Adelinda Curumilla, llega con su esposo y 8 hijos en agosto de 1961, huyen del terremoto que devastó Maollín, “murió mucha gente, nos vinimos con lo puesto y mantas para cubrirnos del frío, el menor tenía tres años, y aquí estaba un hijo mayor”. En Coyhaique “sacamos los pasajes en “la Gobbi, demoró tres días por la nieve, algunos pasajeros se bajaban para despejar la huella y dos caminaban adelante del colectivo para indicar el camino”.
Llegan a la madruga, nadie los espera, “nos mandaron a La Paloma y era como si nada porque nada conocíamos, un amigo nos reconoció y nos buscó un hotel para las mujeres, los hombres quedaron al campo, al otro día localizamos al hijo, con unos pesos compramos chapas ondalit para hacer una pieza”.
Sus hijas adolescentes “se ocuparon cama adentro para que los varones estuvieran más cómodos en la casita, al día siguiente ya tenían trabajo, acá los chicos supieron lo que es ponerse zapatos y vestido nuevo, y todos terminaron la escuela, sufrimos como todos los emigrantes que salen de su tierra con lo puesto, en Comodoro estuvimos siempre mejor que en Maollín. No conocemos exquisiteces, pero todos los días hay que comer”.
La familia vive durante seis años en una piecita de chapas ondalit. Adelinda está orgullosa de su familia, en Comodoro Rivadavia nacieron sus 42 nietos y 55 bisnietos, para el 2000 ya cuenta con algunos tataranietos.
La discriminación
Algunos llegan con oficio y estudios, además de percibir la discriminación, deciden combatirla “siempre estuve en contra de la tiranía y los distintos tipos de discriminación y acá, a veces, no entiendo porque quien más que menos está enredado con un chileno o chilena, pasamos las mismas angustias y tenemos los mismos problemas”.
Aristeo Alvarado, llega después de estar unos años en Buenos Aires, ya conoce la discriminación y piensa que las cosas pueden cambiar. En 1960 decide formar la Asociación Chilena de Acción Social, “estaba muy preocupado por la estima que tenían los chilenos dentro de la comunidad, teníamos mucho desprestigio; había mucha delincuencia y de todo se culpaba a los chilenos, y en parte había razones para ello, pero no todos éramos así”.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario”, editado por Diario Crónica en 2001