a la gente. En realidad, esto era cierto, porque cuando se hace rodar la idea de la huelga, es como la bola de nieve.
No obstante, manejábamos la cuestión con inteligencia y con el concurso de los oficiales y suboficiales más antiguos, conteníamos la marejada. Así las cosas debo recordar que no contábamos con el apoyo del Jefe de la unidad Regional, el que, comprensiblemente, trataba de responder a la Jefatura. Nosotros, los más jóvenes, encaramos esto porque éramos la caja de resonancia de los Subalternos y porque coincidíamos en que nuestros salarios debían ser mejorados y, por qué no decirlo, también nos jugábamos una carta de liderazgo para el futuro. En aquella época, existía muy adentrado en el personal, la admiración para su comisario”, a quien querían y respetaban en todas sus disposiciones, aún las más graves.
Ya para el año 1971, la situación se agravaba y la Jefatura, con una plana mayor dócil, como generalmente pasaba, no daba importancia a nuestras advertencias; la cosa llegó al límite; estábamos en contacto permanente con los Comisarios del Valle y, por ellos, íbamos sabiendo que a nivel del Ministro de Gobierno se quería dar un corte al asunto. Solicitamos una reunión a la Jefatura que fue aceptada. El Jefe Serantes, que tenía información falsa, por un “alcahuete” que le decía que no pasaba nada, que éramos dos o tres locos a quienes había que echar, hizo una propuesta salarial que en lugar de mejorar la situación la agravó. Indudablemente habían evaluado erróneamente las circunstancias, aunque sabían que el personal estaba muy excitado y decidido.
A posteriori, cuando se dieron cuenta que la cosa iba en serio, tomó cartas en el asunto el gobernador Contraalmirante Costa quien dispuso que el Jefe de la Unidad Regional de Comodoro Rivadavia se presente en Rawson. Para sintetizar, en la reunión con el Gobernador (que era un caballero) éste accedió a nuestros requerimientos y se produjo, entonces, la renuncia del Jefe de Policía, al observar que los Jefes Superiores que decían apoyarlo, como suele ocurrir “se cambiaron de bando”. Allí mismo propusimos la designación del Comisario general Parhelio Goicoechea como Jefe de Policía, que fue aceptada.
Sin llegar a la huelga, tengamos en cuenta que a pesar de que estábamos en pleno gobierno militar, con inteligencia y porque la responsabilidad la asumimos los de mayor jerarquía de las dependencias operativas, el resultado fue positivo y no se salió de cauce, como ocurrió después en 1974, cuando al no asumir su responsabilidad los Superiores, o no contar ellos con el prestigio suficiente, el Personal Subalterno comenzó el movimiento, luego se anarquizó y así terminó.
Por supuesto que no deseo hacer aquí una “apología” de las huelgas en la policía, por el contrario, estoy convencido de que nunca debe llegarse a ello; pero para que se pueda mantener una línea de disciplina, tanto la Jefatura como los gobiernos debieran estar atentos, muy atentos a las necesidades del personal, sin olvidar la riesgosa misión que el policía cumple y en qué lugar lo hace.
Fragmentos del libro “Para que la huella no se pierda”, del comisario retirado Mariano Héctor Iralde